Entre la confesión y el reto

Entre la confesión y el reto

MANUEL GRASALS
Que la sociedad dominicana está vuelta un caos es una realidad, un argumento que tiene carácter de axioma y que deben manejar con sumo cuidado los líderes, particularmente los políticos. Si se está en esta última condición, afirmar o admitir que nuestra sociedad es un caos podría, entre otras cosas, interpretarse como que quien lo expresa está en condiciones de revertir esa realidad o esforzarse por lograrlo, o que estaría confesando la parte de culpabilidad que le corresponde por la situación.

En nuestra sociedad, probablemente algunas formas de consenso son realmente elementos del caos, aunque con apariencia de orden y armonía. Esta connotación es válida cuando el consenso pretende dejar «ilesos» intereses que deberían ser afectados por las nuevas reglas de ordenamiento, y cuando los resultados de los arreglos tienen características muy diferentes a las que les atribuyen sus autores.

Vayamos al caso de la reforma fiscal «consensuada» recientemente. La misma deja intacto, y valida de hecho, el caos que, por ejemplo, determina que una proporción importante del ITEBIS, quizás un 50%, no llegue a las arcas del Estado. En cambio, se prefiere ampliar la base de aplicación de ese gravamen con todo y sus previsibles efectos inflacionarios, aunque se afirme lo contrario.

Las negociaciones para la reforma fiscal, por otra parte, dejaron fuera al interlocutor que resultará y ha resultado siempre más perjudicado: el consumidor. Una variante del caos, sin duda.

El caso de la reforma fiscal no es el único. Hay muchos elementos del caos que la gente conoce.

Es parte del caos la casi evidente impunidad de delitos de cuello blanco, en contraste con la presteza con que son combatidas formas de delito común de poca monta.

Pues bien, a un año de elecciones congresionales y municipales la admisión o confesión de que la sociedad es un caos llama mucho la atención en boca del Presidente de la República y, también, del presidente del partido en el poder y afanado por modificar correlaciones que les son adversas.

Las circunstancias parecen colocarnos ante un líder que la sociedad prefiere ver animado y ciertamente dispuesto a enfrentar el caos y poner orden, antes que captarlo con el instintivo escepticismo que, en ocasiones, provoca en el ciudadano el proselitismo.

Una buena parte de la sociedad, quizás la mayoría, quiere sanarse del caos. Prefiere verlo como el Presidente que, teniendo en sus manos un diagnóstico bien acabado de la enfermedad, está dispuesto a usar el bisturí para extirpar todo tumor, sin discriminación de color o linaje.

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