Entre vidas y muertes

Entre vidas y muertes

Cuando muere un amigo de la niñez o de la adolescencia quedamos atrapados por sentimientos dolorosos. Nos parece que nuestro compañero de la escuela “debió morir mucho después”. Es probable que durante el funeral nos enteremos de que sufría tal o cual enfermedad penosa. Algún vecino o compañero de trabajo nos informa de otros problemas que tuvo que enfrentar mientras vivía. Comprobamos así que la mayor parte de las personas pasa la vida subiendo una cuesta, cargado de pesadas piedras. El viejo mito de Sísifo parece ser eterno; y es aplicable lo mismo en Grecia que en las Antillas mayores.

Ver la cara inmóvil y la palidez del muerto, nos remite enseguida a la época en que hablaba, gesticulaba, montaba en bicicleta. Ha dejado de moverse; y esa quietud sugiere la cesación total; todos los amigos presentes en el sepelio confirman que son tan viejos como el que acaba de fallecer. Descubren, sin ningún esfuerzo silogístico, que serán “candidatos” a la muerte en un futuro cercano o remoto, pero inexorable. Algunos te miran a los ojos como si preguntaran en silencio: ¿cuál de nosotros será el próximo cliente de la funeraria? Es frecuente que esos viejos compañeros que acuden al funeral no se hayan visto en muchos años.

Es imposible que no reparen entonces en los estragos que el tiempo produce en todos ellos. Uno está calvo, otro lleno de arrugas o encorvado; quien fue en el pasado un joven fornido, es ahora un endeble anciano apenas reconocible. El paso de los años “repercute” tanto en mujeres como en hombres; pero el maquillaje de las primeras y los arreglos del cabello, mejoran su aspecto exterior. Son distintos el envejecimiento del hombre y el de la mujer.

También son diferentes las actitudes y comentarios de los hombres y mujeres que concurren a un funeral. Las mujeres, más sensatas y prácticas que la mayoría de los hombres, saben que un velatorio es un acto social lleno de formalismos rituales. Los familiares directos sufren y lloran; muchos otros van “a cumplir” con los parientes del muerto. Seguir el camino trazado por la religión para el trato de los difuntos, les parece mejor que reflexionar acerca de la muerte.

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