El impacto de discursos elocuentes no testimoniados, se desvanece pronto
Jorge Negrete cantaba “Entre suspiro y suspiro….Me está matando el querer”. Parodiándolo, pudieramos decir que entre discursos y discursos están matando la esperanza de una democracia socioeconómicamente eficaz y eficiente al acostumbrarnos, lamentablemente, a prestarle más atención a los discursos que a las acciones; como si estas, entre aquellos o tras ellos, no fueran tanto o más importantes.
No con ello denostamos ni subestimamos discursos.
Compartimos con el repúblico español Manuel Azaña que en política el discurso es parte de la acción y con Napoleón Bonaparte que el discurso político debe concitar ilusiones.
El cinco veces presidente ecuatoriano Velasco Ibarra sostenía que le bastaba para ganar, balcones para pronunciar discursos.
Balaguer desarticulaba con discursos adversidades gubernamentales, y desarmaba adversarios conversando; pero también recurrió a la admonición evangélica: “por sus frutos los conoceréis”
Los discursos hay que testimoniarlos con realizaciones.
Bien le dijo la esposa del presidente norteamericano Lyndon Jhonson, cuando este se quejaba que su elocuente discurso durante las protestas contra la guerra de Vietnam no desarticularon movilizaciones de jóvenes apostados ante instalaciones gubernamentales emblemáticas norteamericanas: “no basta la elocuencia del discurso, se requiere la elocuencia de las acciones”
Si bien siempre ha sido así, las pandemias que sufrimos, el empoderamiento ciudadano y la comunicabilidad presidencial-rendiciones de cuentas mensuales y otras manifestaciones-hacen más necesarias las realizaciones.
El impacto de discursos elocuentes no testimoniados, se desvanece prontamente.
Hubiera sido mejor que la ilusión forjada con el discurso del 27/02 estuviera acompañado de mejor programación, información y organización de la vacunación contra COVID, demostrando que no se agotarían dosis para evitar alarmas aglomeradoras.
Si el Pacto Eléctrico firmado hubiera alcanzado mayor consenso. Si la barrera fronteriza no dependiera del financiamiento externo que no se conseguirá porque la agenda internacional está en puentes, no en muros. Si el “secuestro” de cineastas hubiera sido encarado sigilosamente.
Y si se demostrara que fondos para financiar empresas le están llegando y no quedándose en bancos tentados a dolarizarlos y/o a mejorar, de fachada, su cartera; que no es cierto que la tasa “0” para el agro ya se agotó. Si el aumento de precios de combustibles impuesto el día antes del discurso hubiera guardado más proporcionalidad con precios internacionales.
Si los gastos en subsidios, burocracia y deudas hubieran dejado de consumir la totalidad de recaudaciones, para testimoniar, comprehensivamente, discurso austerizador. Si se hubiera explicado por qué las construcciones, de seguir tendencia de enero y febrero, no llegarían al 15% de lo presupuestado para todo el año.
La eficacia socioeconómica de nuestra democracia requiere testimoniar discursos con realizaciones.
Hay oportunidad para ello, entre discursos y discursos, abundantemente pronunciados.