Entre el morbo y la justicia

Entre el morbo y la justicia

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
El sacerdote colombiano Camilo Torres se desesperó ante la injusticia y se convirtió en guerrillero. Noble indignación pero inadecuada selección del camino hacia combatir las injusticias.

Para que triunfe el brazo político armado, el núcleo debe desarrollar una labor muy intensa y extensa, para convertirse en una fuerza masiva, debe tener un discurso que interprete fielmente las aspiraciones de la mayoría y un quehacer que rompa la barrera del miedo colectivo que se tiene a la  imposición armada, brutal, arbitraria y clasista de los sectores de poder que mandan desde siempre: ricos, iglesia, militares y potencia extranjera.

Muchos no respetaron el axioma: lucha de masas + motivación + respaldo popular + respaldo armado + saber cuándo y dónde actuar = triunfo.

Hilvanar cuidadosa y pacientemente los distintos ingredientes y actuar con la cabeza fría, se traducen en el éxito de la lucha.

La injusticia es familia cercana de la corrupción, surge del amplio tronco del abuso de poder, la superchería, la ambición desmedida, la compra de conciencias, la falta de escrúpulos, la carencia de conocimiento, del irrespeto de la escala moral.

Desde siempre, hay corrupción en todos los estamentos de la sociedad; lo que se trata es de acorralarla, condenarla y disminuirla a su máxima expresión.

Me preocupa la facilidad, la alegría y la irresponsabilidad  con la cual quienes detentan el poder: en la prensa, en los gobiernos en la oposición, acusan a cualquier persona de corrupción.

Es muy dañino el uso de los medios de prensa para publicitar acusaciones, muchas veces carentes de verdad y de documentación que permitan una decisión condenatoria del sistema judicial.

Pero no importa: la declaración, la acusación, fue formulada por un funcionario público, por un dirigente de la oposición o por un grupo de presión.

En ocasiones las acusaciones se han hecho con ánimo de dañar y, por tanto, se presentan ante los tribunales con carencia o insuficiencia de pruebas, pero ya el daño está hecho a través de las denuncias de prensa: se ha satisfecho el morbo personal de un funcionario, de un dirigente político.

Una acusación de corrupción es como lanzar una piedra chata sobre la superficie de un río: nadie puede saber cuántos círculos concéntricos se formarán, cuántas veces la piedra chocará con la superficie, nadie puede recoger ni devolver la calma al charco.

El río es el mismo; las agua no. Aunque al otro día una noticia diferente ocupe la primera página, las aguas no olvidan la piedra chata que formó los círculos concéntricos el día anterior.

La sociedad es como el río: no olvida la denuncia de corrupción y siempre dirá que hubo un arreglo en o fuera de la justicia para que la persona señalada no fuera condenada.

En la supuesta lucha contra la corrupción hay más morbo que verdad. No se respeta el derecho a la justa fama; no hay confianza en las decisiones judiciales. Tal parece como si quisiéramos que el adecentamiento de la sociedad se hiciera con declaraciones altisonantes que tienen mucho ruido y ninguna nuez.

Así no fue que hablamos.

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