Entre Bush y Osama Bin Laden

Entre Bush y Osama Bin Laden

FARID KURY
El 11 de septiembre de 2001 el mundo fue derrotado, aplastado, por el terrorismo de Osama Bin Laden y Al Qaeda. El mundo sintió la agresión a los Estados Unidos como propia. Antes del presidente George Bush salir de su asombro ya Le Monde había escrito: «Todos somos norteamericanos». El propio Fidel Castro, sin tapujos, expresó su solidaridad con el imperio y hasta brindó el espacio aéreo cubano para los aviones norteamericanos de combate.

Los que vimos derrumbarse como un castillo de arena aquellas Torres Gemelas, símbolos impresionantes del capitalismo norteamericano, no nos es posible recuperarnos del espanto. Los que vimos a seres humanos aterrorizados y enloquecidos lanzarse de los elevados pisos para no convertirse en cenizas, seguimos incrédulos. Lo imposible, lo ilógico, se hizo realidad.

En Occidente pocos conocían a Osama Bin Laden. Su nombre sólo circulaba en los círculos hacedores de política internacional. Aunque había sido identificado por diferentes agencias antiterroristas como organizador de los ataques a los embajadores norteamericanos en Kenia y Tanzania, para la gente ese nombre era desconocido.

Pero a partir del 11 de septiembre su nombre y su imagen salpicada de un toque mesiánico, con su turbante árabe, su barba desgarbada y un klachinkov en su mano, ocuparía la principalía de todos los medios.

El genio del mal ya tenía un nombre: Osama Bin Laden. Perseguirlo, atraparlo, aniquilarlo, sería el objetivo. Así lo anunció George Bush, el presidente de la potencia agredida y humillada. Apoyado por la ONU y a nombre de la seguridad mundial, el ejército norteamericano ocupó el 7 de octubre la Afganistán Talibán. Como era de esperarse, en cuestión de horas, los funcionarios del Talibán huyeron y el régimen religioso cayó.

Pero Osama no fue atrapado. No siendo muy tonto emprendió la huida por las difíciles montañas entre Afganistán y Pakistán. El mundo fue informado de esa huida espectacular, como si se tratara de una película de Hollywood y todos esperábamos pegados de nuestras pantallas la noticia de su inminente captura. Se tenía la certeza de que el poderoso ejército del norte cazaría a su presa sin dificultad. Pero pasaron las horas, los días, los meses, años y aún el imperio, convertido en policía internacional, no ha atrapado al señalado como responsable del 11 S.

Ahora el imperio ni siquiera sabe donde está ese hombre. Lo que sí sabemos todos es que Osama sigue, desde algún lugar, organizando su lucha contra los llamados infieles. Más aún, sabemos por voces de los propios norteamericanos responsables de la lucha antiterrorista, que Al Qaeda es ahora más fuerte, eficiente y mejor organizada que antes del 11 de septiembre. ¿Lo puedes creer?

Bush y el Senado norteamericano acaban de anunciar un aumento de 25 a 50 millones de dólares como recompensa para quien pueda ayudar a capturar a Osama. Pero a nadie impresionan con eso. Ni antes ni ahora la administración Bush ha priorizado la captura de Osama. La prioridad en ningún momento fue Afganistán, ni los talibanes ni Osama Bin Laden. La prioridad siempre fue Irak y Sadam Husein. Lo que se quería, al decir de Donald Rumsfeld y Dick Cheney, era «una guerra de verdad, grande», y esa era la guerra contra Sadam Hussein.

En esa guerra, Estados Unidos ha malgastado centenares de miles de millones de dólares, matando centenares de miles de iraquíes, destruido a Irak, afectado su imagen internacional, perdido muchos aliados, provocando la muerte de más de tres mil soldados norteamericanos, y no puede exhibir logros tangibles, evidentes, más que el bochornoso ahorcamiento del dictador iraquí. Y lo peor, ahora están como antes en Vietnam, empantanados, encallados. No saben si retirarse derrotados o seguir peleando una guerra inganable. Mientras tanto, Osama y su Al Qaeda siguen en lo suyo, conscientes como lo estamos todos, que la llamada guerra contra el terrorismo y el anuncio de reanudar su captura, es puro cuento, o como decimos en castellano popular, puras chácharas.

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