El premio Nobel de la Paz fue instituido por el inventor y empresario industrial sueco Alfredo Nobel.
Es uno y el más relevante de los cinco grandes renglones concebidos. Desde su fundación hasta 2009 ha sido otorgado en 90 ocasiones a un total de 120 laureados, 97 personalidades y 23 instituciones, lo que no incluye la última premiación cuando le fue concedida al recién electo Presidente de los Estados Unidos Barack Obama.
De acuerdo con el testamento de su promotor, el premio debía merecerlo la persona que más o mejor haya trabajado a favor de la fraternidad entre naciones; la abolición de ejércitos existentes; la celebración y promoción de procesos de paz. El listado de las personalidades premiadas es variopinta.
Abigarrado, ofrece una variedad de especimenes que podemos clasificar entre las virtudes del poder y de la gloria. Estos últimos, por fortuna, prevalecen (Mandela, Madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Martin Luther King, Jimmie Carter, Kofi Annar), para solo mencionar algunos de los recientes.
Sus nombres, inscritos en el corazón de los pueblos con escalpelo diamantino, nos hablan de su grandeza, de su profunda espiritual humana y la pureza de su compromiso social asumido fiel a su conciencia solidaria.
Pero el poder, tiene otras aristas. Se mueve en su propia dirección. Después de la irreflexiva elección del Canciller Henry Kissinger (Vietnam) o la precipitada de Barack Obama, presuntamente para celebrar el primer negro que tiene asiento propio en la Casa Blanca, y sus promesas pacifistas aún no cumplidas, uno pudiera pensar que cualquier cosa puede suceder. Desconozco si esos premios les llegaron de sorpresa, o si fueron frutos de cabildeos o lobbistas eficientes, prestos a cualquier intento, contando con el patrocinio siempre influyente del poder.
Hay que abonar a propósito de cierta campaña, no ajena ni ingrata al presidente Fernández Reyna, como la reelección, que éste, ciertamente, se ha afanado más que ningún otro gobernante por proyectar una imagen internacionalista de estadista preocupado, hasta ser reconocido como un entusiasta conciliador de conflictos entre las naciones; un promotor de cónclaves y cumbres de gobernantes para la conciliación y confraternidad de naciones amigas de la región; un incansable viajero, procurando encuentros y entrevistas con sus homólogos, demócratas y dictadores, de tu a tu, participando en conferencias de organismos internacionales y universidades, paseándose por todas las regiones del mundo, con su libro cibernético y sensiblero bajo el brazo, como un predestinado, verdadero misionero de la Paz, la Fraternidad y el Progreso.
No importa lo que suceda a lo interno de su país. No importa lo que haya hecho o lo que haya dejado de hacer o permitido. Eso no tiene la menor importancia en el libreto. El Nobel de la Paz, cierra los ojos.
De manera que deberíamos sentirnos, como sus alabarderos, orgullosos de que un dominicano sea nominado para recibir ese galardón y acompañarlo, con todo su séquito, si fuera dable una hazaña que creíamos imposible: uno de los nuestros recibiendo en Oslo el premio otorgado a los privilegiados del mundo.