Entre lechuzas y ratones

Entre lechuzas y ratones

POR PEDRO GIL ITURBIDES
Hace poco supe que en Gazcue hay muchos ratones. En todas partes hay muchos ratones, comenté. Estas palabras, dichas sin intención de despertar malentendidos, abrió lugar a una polémica. Por supuesto, sostuve mi punto de vista, pues no creo que exista lugar en la Tierra en donde estos dañinos animalitos no hayan posado reales. Bueno, admito, tal vez no los encontremos en los casquetes polares. No tanto por la nieve, pues son capaces de sobrevivir en ella, sino porque no es tan fácil meterle el diente a un pedazo de carne de oso polar congelado.

En medio del ardoroso conflicto por nadería sin igual, pude recomendar alguna marca de raticida, de los varios que hay en el mercado. Mas tuve la suficiente presencia de ánimo para advertir que los ratones proliferan porque acabamos con sus controles naturales. A las culebras tememos por instinto. Frente a las lechuzas mantenemos un pavor que no deriva tanto de su fealdad como de su fama de ave agorera. Y por eso, porque casi exterminamos estos animalejos, en Gazcue o en muchos otros sitios, proliferas los ratones.

Los seres humanos logramos quebrar la cadena de control de vida en muchos puntos. Por supuesto, actuamos de manera inconsciente. En unos casos porque una forma de vida nos resulta conveniente a objetivos de nuestra existencia. En otros casos, porque aquellas especies contra las que actuamos atacan nuestros medios de producción. En todos los casos, labramos la alteración del equilibrio del ecosistema. Porque unas formas de vida se encuentran inextricablemente vinculadas a las otras. Y entre ellas hemos de incluir a esas formas aparentemente inertes como suelos y piedras.

También hemos de admitir algo que se nos pierde ante los ojos: que el dichoso equilibrio ecológico puede ser un negocio. Para comenzar, el Gobierno Dominicano podría cambiar deuda pública externa por acciones encaminadas a resguardar nuestro ecosistema. Además, podemos emprender programas que, con este objetivo, sean paralelamente dedicados a actividades reproductivas diversas.

Pero tenemos que actuar. No podemos ir a un foro internacional a conversar sobre nuestra onerosa deuda sin decirle a los acreedores que emprendimos una obra de rescate o preservación de determinadas formas o zonas de vida naturales. El mejor ejemplo podemos encontrarlo, para ambos planteamientos, en nuestros hermanos de Costa Rica. Porque han logrado la condonación de deuda, aunque en montos relativamente bajos, en base a ejecutorias cumplidas en pro de su medioambiente.

Y están sacando provecho a esas acciones, porque algunos de los lugares que rescataron de la depredación humana los han convertido en provechosos pasajes turísticos. De manera que además de librar zonas de vida de convertirse en áreas desérticas, las han vuelto lugares apropiados para las visitas de estudiosos y vacacionistas extranjeros.

No tenemos que esperar celebraciones internacionales relacionadas con la Tierra para comenzar programas como ésos. Tenemos que propiciar, en cambio, actos concretos, con inversiones adecuadas e imaginación fértil, para que zonas que ya están amenazadas, se rescaten para beneficio de todos.

Permítanme que vuelva a poner como ejemplo la obra que han cumplido, en lugares muy específicos del país, las fundaciones Progressio y Quita Espuela. He hablado antes de ellas, porque pienso que constituyen una labor a emular. Al tiempo que lograron conservar o rescatar zonas boscosas en lugares de delicado equilibrio ecológico, consiguieron que los habitantes se aliasen a la Naturaleza.

¿Por qué no pueden las administraciones públicas -y me refiero a la cadena de personas que en forma sucesiva encabezan gobiernos-, hacer lo mismo? Los recursos los ponemos nosotros, que, en estos momentos nos hallamos en vía de extinción a causa de la política fiscal. Lo que falta es quién administre bien. Ello implicará políticas y programas dirigidos, entre otras cosas, a evitar que la cadena de vida se rompa en eslabones que afecte el ecosistema de nuestra geografía. Incurrir en esta falta contra formas de vida en lugares determinados, a la larga, degenera en males como el de los ratones de Gazcue.

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