Entre el cuartel y la universidad (1)

<p>Entre el cuartel y la universidad (1)</p>

  FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
Apreciado amigo Dientzenhofer: El texto platónico es una conversación entre Sócrates y Glaucón. Dice así: “Unos hombres se encuentran bajo tierra en un recinto cavernario. […] En esta morada, atados por los muslos y la nuca, desde la infancia tienen los hombres su residencia. También permanecen por ello en el mismo sitio, pudiendo solo mirar a lo que tienen enfrente de ellos.

Mover la cabeza en torno no les es posible, puesto que están encadenados.” […] tal especie de hombres, desde un principio, jamás han obtenido otra visión, sea de sí mismos, sea de los demás, que las sombras que sobre el muro de la caverna que tienen enfrente arroja (constantemente) el resplandor del fuego”. La pantalla del cinematógrafo o la pequeña ventana iluminada de la televisión, son los miraderos habituales de que dispone el hombre común. Son instrumentos técnicos capaces de moldearnos y condicionarnos. La “sagacidad” de Platón arranca de su poca confianza en las cosas que percibe. El testimonio de los sentidos -de los ojos en particular- no le parece suficiente. El método de Heidegger es el de su maestro Husserl, fallecido en 1938. Frente a los fenómenos que aparecen en el mundo debemos suspender el juicio… e iniciar una exploración que nos conduzca a lo que verdaderamente son, antes de enunciar una proposición “positiva”. ¿Sospechaba Goebbels que estas alambicadas reflexiones sugerían que los alemanes vivían aprisionados en una caverna desde la cual era imposible conocer la realidad? Hace un poco mas de dos años Panonia me escribió una carta desde Praga. En esa carta me decía que el hombre es “un animal palabrero”. Afirmaba ella que la literatura imaginativa, el pensamiento filosófico y la investigación científica terminan -los tres casos- en un montón de palabras. ¡Cuánta razón tiene Panonia en sus observaciones! Los antropólogos contemporáneos consideran que el incremento de la inventiva humana esta ligado al desarrollo del lenguaje. Pero Panonia también me decía en esa carta que los viejos policías de la seguridad del Estado son ahora asesores del alcalde de Praga; y que uno de ellos opinaba que los estudiantes siempre tienen “la boca llena de palabras”, mientras que los políticos actuaban -producían hechos- y expresaban únicamente monosílabos. El ex comisario ayudante del alcalde obligó a Panonia a preguntarse si el hombre es o no un “animal carnicero”. (Tal vez la verdad sea que los palabreros “fomentan” la civilización y los carniceros la entorpecen y obstruyen).

Recuerdo los ojos y la risa de Panonia casi todos los días. La belleza y la inteligencia de esa mujer eran dos cosas que saltaban a la vista. A pesar de ser mucha su belleza y mucha su inteligencia, eran menos que su alegría.

Panonia no solo “tenía razón” en tal o cual asunto de los que conversaba; tener razón es poca cosa; la razón solo exige coherencia lógica. Panonia tenía razón y “ligazón”. Ella estaba soldada a los afectos, vinculada a sus hermanos y tíos, amigos y compañeros de estudios, profesores y vecinos. Esa manera de existir sobrepuja la lógica y la envuelve en una articulación con la vida y el mundo. Panonia exhibía sin quererlo una filosofía “omniabarcante”; pero no expresada formalmente; quizás era algo inconsciente de lo que no se percataba ella… aunque no estoy tan seguro. Panonia tenía la sonrisa impresa en la cara. Si hay una mujer satisfecha en el mundo, esa es Panonia. Esparcía la satisfacción a su alrededor. Ella tuvo un maestro alemán, graduado en Heildelberg, que fue discípulo de un pensador húngaro que emigró a Inglaterra cuando Hitler ascendió a canciller.

Ellos -Panonia, su maestro y el maestro de su maestro- conocían con detalles la historia reciente de Alemania. Escuché en Budapest anécdotas jocosas acerca del mariscal Goering. Ahora necesito saber más acerca de la personalidad de Goebbels y no puedo hablar con Panonia.

Goebbels era un hombre de cara triangular y de labios apretados; tenía un pie contrahecho y en la pierna correspondiente alguna atrofia. Con su esposa Magda engendró seis hijos: Helga, Hilda, Helmut, Holde, Hedda y Heidi. Todos los nombres de sus hijos comenzaban con la letra hache. ¿Era en honor a Hitler? ¿Se trataba de una tendencia maniática por la uniformidad? Los lideres nazis se sentían responsables de la prolongación y expansión de la cultura alemana. Tenían pretensiones imperiales; hasta el punto de que hablaban sin tapujos del “milenio alemán”, como si fuera la reedición del imperio romano. En el Partido Socialista de los Trabajadores Alemanes los dirigentes discutían temas políticos e ideológicos conectados con la historia social de los pueblos germánicos. Los nazis, según cree un biógrafo de Goebbels, suponían ser herederos plebeyos de los Habsburgo y de los Hohenzollern, dos apellidos con la letra hache, como el del Führer. Por hoy basta. Reciba saludos de L. Ubrique.

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