Enriquillo Sánchez (1947-2004)

Enriquillo Sánchez (1947-2004)

POR DIOGENES CESPEDES
Cuando Enriquillo Sánchez recibió dos menciones honoríficas en noviembre de 1966 en el Primer Concurso Dominicano de Cuentos en un acto celebrado en la Librería Dominicana con un jurado compuesto por Juan Bosch, Héctor Incháustegui Cabral y Máximo Avilés Blonda, nada presagiaba que se convertiría, junto con Alexis Gómez, en uno de los dos poetas más representativos de la generación de posguerra.

Todo apuntaba en él al gran narrador, junto con René del Risco Bermúdez, el principal gestor del grupo El Puño, al cual se adhirió Enriquillo más contrariando el designio del autor de El viento frío de que la poesía había muerto y que sólo la narrativa tenía vocación de realizar los cambios políticos que América Latina exigía, el autor de Convicto y confeso (1990), siguió escrupulosamente el oficio de poeta.

Aunque conservó siempre su culto a René, el cual explicaba y justificaba tanto en la conversación con los amigos como en los artículos de prensa, Enriquillo Sánchez abandonó el cuento y no fue hasta 1993 cuando volvió a desandar los pasos perdidos de la narrativa con Musiquito, un ensayo de novela que él mismo no apreciaba mucho, pero que bien mirada responde, teóricamente, a los lineamientos de la identidad caribeña y cumbanchera que había adoptado.

Esa ideología de la identidad nacional que trataba de explicar el ser y la esencia de los dominicanos, hembras y varones, y además de la geografía de los 49 mil kilómetros cuadrados con indispensable incursión en el vecino país del oeste, está plasmada en los artículos de prensa, de 1989 a 1991, recogidos en el volumen titulado Para uso oficial solamente (2000).

Esta obra compendia las ideas aceptadas o rechazadas por el autor; compendia sus amores y desamores por unos y otros autores como testimonio documentado de lo que un día pasará porque vendrán otros hombres y otras mujeres a desalojar con otras teorías lo que pudimos pensar, con nuestra sabiduría o ignorancia. Pero aún así, quienes se inclinen, dentro de 25 ó 50 años para hurgar cuáles fueron las ideas que dominaron los últimos 20 años del siglo XX, tendrán que recurrir a Para uso oficial solamente. Por esta razón sería importante completar el segundo volumen con los artículos de Enriquillo escritos desde 1992 hasta la hora de su muerte.

De lo que sí estoy seguro es que cuando se desee estudiar la subjetividad dominicana, en cualquier época, habrá que recurrir a los cuatro libros de poemas que integran Convicto y confeso I, además de Memoria del azar, editado por la colección Banreservas en 1996. Habrá que completar la tarea con los textos que el poeta tenía en mente para el volumen II de Convicto y confeso.

Ahora que se nos ha ido este conversador extraordinario, humorista y jugador de dados-signos al estilo Mallarmé y cultivador de amistades que fue Enriquillo Sánchez, muere un poco de cada uno de nosotros, hombres y mujeres que fuimos sus amigos, y se nos hace más cercana, por la biología, el cónclave con las tres Parcas. Pero todo depende cómo cada cual ha trabado su relación con ellas: si en términos trágicos, o estoicos. Por mi parte, la he trabado de este modo, con los versos de Bocángel, pero que se aplican a hombre o mujer: «No muere al mundo el justo, solo falta. /No vive más quien dura crecida/edad, porque del hombre infructuoso/cada momento es tácito homicida». (La lira de las musas, Ed. Cátedra, 1985, p.376).

De cuya cita es glosa obligatoria para la bandera estoica el callar la muerte del amigo y necedad el no entenderla como natural. Síguese de esto el saber que el hermano Enriquillo, vocativo con el cual contestaba todas mis llamadas telefónicas o los encuentros inesperados, no ha muerto al mundo de hoy, sino que solo falta, como hombre justo que fue. Sus obras, que he citado, le sobreviven y hablarán por él y le justificarán, pues no fue infructuoso y llenó cada momento de su vida con el disfrute pleno y la conversación cálida.

Diferenciaba perfectamente entre la obra y el autor, por eso no tuvo enemigos personales, sino diferencias con los discursos poéticos o teóricos. Soy un testimonio elocuente de esto. Convivimos muchos años con la diferencia: él, con la metafísica a sus espaldas; yo, con la poética a cuestas. Cada encuentro entre nosotros era una celebración. Ninguno trató de convencer al otro y cada matiz en la teoría o en el hallazgo analítico era una sabrosura para ambos. Por esta razón la amistad duró y hoy la evoco para rendir homenaje al justo, que solo falta.

Comenzamos el trato amistoso desde mi entrada en 1974 como profesor de análisis literario en el Departamento de Letras de la UASD. El a punto de graduarse, no pudo atraparle en el aula. Tanto mejor, pues nuestra vinculación comenzó con su galardón en el concurso de cuentos; la corriente de simpatía siguió con la lingüística y los trabajos de crítica en Ultima Hora y luego con Escritos críticos. La relación se reafirmó todavía más a mi regreso de París en 1980. Atrás habían quedado los símbolos del estructuralismo y la semiótica. Ahora se abría un nuevo campo de acción: la poética. Juntos recibimos el premio nacional en 1984, él en poesía, yo en ensayo, junto con el de Ramonina, en historia y a la cual él llamaba su prima, como la del poema de Moreno Jimenes, lejana digo yo, por lo del Fernández-Brea.

A su madre, doña Evangelina, a su esposa Cristina, a sus hijos y a los amigos y amigas, sepan que en este mundo el justo no muere, sólo falta.

La obra que nos dejó, si la leemos siempre, nos permitirá conocer aún más la subjetividad de una escritura que lo que objetivamente creíamos conocer del poeta. Eso basta para que esté con nosotros, así como ha estado este poeta Bocángel, muerto en 1658, dialogando con Enriquillo y conmigo.

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