Entre el ideal y la realidad

<p>Entre el ideal y la realidad</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
Juan Pablo Duarte Díez formuló un modelo de República que se advierte en sus proyecto de Constitución y cartas. Sus amigos y adversarios, que continuaron en su ausencia la obra independentista por él iniciada, llevaron a cabo un modelo fundado en la realidad inmediata. Ni siquiera se concibió un modelo posible. Tal vez a ello se deba que aún muchos adviertan que la República Dominicana es, todavía, un proyecto. Y acuden a raíces más profundas cuantos afirman que la nación misma que sustenta aquella estructura política, es un proyecto de nación.

La idea de nación, sin embargo, latía en el corazón de los dominicanos desde muy temprano del siglo XIX. Exacerbada a veces desde fuera, la sensación de que éramos un pueblo distinguible entre tantos otros, vivió con nosotros desde la cesión a Francia en los días finiseculares del XVIII. La reconquista fue elemento político neutro en el proceso de cimentar la conciencia nacional, sin embargo. Porque si bien debió catapultar la emoción patria, su fracaso se volvió retranca en este proceso.

Además, éramos muy pocos. En los días en que don José Núñez de Cáceres concibe su república efímera, Santo Domingo, la capital, albergaba menos de veinte mil personas. El territorio nacional, con una población dispersa, aislada en muchos casos, no sobrepasaba el medio millón de personas. Imprecisos los censos levantados por la Iglesia, no reflejaban la cuantía habitacional, que por otro lado, carecía del sentido de cohesión social. Salvo las personas que vivían en comunidades impulsadas por el instinto de conservación y supervivencia, y que por ello mismo mantenían vínculos asociativos estrechos, el resto era un pueblo disperso y sin arraigado sentir patrio.

Un sentimiento muy profundo sin embargo, los separaba de Haití. Mi abuela materna, María Encarnación Hidalgo, que por razones de vínculo matrimonial heredó tradiciones históricas sobre ese período, refería a sus nietos del odio de Pedro Santana hacia los haitianos. Su marido José, mi abuelo materno, le contaba del éxodo de aquella población española y criolla de la frontera, que debió emigrar hacia el este con el levantamiento esclavo de Haití. Todo cuanto olía a blanco o mulato se pasaba a cuchillo de los esclavos rebelados.

Sin embargo de que en un segmento poblacional se mantenía este enardecido sentimiento, el mismo no fue óbice para que criollos españoles accediesen a escribir a Haití pidiéndole a Juan Pedro Boyer la ocupación de la parte este. No fueron muchos. Pero fue un grupo representativo, si tenemos en cuenta el instante en que ello aconteció al finalizar el año de 1820. Y torna el fantasma de la economía a hacerse presente entre nosotros. Porque fue el estancamiento que se sufría entonces, la sensación de estar abandonados de España, lo que, tras la

reconquista, nos conduce a dar este paso. Que, por otro lado, fue impulsado desde Haití so pretexto de que alguna potencia europea podía recolonizarnos tras la independencia proclamada por Núñez de Cáceres.

Este es el panorama al que se enfrenta el joven Duarte, obsedido de la idea de la separación, a su regreso de España. Este es el pueblo al que concita hacia la independencia. Este es el amasijo humano al que llama, a través de las células trinitarias, a sostener el ideal patrio.

Mucho hicieron sus amigos, si analizamos objetivamente un panorama tan triste y pesaroso. Tal vez, por ello, sufrimos gobiernos malos y corrompidos, y poco inclinados a impulsar el progreso de nuestro pueblo. Y es que nunca formulamos, ni en 1844 ni después, una República posible.

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