Entre discursos e insultos

Entre discursos e insultos

Se propone a los candidatos presidenciales que discutan sus programas de trabajo en un encuentro público. La sugerencia es positiva, ya que sin duda contribuirá a refrenar hirientes expresiones lanzadas al desgaire por dos candidatos. El Presidente de la República, Hipólito Mejía, muestra cáusticos recursos verbales.

El ex Presidente Leonel Fernández, al que se dirigen muchas de las invectivas de aquél, responde con aspereza.

Un encuentro televisado los obligaría a conservar cierta mesura. El adecuado aprovechamiento de los períodos de exposición y la necesidad de exhibir una ponderada conducta, podría encarrilar las pugnas futuras. O, al menos, hasta el 16 de mayo y la segunda vuelta.

El Presidente Mejía es incontenible. Lo fue cuando aún no era candidato presidencial por el Partido Revolucionario Dominicano, y posteriormente. A quienes le reclamaban una actitud diferente les ripostó aduciendo que su comportamiento reflejaba su franqueza. Nos aseguró entonces a todos los dominicanos que era un hombre de palabra y que no lo veríamos desdecirse. O actuar de modo diferente a cuanto pregonaba. Hace poco dijo que no debía modificar el tono de sus pronunciamientos porque el país se encuentra en días de pelea.

Pero Eduardo Estrella ha demostrado que es posible un discurso político moderado, sin diatribas para nadie. Fernández, que ha querido presentar imagen de hombre de Estado, debía calcar de este otro candidato. Y dejar al Presidente Mejía seguir en su cuadrilátero. Porque a fin de cuentas, una parte de los electores observa con atención el lenguaje y los modos de ser de los candidatos.

Quien hace vida pública se convierte en referencia para grandes sectores de la opinión nacional. Por ello conviene que las actuaciones públicas tiendan a elevar los niveles de civilidad de los pueblos en vez de despertar instintos primitivos. Ralph Waldo Emerson aseguró en sus «Hombres Simbólicos» que quien sobresale despierta la emulación. Las gentes conducen sus vidas por los mismos derroteros que abren sus dirigentes. La Iglesia nos propone la vida de los santos para que sigamos sus huellas en la

construcción de nuestra existencia.

Los políticos, propuestos guías de una nación, están llamados a cumplir el mismo papel, desde un altar de civismo. Todos sabemos que de santos no tienen nada. Pero la consideración debida a la comunidad, la necesidad de propulsar el crecimiento moral de los suyos, los obliga a guardar la compostura. Sin hipocresías.

Por ello, en las campañas deben enunciarse las expectativas de los aspirantes, tanto como el enfoque personal respecto de aquellos problemas que acucian un país. En cierta medida, lo uno se condiciona por lo otro, sin que por ello se eludan las críticas. Lo que resulta inconcebible es que se recurra a la denostación del adversario en un discurso sin contenido conceptual, mientras el pueblo ve crecer su pobreza.

Es verdad que vivimos tiempos de incontinencia ética y de exacerbada obscenidad. Proponemos las incorrecciones, las contravenciones a toda norma social, la concupiscencia, como plausibles expresiones conductuales. Pero, ¿un buen guía se deslizará por este derrotero de inmundicias, o nos rescatará del mismo a sus coterráneos? Si el cultivo de la bajeza fuese distintivo del quehacer político, aún viviríamos en el neolítico. El salto dado por la humanidad no se debe únicamente a que conducimos vehículos o manejamos ordenadores o computadoras.

Ese avance es debido a la metamorfosis moral del individuo. Aún antes de que se escribiese sobre el devenir humano, conductores que concibieron la cualificación de la existencia, llamaron a las puertas de la conciencia social. Esos gobernantes, lejos de dejarse arrastrar por las groserías, decidieron que al ser humano corresponden más altos y nobles niveles de vida. Y hacia esas metas condujeron a clanes y tribus, hasta darles visos de nación. Esto debía ser comprendido por nuestros candidatos cuando se enzarzan en insulsas agresiones verbales.

Contemplarlos en un debate público respecto de lo que pretenden hacer, aún los que nada hicieron, contribuirá a moderar el lenguaje que usan. Y hasta podría inducirlos a cultivar la cría de ideas, lo cual, más temprano que tarde, será fragua de mejores gobiernos.

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