Entre filos rotos y un violín desafinado

Entre filos rotos y un violín desafinado

POR GRACIELA AZCÁRATE
Las cadenas de noticias informaron que Ariel Sharon empezaba a dar muestras de salir del efecto de los calmantes, y que sus ojos giraron cuando escuchó en una grabación la voz de uno de sus nietos.

¿Qué estará pasando en el cerebro del viejo halcón, dañado por un derrame masivo?

A lo mejor empieza a recordar su vida, y como en una suerte de iluminación revive a su padre, el agrónomo Shamuel Shnaiierman y a su madre, la estudiante de medicina Vera, que inmigraron a Israel, después de la primera guerra mundial. Cuentan sus biógrafos que los padres huyeron de Europa oriental y que por todo ajuar se llevaron un violín y un cuchillo.

Cuando su hijo Ariel nació el 26 de febrero de 1928, en el poblado agrícola de Kfar Malal decidieron regalarle aquellos dos instrumentos emblemáticos.

A los seis años el padre le entregó el violín para “enriquecer su alma” y a los trece le confió el cuchillo “para que se defendiera de sus enemigos”.

A lo mejor, en la agonía, como en aquella memorable novela de Carlos Fuentes “ La muerte de Artemio Cruz” el viejo guerrero pasa revista a los hechos más importantes de su vida, sus amores, sus errores y esas zonas oscuras y viles que pueden ensombrecer un destino vital.

Si Artemio Cruz se animó en su lecho de muerte a revisar sus traiciones a la revolución mejicana y a los ideales revolucionarios, ¿ qué se dirá Ariel Sharon, a sí mismo y a sus padres escapados de los pogroms de la Rusia zarista sobre su responsabilidad en los campos de Sabra y Shatila?

 La masacre de los campos de refugiados de Sabra y Shatila, en Beirut Occidental, se llevó a cabo entre el 16 al 18 de septiembre de 1982. Perecieron unos 2.000 hombres, mujeres y niños palestinos y poco tiempo antres de producirse, los combatientes palestinos y soldados sirios, se habían retirado del Líbano como parte de un acuerdo promovido por Estados Unidos. Por tanto los civiles palestinos no tuvieron protección alguna frente al Ejército israelí y sus aliados falangistas.

La matanza de Sabra y Shatila tiene su antecedente en 1976, cuando los falangistas libaneses masacraron a 1.500 libaneses musulmanes en los barrios de Qarantina y Maslaj, en Beirut Oriental, y a cientos de refugiados palestinos en el campo de refugiados de Tel Zaatar.

Diversas investigaciones revelan que murieron unos 18.000 civiles, libaneses y palestinos, durante la invasión del Líbano de 1982, que fue promovida personalmente por Ariel Sharon.

Tras llegar hasta Beirut y sitiar y bombardear esta ciudad durante varios meses, las fuerzas israelíes se retiraron hasta el sur donde ocuparon una franja de territorio que debieron abandonar ante el ataque guerrillero de Hezbollah.

En 1982, la presión internacional fue de tal índole que Israel se vio obliglada a crear una comisión de investigación dirigida por el presidente del Tribunal Supremo, Yitzhak Kahan.

El informe de la Comisión Kahan señaló que en septiembre de 1982, el primer ministro Mehanem Beguin, el ministro de Defensa Ariel Sharon y el jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, Rafael Eitan, decidieron que el Ejército israelí penetrara en Beirut Occidental, donde se hallaban los campos de refugiados de Sabra y Chatila.

El propio Eitan declararía más tarde que esa misma noche él y Sharon acordaron que los falangistas entrarían en el campo de refugiados. El 15 de septiembre de 1982 comenzó la entrada de las tropas israelíes en Beirut Occidental.

El 16 de septiembre, la Oficina del ministro de Defensa publicó un documento en el que resumía en dos frases las instrucciones de Sharon con respecto a la entrada de las tropas israelíes en Beirut Occidental: “Sólo un elemento, es decir las Fuerzas de Defensa Israelíes el Ejército israelí, dirigirá las fuerzas presentes en el área. Para la operación en los campos, serán enviados los falangistas”. Ese mismo día la masacre comenzó.

Eitan anunció, “Toda la ciudad está en nuestras manos,… los campos están rodeados y los falangistas van a entrar en ellos”. Ese mismo día los falangistas entraron en los campos de Shatila, y comenzaron los asesinatos, las violaciones y las torturas. Dos semanas después de la matanza, la revista Time señaló que Sharon había planeado “desde hacía varios meses” la utilización de los falangistas para atacar los campos y había discutido la acción con Bashir Gemayel, el líder de los falangistas.

El diario israelí Haaretz concluyó que el objetivo real de la masacre era el de lograr “la expulsión total de la población palestina del Líbano”.

El profesor Jonathan Frankel, de la Universidad Hebrea, escribió tres meses antes de la masacre un artículo en el diario Jerusalem Post que dice: “Existe la intención de crear un estado de pánico para provocar una huida masiva de los palestinos hacia Siria y convencer a la población palestina que ya no estaba a salvo en el Líbano. Ariel Sharon nunca ha hecho un secreto de esta estrategia suya. El quiere eliminar la presencia palestina y Siria del Líbano y establecer allí un gobierno cristiano proisraelí, destruir a la OLP y anexionarse los territorios de Cisjordania y Gaza. Más tarde, se produciría la expulsión hacia Jordania de la población palestina de estos territorios”.

El profesor Frankel resumió el plan de Ariel Sharon para completar la “solución final al problema palestino”, solución que tanto él como otros extremistas y dirigentes de derecha de la elite israelí tienen planeada desde hace varias décadas.

Varios periodista, analistas y especialistas en Medio Oriente que visitaron las regiones del Libano de Sabra y Shatila se refieren a ese genocidio de la siguiente manera: “La obscenidad de las matanzas, sus detalles de sadismo, el paisaje surrealista de cuerpos hinchados por el sol y edificios demolidos por excavadoras, todo esto contribuyó a bloquear las pruebas menos visibles de una cuidadosa planificación logística”.

Un periodista norteamericano que visitó la escena de la matanza, dijo “en la guerra estas cosas pasan” pero otro le contestó: “estas cosas no pasan simplemente sino que son resultado de algo”.

“Shatila y los barrios de los alrededores ofrecían escenas de caos y desolación, llenos del olor de la muerte, de mujeres que lloraban y maldecían a los gobiernos árabes, de periodistas en busca de testigos, de cuerpos y brigadas de enterramiento. Las excavadoras, con letras hebreas perfectamente visibles, traídas para demoler las casas sobre los cuerpos, permanecían como testigos mudos”.

La Cruz Roja Internacional y la libanesa, así como la Defensa Civil se dedicó a enterrar los muertos. Hubo enterramientos masivos como por ejemplo la enorme tumba colectiva situada en la encrucijada entre la calle Abu Hassan Salamremeh y el bulevar del aeropuerto. Muchas familias se llevaron los cadáveres de sus deudos para darles la debida sepultura y muchos supervivientes abandonaron la zona.

Casi ignoradas por el resto del mundo quedaron tres investigaciones palestinas llevadas a cabo por activistas e investigadores ligados al movimiento nacional. Los documentos recogidos se destruyeron, en la Batalla de los Campos, que comenzó en mayo de 1985, y cuando el ejército arrolló los archivos por las calles durante uno de sus registros en Fakhany.

Otro investigador presente en aquella época se dedicó a reclutar a colegas y vecinos de Shatila para llevar a cabo una investigación de la matanza.

Su objetivo consistía en reconstruir exactamente lo sucedido a través de relatos de testigos oculares, y calcular el número de muertos y desaparecidos. Entrevistaron a más de 120 testigos antes de verse obligados a interrumpir su labor por la explosión que se produjo en el Centro de Investigación en febrero de 1983 y la mayoría de los empleados fueron detenidos y deportados.

Un periodista refiere que: “Al visitar Shatila después de la matanza impresionaba la energía con la que la gente -sobre todo las mujeres- reconstruían sus hogares antes de la llegada del invierno. Se inscribió a los niños en el colegio y se trasladó a los heridos y enfermos para que pudieran recibir tratamiento. Los colegios y las clínicas trabajaban a toda velocidad para recobrar la normalidad”.

Veinte años después, los agresores como Robert Hatem, apodado “Cobra”, guardaespaldas del comandante Elie Hobeika de las fuerzas libanesas escribe un libro de memorias donde trata de exonerar a Sharon de su culpabilidad en las matanzas y dice que todo fue producto de los grupos de presión israelíes o libaneses en Washington como posibles iniciadores.

Ariel Sharon el gran artífice y responsable de esa gran matanza, libra su última batalla de antemano perdida.

Los armenios dicen que los crímenes de guerra nunca quedarán enterrados del todo mientras un “pueblo” viva. Mientras perviva la memoria de los sobrevivientes de Sabra y Shatila, el general israelí Ariel Sharon permanecerá insolente y vivo, debatiéndose entre filos rotos y mellados que ya no lo defienden de sus enemigos y recorrido por los aires de un violín desafinado que tampoco enriquece su vida.

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