A cada anuncio, una ovación. Los motivos de alegría han sido varios y, con ellos, ha surgido una suerte de esperanza que nos ha hecho creer que el mañana con el que tanto hemos soñado puede ser posible.
La esperanza, sin embargo, comienza a desvanecerse. Más allá de las promesas, que hablan de grandes intenciones, es poco lo que hemos visto. Y es que, a pesar de que el presidente Danilo Medina ha marcado las distancias, la realidad se ha impuesto: las cosas siguen prácticamente iguales (salvo los precios, que aumentaron a la par de la reforma).
Una de las peores cosas que se mantienen es que seguimos haciendo ricos a unos cuantos que negocian con las ventas al Estado. Hoy, vestidos cual si fueran Pymes, los negocios de ayer continúan sirviéndose a lo grande mientras los pequeños y medianos productores siguen esperando que se haga realidad el apoyo prometido por el Gobierno.
Vivimos en un país difícil. Hay demasiada gente acostumbrada a vivir muy bien a costa del Gobierno de turno. Ora a través de ventas, ora mediante peajes… las fórmulas son tan variadas como los negocios mismos. Prueba de ello son las grandes fortunas que, inexplicablemente, se amasan en cada administración gubernamental. Esta vez parecería que el Presidente quería que no fuera así. Los funcionarios, al parecer, no le han entendido bien. Ahora le toca detener esas mafias que, como denunció el senador Charlie Mariotti, se esconden detrás de las empresas pequeñas.
Éste, como otros tantos casos, debe llamarnos a reflexión. No puede ser que aquí no salgamos de una.