Entre San José y Santo Domingo

Entre San José y Santo Domingo

Juan Bolívar Díaz
Cuando hace pocos meses mi hija Hilda visitó San José, la capital de Costa Rica, por un seminario laboral, no tuvo mucho tiempo para darle una mirada profunda, pero al retornar me llamó eufórica para comentarme que esa no es ciudad al lado de Santo Domingo, que le faltaba modernidad.

Le refuté de inmediato, diciéndole que a lo mejor ella no había visto bien, y que probablemente estaba confundiendo a su ciudad capital con el perímetro central del circuito Naco-Piantini y el Mirador Sur donde se ha levantado un impresionante parque multifamiliar.

La invité a ver hacia ambos lados del puente de la calle Padre Castellanos para que comprobara si aquello superaba a San José.

Creo que terminó un poco avergonzada de su planteamiento inicial.

San José como toda Costa Rica es una de las ciudades de menores contrastes en América Latina, porque en esa nación el ingreso se ha distribuido mejor que en todas las de la región. Ella figura entre los primeros ocho países de mayor desarrollo humano entre los 34 del continente en los informes de los organismos internacionales; República Dominicana entre los últimos ocho. Los índices de educación y salud de los ticos contrastan con los nuestros. A diferencia de los dominicanos ellos disponen de acueducto, energía eléctrica, buen sistema de seguridad social, suficientes escuelas de todos los niveles y alcantarillados pluviales y sanitarios.

Costa Rica es, como República Dominicana, un país bendecido por Dios y la naturaleza. Ellos son menos bulliciosos y más austeros. Su parque automovilístico no es más lujoso que el de los países europeos, como el nuestro. Las clases medias no necesitan una mansión para realizarse, hay menos corrupción y delincuencia, y hace tres o cuatro años su presidente tuvo que devolver un carnet honorífico que le dio aquí Cap Cana, porque en Costa Rica hasta los presidentes respetan los códigos legales y éticos. Aún en cosas de poca monta.

Hay otra diferencia importante entre estas dos naciones. Allá, en la “Suiza centroamericana” hace 60 años que unos visionarios encabezados por José Figueres decidieron suprimir el ejército y se han economizado unos cuartos largos que ayudaron a que ahora los jóvenes no tengan que engancharse a guardias y policías por salarios de hambre, ni emigrar en yolas.

Aunque “para cada quien tiene un nuevo rayo de luz el sol y un camino virgen Dios”, como proclamó León Felipe, yo escogería el camino al desarrollo que trillan los ticos, si tuviera oportunidad de decidir.

Como también de ninguna forma me construiría una mansión, y ni siquiera una piscina, antes de asegurarme energía eléctrica, agua potable, seguridad social, educación y otros elementos “de la modernidad” para mi y los más cercanos.

Porque estoy convencido de que invirtiendo ahora en esos renglones garantizaré que mis hijos y nietos puedan vivir mejor y con ellos las futuras generaciones.

Por esas y otras razones, me cuesta tanto entender que haya muchas personas racionales defendiendo que hayamos concentrado tan alta inversión en una línea de Metro que sólo beneficiará al uno por ciento de la población, cuando figuramos en los últimos escalones en las mediciones internacionales sobre calidad de la educación y el servicio energético.

Resulta entristecedor ver –más allá de los acarreos propagandísticos-  a multitudes de pobres pugnando enloquecidamente para entrar al Metro pre-inaugurado a seis o nueve meses de su conclusión, mientras allí cerca, en Los Guaricanos no hay suficientes aulas y los residentes tienen que pagar 75 pesos para que cada día les llenen un tanque de agua contaminada.

No sé si es cosa mía o pura filosofía, pero prefiero el camino al desarrollo de San José a los sueños de niños que pautan el de Santo Domingo.

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