Entre lo que nos pasa y lo que no nos pasa

Entre lo que nos pasa y lo que no nos pasa

Afirmaba Nietzsche que influye  en nosotros   más lo que no nos pasa que lo que nos pasa. ¿Extraño, verdad? Pero es que las carencias tienen mayor fuerza que las posesiones.

 Los fracasos, mayor peso que las victorias.

 Algo extraño (tan inexplicable como  la vida) otorga un peso abrumador al error, mientras aligera –en una mente moderadamente sana- la valoración por los aciertos obtenidos.

Se trata del error de creer que en la vida todo  debe funcionar a la perfección… vamos, a lo que entendemos perfección, que a veces lo es y otras veces no.

En un libro podemos escribir miles de palabras perfectamente hiladas, pero el lector pone especial atención a cualquier error en la construcción, y lo recuerda. ¿Malignidad? No, condición humana que ambiciona la posesión de totalidades según las entiende, o, mejor dicho, según las ignora.

El error no está permitido, aún sea minúsculo e intrascendente y, por la función de este mecanismo automático, preferencialmente se recuerdan las faltas y no las virtudes.

Un intérprete puede tocar impecablemente una abrumadora cantidad de notas durante una presentación pública, pero la importancia –absurda- se refiere a una sola: la que se erró. En una formidable presentación sinfónica, lo importante parece ser que la trompeta o el corno francés iniciaron su participación un cuarto de segundo antes del momento debido. No parece importar la monumentalidad de la extensa y exigente obra que se logró presentar.

Sólo tomamos en cuenta lo negativo, lo fallido, como si la vida fuera un cuento de hadas en el cual siempre interviene (o  supuestamente debe intervenir) un “Deus ex machina”, personaje creado o mejorado por el dramaturgo griego 

Eurípides (480-406 a.C.) que era bajado en una grúa cuando el drama parecía no tener solución y el dios o el héroe que constituían el problema veían bajar desde el cielo este ser superior que lo resolvía  todo.

Por supuesto que se trataba de un personaje ficticio.

 Una facilitadora invención del dramaturgo.

Pero Dios existe. Alguien creó esto, el Universo, la evolución incesante, el prodigio de una hormiga, de un átomo, del cerebro, de las galaxias, todo en movimiento y transformación. Yo no creo en automatismos del azar. Y no existe un Dios -un Creador- a la medida de nuestros deseos, mayormente errados.

Existen leyes primarias que rigen el Universo y que parecen ser invariablemente respetadas por quien las estableció.

No como las Leyes que establecemos los humanos: para irrespetarlas.

Debemos esforzarnos en positivar nuestra vida, en apartar los ojos y los sentidos del hábito de otorgarle preeminencia a cuanto de negativo aparece.  El “pero’” ha resultado ser una ficha muy dañina para nuestra paz interior. Todo lo bueno contiene algo conflictivo y hay que aceptarlo.

-Mi trabajo es bueno, “pero”….

Y es que nada es perfecto. Por lo menos lo que entendemos por perfecto.

Por eso  se ha de ser cauteloso en valorar lo que nos pasa y  lo que no nos pasa.

Como alguna vez dijo Nietzsche.

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