Los cimientos de la sociedad dominicana han sido extremadamente estremecidos. Con la trágica muerte de tres ciudadanos, ocurrida este martes, no sólo unas cuantas familias hoy están sumergidas en el luto, el llanto y el dolor, sino todo un país.
Un estado de shock, de aletargamiento, de pánico, de angustia y enlutamiento se ha apoderado de todos desde el momento en que la infausta y lúgubre noticia empezó a difundirse.
Los políticos, acostumbrados a sus pieles y almas de acero, también muestran rostros de compungimiento y terror.
Y hasta el Presidente de la República ha asumido la actitud propia de los predicadores de religiones congregacionistas pidiendo a sus subalternos poner la vista en la fe. Al margen de los apellidos, pasiones, posiciones y afiliaciones, hay un hecho doloroso que afecta la nación.
Ahora resta averiguar, revisar y reflexionar sobre qué es lo que está pasando en el país.
Este y otros tantos casos son la muestra de que en nuestra sociedad hay mucha violencia, ambición, deshumanización, prepotencia, desamor, abuso de poder y discriminación.
Los dominicanos ameritamos de hacer un alto para ponernos a reflexionar y corregir las tantas cosas que se nos están saliendo de las manos.
Y nadie podrá decir que estará seguro e inmune a cualquier situación dura.
Esto nos está convirtiendo en seres inhumanos, pedantes, despreciadores y, sobre todo, presa de una raíz de amargura capaz de todo.
El Presidente de la nación, los ministros de gobierno, los congresistas, empresarios, líderes sociales, padres de familia, maestros, las iglesias, absolutamente todos, deben analizar la forma de cambiar esta maldita tendencia que sólo apunta al afán y al amor desbocado a lo material, al poder y a los placeres.
El sendero actual nos está llevando a la auto-destrucción.