Entonces, ¡tenemos respuestas!

Entonces, ¡tenemos respuestas!

COSETTE ALVAREZ
Se acabó el preguntarnos de dónde ha salido tanta delincuencia. Ya sabemos que lo único que está ocurriendo es el ejercicio de un peculiar sentido de la igualdad. Porque, si los gobiernos de los tres partidos que se han turnado en los últimos cuarenta años, de lo menos que han hecho es asignar carros robados a sus funcionarios y canchanchanes (El Nacional, domingo 27 de marzo de 2005), no es ejemplo lo que ha faltado a una sociedad que no ha perdido tiempo en imitar a su ¿clase? gobernante en muchos otros usos y empleos, de los cuales el usufructo de carros ajenos viene siendo el más infantil.

Ahora la pregunta es qué vamos a hacer al respecto, porque continuar por ese derrotero sencillamente no se puede, máxime si a ello sumamos los imposibles de ocultar comportamientos de instituciones no gubernamentales, pero igualmente de poder. Los empresarios tampoco se quedan atrás, demostrándonos que comer no es primero, sino beber. Precisamente mis dos marcas favoritas, las únicas que consumo y brindo, nos lanzan envases gigantescos para que no carezcamos de bebida bajo ninguna circunstancia, mientras las presentaciones de los alimentos, por el contrario, vienen cada vez más pequeñas «para ponerlas más al alcance del bolsillo», obviando el número de consumidores de cada paquete, lata o frasco.

Con la intención de ilustrar un poco el camino tomado por nuestro «estado de derecho», déjenme contarles que un médico me recetó seis inyecciones, aclarándome que eran un poco caras porque incluían un anestésico debido a que eran muy dolorosas. Me dijo que costaban como mil pesos cada una. En la farmacia de mi barrio, esos mil pesos terminaron siendo dos mil seiscientos y pico de pesos por cada inyección, por lo que decidí comprar una sola de las que no traen anestesia, que ahí costaban quinientos treinta y cinco pesos, para saber si me sería posible aguantar el dolor o si tendría que gastarme casi quince mil pesos en las cinco restantes.

Acudí a un médico amigo y, no solamente el pinchazo fue imperceptible, sino que él mismo me llevó a una farmacia en otro barrio donde conseguí la mismísima inyección ¡a cien pesos!, de manera tal que con quinientos pesos más compré las cinco que me faltaban. ¿Cómo puede ocurrir eso en una sola ciudad? Cuando pienso en las crisis de asma de mi mamá, que solamente dos de los medicamentos necesarios para sacarla de la crisis cuestan tres mil pesos cada uno y sólo traen cinco pastillas, me da un ataque.

Pero, efectivamente, nuestras autoridades están demasiado ocupadas en todo lo que no es. Porque si otra noticia del domingo de Pascua me dejó tiesa fue la de la presentación de excusas presidenciales a la Z-101 por la acción policial de desmantelarles una caseta en la playa debido a que supuestamente estaban violando la ley de ruidos innecesarios. Y quedaron pendientes las excusas del jefe de la Policía.

Quisiera una esperanzarse de que por fin el gobierno y sus instituciones van a empezar a excusarse por los atropellos, a reconocer su incapacidad de cumplir y hacer cumplir las leyes, pero demasiado bien sabemos que ni van a amonestar o a multar a la emisora por el estrépito, ni van a excusarse con nadie más por ese tipo de reacción brutal que sólo hace que la autoridad pierda toda su fuerza para lograr que la población tienda a apegarse a las normas. Seguimos bajo el precepto de que delincuente es el chiquito.

Y, como prueba de que nuestro dinero no tiene dolientes y del extremo hasta el cual se cuenta con nosotros, los ciudadanos comunes, desempleados incluidos, para eventualmente salir de la crisis, el gasto que genera nuestro servicio exterior ha aumentado considerablemente en los últimos meses. Por ejemplo, en una de nuestras embajadas en Italia, la bilateral, la que representa el gobierno dominicano ante el gobierno italiano, hay veintidós funcionarios nombrados que, si van todos a trabajar o siquiera a hacer acto de presencia, no sé cómo caben en la sede.

Suponiendo que cada uno recibiera una dotación mensual de cinco mil dólares, que no es el caso a la hora de sacar un promedio, pues daría una cifra más elevada, estaríamos hablando de algo más de cien mil dólares al mes que, mal contados, serían tres millones de pesos cada treinta días. Eso, sin contar el número de funcionarios consulares, comerciales y turísticos repartidos en la península italiana, que bien podría duplicar o más esa cifra. (Paradójicamente, la que más trabaja en esa embajada, no cobra).

Si nuestros intereses en Italia justifican una presencia tan masiva de diplomáticos, cónsules y demás, poquito me lo «jayo». Sólo sé que ya la cancillería italiana pegó el grito, por lo que le cuesta a cada gobierno mantener la inmunidad y los privilegios de los diplomáticos acreditados en su territorio. Y estoy segura de que no solamente en Italia nuestra representación es excesiva y costosa. Entonces, no es por ahí que anda nuestra austeridad.

Ni es por ahí que anda la depuración de los ciudadanos y las ciudadanas que nos representan ante los poderes de nuestro Estado y ante el resto del mundo. Cuando salí de Italia, quise dejar mi apartamento a un colega, y la propietaria me dijo: «acepto que no hable italiano, pero nunca había conocido a un diplomático que no hablara inglés». Y eso, la señora no podía evaluarlo hablando en su lengua materna, el cibaeño.

Pero así, sin saber inglés ni nada, mientras le duró el nombramiento, aparte de su dotación de más de cinco mil dólares al mes, sin parar mucho en Italia porque sus compromisos políticos lo requerían aquí, el joven estuvo recibiendo alrededor de quince mil dólares mensuales por unos trámites consulares que nunca aprendió cómo se hacían, y no quieran saber cómo maltrataba a la colega que él boroneaba para que le atendiera el colmado cuando la recaudación bajaba.

En fin, que todo sigue manga por hombro. No nos queda el menor resquicio de duda sobre el origen de nuestros males. Tiene razón el director de prensa: no nos merecemos éste, ni ninguno de los gobiernos que hemos tenido.

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