Entre la indefensión y la lenidad

Entre la indefensión y la lenidad

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Los dominicanos vivimos agitados por el foete de fuerzas políticas y sociales que nos impulsan centrífugamente a la descomposición, la desintegración, y la anarquía.  Gregarismo sin solidaridad ni objetivos comunes, es la precisa definición de nuestra sociedad.  El particularismo es el germen virulento de su crónica patología social. 

Coexistimos todos entre la indefensión y la lenidad sorteando esta gran crisis, huérfanos de una auténtica clase dirigente que como tal, defina el foco nodal de nuestro destino histórico, reclame la ética de la conducta civil, las pautas de imitación, y las rigurosas condiciones del prestigio social.

Una clase dirigente que module el «ethos», -esto es, la forma de ser- del dominicano del futuro y sancione mediante una activa y vigilante picota social las inconductas violatorias del «pathos» de la Nación Dominicana, que resume los valores inatacables, las caras tradiciones, los símbolos patrios, los héroes consagrados, y hasta los usos y tabús que la tradición y la historia han asentado firmemente en la creencia de la gente.  Una clase dirigente generatriz y sustentadora de una eficaz «intelligentsia», cerebro pensante y guía de la Nación.

Nuestra tragedia es no contar con una clase dirigente comprometida con el mejor destino y el futuro de la nación.  Nuestra clase alta no pasa de ser un sistema de grupos de plutócratas enfrentados feudalmente y sordamente en pugna por la supremacía de su feudo.  En una rara y surrealista geometría, estos señores se oponen por el vértice del interés a sus «rivales» y desde sus amuralladas fortalezas interpretan la desgracia de éstos como ventajosa oportunidad y no como amenaza común a su propia clase.

La «conspiración Baninter» permite comprobar sin esfuerzo mental alguno, cómo banqueros importantes se han frotado jubilosamente las manos ante esa execrable tragedia  y se relamen de gusto ante el botín que su codicia anticipa y que ellos sumergidamente alientan y alimentan propagando la especie de que es materia del interés nacional de los EE.UU. la exigencia de sancionar a los responsables del «fraude bancario» dominicano, que de hecho no ha sido otra cosa que un complot urdido por las autoridades para expropiar violando la ley monetaria, los cuantiosos bienes de ese emporio económico.  El «fraude bancario dominicano», es el retruécano semántico del «fraude de la violación del código monetario financiero, de los procedimientos legales establecidos, y de los fueros jurisdiccionales».

Ningún banquero nuestro por bisoño que sea, debe ignorar las reglas de juego no escritas y el real «modus operandi» de la banca internacional, inclusive  la norteamericana, ni la tolerante prudencia con que la autoridad reguladora y controladora de la institución bancaria suele manejar las nada infrecuentes violaciones de la ética, las leyes, y las «normas prudenciales» referentes a ese negocio.

Dos son las instituciones que en los EE.UU. regulan y controlan el sistema financiero de ese país: el «Federal Reserve System (FED)» y, la «Securities and Exchange Comission (SEC)», que al español se traducen respectivamente como «Sistema de la Reserva Federal» y «Comisión de Bolsa de valores», que en casos de Bancos importantes al borde de la insolvencia, han optado por la lenidad a fin de evitar la contaminación del sistema financiero y garantizar su estabilidad.

El macabro urdidor de la «conspiración Baninter», diseñó su estrategia en base a dos factores fundamentales: el conocimiento de la hipersensibilidad norteamericana ante situaciones de manejo doloso de los bancos y, el firme propósito reeleccionista contra viento y marea de un Presidente inseguro por la amenaza de su pésima gestión de gobierno y el temor a una fórmula electoral en la cual el presidente de Baninter figurase en el binomio presidencial del PLD.

El plan maestro del cerebro de la conspiración fue tan simple que devino en perversa utopía: provocar una enorme crisis de liquidez; bloquear su solución por vía de las previsiones de la Ley Monetaria y Financiera; recurrir a la ley del lavado de dinero para encarcelar selectivamente a los funcionarios del banco no gratos al gobierno y disponer festinada e ilegítimamente de los bienes de ese emporio económico.  Finalmente, diseñar y divulgar una historia oficial que proclame a los confabulados como salvadores del desastre financiero intencionalmente provocado y propagarlo a los cuatro vientos como causa única del inepto, corrupto y  catastrófico desempeño del gobierno».  Como habíamos expresado en un pasado artículo: es un absurdo intento de explicar la pésima gestión de gobierno por la crisis, y no la crisis por el mal gobierno.

Pero la perversidad fue víctima del propio engaño.  No consideró la ira que en la gente provocaba la dura realidad del vivir.  No contó con la finitud de su tiempo político.  No sopesó la cadena de complicidades y temores que hacen insostenible a la maldad.  Y olvidó sobre todo, que todo tiene su tiempo.

La contundencia de estas reflexiones reduce el supuesto interés norteamericano en el caso Baninter, al soterrado y cómplice deseo de uno que otro banquero carroñero carente de sentido y solidaridad de clase, que olvida que la destrucción del «Grupo Baninter» no ha sido la obra de un banquero, sino de la conspiración de un gobierno de malhechores.  Que ahora ingresa al conteo regresivo del tiempo del castigo.

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