Entre Irak y Vietnam

<p><span>Entre Irak y Vietnam</span></p>

PEDRO GIL ITURBIDES
Como de un péndulo van las emociones de todos los estadounidenses de Irak a Vietnam. Y es que el viejo fantasma del Gato Giap, con Ho Chi Ming como estratega político, pende de los recuerdos de la nación más poderosa de la Tierra. Ya lo era entonces, cuando tuvo que sentarse en la capital francesa, a negociar el humillante tratado que le devolvió el alma. Pero las secuelas todavía se sufren, y parecen colgar de los pechos de cada ciudadano.

Por eso la lucha política en el Congreso federal, en Washington. Los congresistas demócratas, que son mayoría desde las elecciones de noviembre pasado, se niegan a admitir el envío de otros veinte mil soldados a Irak. Como mucho, han dicho algunos legisladores demócratas, admitirían otros diez mil hombres. Pero el doble ¡ni hablar! ¡Santa sea la diferencia! Pero es sintomática. Proyecta el viejo fantasma. Aquella promesa de triunfo que nunca llegó, y que, en cambio, se tornó una claudicación que dislocó, moralmente, a la gran nación.

Estados Unidos de Norteamérica no quiere vivir por nueva vez esa pesadilla. George W. Bush tiene su propio enfoque, concentrado en una ofensiva que se cumple desde hace aproximadamente dos meses. Para ello necesita otros veinte mil soldados que al decir de quien comandó las brigadas estadounidenses hasta hace poco, el general George Casey, no son indispensables. Pero admitió que permitirían a su sucesor al mando, el teniente general Davie Petraeus, “mantener una gran flexibilidad”. Los senadores demócratas y algunos republicanos no quieren saber de esa flexibilidad.

También en Vietnam la lucha era ganable. Tal cual ahora se contempla en Irak. Era cuestión de veinte mil soldados más. Y de veinte mil en veinte mil, Estados Unidos de Norteamérica vació su fortaleza moral en una lucha en la cual nada le iba ni le venía. Heredaba a Francia en ese pleito, que los propios políticos de Washington exacerbaron al permitir, o propiciar, el asesinato de los hermanos Dim. Querían una democracia en Vietnam y esos tiranuelos aliados de occidente eran un tormento.

Pero los vietnamitas no conocían ese sancocho occidental al que los políticos de Washington llaman con tanto vigor, democracia. De manera que al eliminar a esta familia del control del gobierno en Vietnam del Sur, se perdió, definitivamente, el control de aquellas tierras. Pero medió la decadencia moral y política de la gran nación, que llegó a exhibir uno de esos pecados de diaria comisión, siempre ocultables, cual fue la asechanza en Watergate.

Ahora de nuevo depende la lucha de un chín de soldados. Pero los osados fanáticos religiosos musulmanes tienen una percepción distinta del chín. Alcanzan la gloria cuando se inmolan, bomba de alto poder al pecho, y matan a sus adversarios. ¿Cómo acabar con un enemigo de tales ínfulas? Tal vez no se lo han dicho a Bush al oído, pero ese enemigo suele ser imbatible. Porque todos queremos ir al cielo. Y nadie al infierno.

De ahí que un senador republicano, Chuck Hagel, y dos demócratas, Carl Levin y Joseph Biden dijeran que “no es de interés nacional” enviar más tropas a Irak. Y cuanto es peor, consiguieron la semana pasada que esas palabras fueran parte del texto de una resolución aprobada en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta. Es verdad que aún a muchos demócratas, y a buena parte de los republicanos, les pareció muy dura la expresión. Por ello negociaron un acuerdo “consensuado”. Pero aún este último se dirige a una fórmula que no ponga en Irak el número de soldados que quiere Bush.

Y es que aunque la península de Indochina es una zona de vida húmeda de bosques nubosos e Irak es seco y árido, no hay dos tierras que se parezcan más. Y el péndulo marcha de la una al otro sin lograr detenerse. Por culpa del viejo fantasma.

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