Existe la inveterada costumbre en el macho dominicano de llamar mi mujer a su pareja.
Tan arraigado está el concepto que hasta cuando se marcha a Estados Unidos, o sienta raíces en otras tierras, sigue calificando de este modo a su media naranja aunque la haya dejado abandonada en la tierra que les vio nacer y formar familia.
Nada de pecaminoso tiene el calificativo entre nosotros, acostumbrados como estamos a expresarnos en jerga. Pero al foráneo el término le resulta sorprendente.
El sentido de pertenencia está muy desarrollado en la mentalidad del hombre criollo.
Quienes escribimos textos – no importa si del género periodístico, bachatero o merenguero sabemos que casi siempre éstos se sustentan en experiencias.
Muy conocidos son, por ejemplo, los mensajes subyacentes en dos viejos temas que popularizó Johnny Ventura ( Y el hombre lloró o aquel que sentencia que el negrito es el único tuyo).
En las relaciones de parejas las desavenencias tomaron profundidad desde que se masificaron los viajes al exterior.
La responsabilidad de la desunión familiar la comparten por igual tanto el hombre como la mujer, por las causas que fueren.
Con todo y su trasnochado machismo, los que quedaron aquí se acomodaron muy rápido a los periódicos envíos de las remesas, expresados en euros, dólares o florines.
Siempre he tomado posición neutral a la hora de decidir entre el machista intolerante y la mujer que abandona el nido.
Las separaciones han estimulado la violencia de género.