Entre Hillary y Trump

Entre Hillary y Trump

Lo que podría explicar la cerrada competencia electoral en Estados Unidos desborda las candidaturas a la Presidencia, porque todo el proceso de transformación de las propuestas políticas comenzó hace años, y hoy, en medio de la contienda, pocos recuerdan el punto de partida que irónicamente tiene a dos de sus ciudadanos con la peculiaridad de cargar las mayores cuotas de rechazo en las últimas décadas.
Antes, el común denominador de la lucha entre demócratas y republicanos colocaba en el centro del debate los componentes ideológicos que matizaban una confrontación con campos claramente deslindados. Ahora, el enfrentamiento se torna trivial debido a que ambas militancias se movilizaron en el orden de las conveniencias coyunturales, dándole al elector razones para un divorcio de la histórica base social de organizaciones distanciadas alrededor de ideas, conceptos y valores bien definidos.
Desde que la lucha por los derechos civiles definió una parte esencial del debate político, afroamericanos, hispanos y liberales entendieron que ser demócrata constituía su sombrilla electoral. Más adelante, la decisión judicial de Wade-Roe y la oficialización de matrimonios entre personas de un mismo sexo llenó de alegatos una plataforma que asocia las opciones partidarias alrededor de ideas muy claras. El reverso de la moneda, tiene en reducir los gobiernos locales, disminuir los programas sociales, limitar fondos públicos para el aborto, estimular el poder de la Asociación Nacional del Rifle y fortalecer las políticas restrictivas alrededor de los flujos migratorios, como el alma y esencia del Partido Republicano.
La verdad es que Hillary Clinton no es la clásica expresión del pensamiento liberal. Y eso viene de lejos, ya que el ascenso al poder en 1992 de su marido constituyó una metamorfosis política hábil y electoralmente bien pensada, capaz de recuperar el centro en el orden ideológico, liquidando la tesis de los radicalismos. Así se ganaba una franja de ciudadanos que, no se definían conservadores, pero los alejaba del partido el discurso incendiario y la influencia de exponentes de la izquierda liberal.
Cuando el Partido Demócrata optó por Barack Obama frente a Hillary Clinton envió una señal de querer un partido menos corporativo y en capacidad de devolverlo a sus raíces. De nuevo, define un rumbo programático con un Bernie Sanders con la tenacidad y fortaleza de no conseguir la candidatura, pero transformar la plataforma organizacional por vía de una aspirante que necesita aproximar sus propuestas a esos soñadores idílicos y entusiastas jóvenes que amenazaron en la lucha interna a una aspirante que parecía imbatible.
Lo de Donald Trump responde a la regresión del típico conservadurismo estadounidense que, alejándose de las minorías, creó distancias insalvables con un segmento del electorado por la carga de extremismo de sus voceros fundamentales. Por eso, aunque los republicanos menos radicales alcancen la candidatura de mayor importancia, están obligados a conseguir un compañero(a) de ruta que los mantenga cerca de una base electoral propia y de fundamental ascendencia: Sara Palin, Paul Ryan y Mike Pence expresan la vitalidad de las ideas que imperan en su partido.
El diseño electoral del Partido Republicano podría disgustarnos, pero apela al desgano, cansancio y hartazgo del ciudadano de clase media sin perspectivas de mejoría económica que identifica al inmigrante como su enemigo interno y al terrorismo del desafío fundamental.
La actual disputa presidencial no es mejor ni peor que las anteriores. Eso sí, desfigura la concepción de aspirantes bien articulados, básicamente en el ámbito del Partido Republicano.

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