Entre Música e Insomnio

Entre Música e Insomnio

POR ALEXIS MÉNDEZ
El primer disco que agarré, tenía una muestra de éxitos de Cheo Feliciano. En él convivían, entre otros, “Juan Albañil”, “Trizas”, “Anacaona”, “Salí porque salí”, y “Los entierros” (de mi pobre gente pobre). No me atreví escucharlo, porque eran las dos de la mañana, muy tarde para “salsear”. Entonces alcancé a ver otro de Cheo, pero de boleros. Este sí, con este pretendía entretener las horas de sueños que me tocaban, y que no podía cumplir.

Cheo, fascinante… En tema lo encontré cantando junto a Tito Rodríguez, el hombre que influenció su rara especie de “Tíguere” rumbero y eterno sentimental. Aunque siendo muy joven pudo estar junto a Tito, cargando los instrumentos de su orquesta, fue la magia de la tecnología quien armó aquel dueto “Inolvidable”, que en aquel momento asaltaba la tranquilidad de mi apartamento: “En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse/ imborrables momentos que siempre guarda el corazón”.

Dos piezas más de Cheo, y cambié de disco. El siguiente era memorable: “En son de felicidad” de Víctor Víctor y Francis Santana, ese que el pueblo llamó “El son Barceló”. De este escuché “Años” el tema de Pablito Milanés, y al que Víctor le había puesto su traje.

A Pablito le tocó su turno. Escuché los boleros que grabó en el Tropicana, con una guitarra, un teclado, un bajo y bongó, y con el filin que marcó los compases que construyeron el éxtasis que me acogió. De este álbum lo escuche todo. Eran clásicos que elaboraron el más exquisito repertorio bolerístico: “El día”, “Perfidia”, “Franqueza”, “Alma mía”, “El ciego”, “Esta tarde vi…vi gente correr y no estabas tú”.

Por tres minutos le di un chance al silencio. En ese momento llegó mi esposa. La expresión de su rostro me dijo que no era la hora indicada. Yo fingí no haber entendido y puse otro CD, porque no solo me era imposible conciliar el sueño, sino que ya no quería hacerlo.

“Oh pretty Woman” de Roy Orbison, “What a wonderful world” de Louis Armstrong y “Blue suede shoes” de Elvis Presley fueron los próximos. Encontré estos clásicos de los 60 en un mismo disco. Luego me deleité con “Solo” de Chucho (el Valdés cubano, hijo de Bebo).

Con Chucho me fui lejos. Caminé sobre las notas de “Novia mía” de José Alfredo Méndez, de “Tú, mi delirio” de Cesar Portillo de la Luz. Mientras lo hacía las teclas de su piano me entrampaban en un laberinto de colores, y de repente olvidaba la melodía inicial, y de repente las mismas teclas me colocaban en la composición original.

Pasar de la salsa al bolero, del bolero al son, y luego al country, y al blues, no es difícil si se tiene una discoteca donde hay de todo un poco, y donde se puedes encontrar los géneros entremezclados gracias a la desorganización aplicada por mi pequeña Litzy.

Chucho cedió el paso a Caetano a quien escuché, casi susurrándome en inglés, con canciones como “Cry me a river” y “Summertime”. Estas forman parte de su disco más reciente, creo que es el más reciente, titulado “A foreigh sound” (Un sonido extranjero).

Aquel contacto con la buena música me impidió mostrar actitud de trasnochado. Esa noche, que en principio parecía infernal, terminó siendo más que placentera, y el no tener tema para escribir, fue el pretexto ideal para plasmarla.

El odioso sonido de un vehículo rompió la magia. La atmósfera había cambiado. Ya había amanecido y tenía que prepararme para ir a trabajar.

programamusicamaestro@yahoo.es

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