Entrega plena, un gesto encomiable que coronó todos sus sacrificios

<P><STRONG>Entrega plena, u</STRONG><STRONG>n gesto encomiable que coronó todos sus sacrificios</STRONG></P>

Su vida no le pertenecía, la entregó en cuerpo y alma a la  forja de la patria junto a sus bienes y los de su familia, en un   inaudito gesto de desprendimiento y entrega plena que asombraría a la historia,  que no ha tenido un antes ni un después en los anales dominicanos.

Mas, quién sabe, quizás en el presente inmediato o un futuro no lejano,  algún dominicano emule  esta  ofrenda de amor patriótico hecha por Juan Pablo Duarte en los últimos días de su primer destierro.

Quizás, ¿por qué no?, la ciudadanía se decida a labrar el ideal de nación que el patricio  aspiraba, y se   logre la  paz social que llega con la equidad y la  justicia. 

Preservar la vida.  Preciso era salvarse de las garras del Gobierno haitiano, que  se abalanzó contra el movimiento que  pretendía decapitar.  

Sobrevivir para la insurrección, escapar de la muerte o del calabozo,  necesidad imperiosa para que Juan Pablo prosiguiera la lucha por la independencia, una obra  casi consumada:  la formación política y militar lograda, infiltrada la Guardia Nacional, la voluntad encendida con la tea libertaria que ya no se apagaría.

Un revés aprovechado. La persecución, centrada en Duarte,  lo conminó a  viajar clandestinamente a Venezuela, revés que aprovechó para captar ayuda entre dominicanos  y  venezolanos amigos de la causa, urgida  de pertrechos  que de Santo Domingo  le pedían aún a costa de “una estrella del cielo”.

¡Armas!  Era lo que faltaba. Y en otro   gesto de desapego, su familia entregó todo el plomo para forros de barcos disponible en el almacén de La Atarazana, destinado a fabricar balas.

Desafiando el peligro, se entregaron a esa intensa labor Rosa Duarte y  hermanas,  y entre otros Tomás de la Concha y Vicente Celestino Duarte, que las repartía. 

¡Armas! Juan Pablo las buscaba desesperadamente   desde que con Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina se embarcó  el 2 de agosto de 1843.  Llegaron el 23 a Caracas, donde la emancipación absorbía su pensamiento, normaba sus acciones. 

Convocó a  una reunión, conviniendo pedir la solidaridad del presidente de Venezuela,  Carlos Soublette,   al que visitó en la Casa Amarilla. Prometió    dinero y armas que, pese a la insistencia, nunca llegaron.  

Pérez y Pina viajaron a Curazao para asegurar la correspondencia de Santo Domingo, y saber de Francisco del Rosario Sánchez, enterándose que propalaron su muerte   como una estratagema para facilitar la prosecución de la revolución, que en secreto dirigía.

Una estrella del cielo.  Ansioso, Duarte  leyó una carta de Sánchez y Vicente Celestino, del 15 de noviembre, comunicándole su pretensión de adelantar el golpe para dentro de un mes, a fin de que “diciembre sea memorable para siempre”.       

Le pedían enviarles, “así sea a costa de una estrella del cielo”, de  500  a 2,000 fusiles,  por lo menos 4,000 cartuchos, 250 libras de pólvora, 3 quintales de plomo y 500 lanzas. 

Obtenida la ayuda, Juan Pablo iría al puerto de Guayacanes, donde lo esperarían el 9 de diciembre o antes, pues era preciso “temer la audacia de un tercer partido, o de un enemigo nuestro, estando el pueblo tan inflamado”.

Un tercer partido. Probablemente aludían a los conservadores que, ocultando  sus fines, se unieron al movimiento, contaminando el nacionalismo radical de los trinitarios. 

Los encabezó Tomás Bobadilla, político astuto, de gran arraigo social, cuya conducta evoca el transfuguismo, la compra y venta de conciencias  que debe erradicarse en la actual práctica política.

Del avance de la  insurrección le informaban las cartas  de Jacinto y Tomás la Concha. Una de Pina, desbordaba optimismo:

El partido reinante le espera a Ud. como general en jefe, para dar principio a ese grande y glorioso movimiento revolucionario que ha de dar la felicidad al pueblo dominicano…  

Su ánimo decayó al saber la   enfermedad de su padre: Si este pobre anciano no puede recobrar la salud, démosle al menos el gusto de que vea, antes de cerrar los ojos, que hemos coadyuvado de todos modos a darle salud a la patria.

Infatigable esfuerzo. Duarte redobló sus gestiones para regresar y comprar armas. Visitó  personalidades, hicieron colectas, vendieron objetos personales, pero no bastaba para  costear la expedición programada. Abatido viajó a Curazao al mediar diciembre.

Sale de Caracas sin esperanza, con la muerte en el corazón y sostenido solo por su inquebrantable fe en la Providencia, dirá su hermana Rosa.

Finalmente, toma una decisión de inusual desapego: pedir a su padre poner todos sus bienes a disposición de la causa, pues libertada la patria podrían rehacer el patrimonio a fuerza de trabajo.

Mas, al llegar a Curazao se enteró de la muerte de don Juan José Duarte,  el 25 de noviembre, postrándolo un dolor perturbador que intensificó su estado febril.

Se sobrepuso, resurgiendo de su fortaleza interior el patriota que diligente buscaba fletar un navío para ir a  Guayacanes con las armas obtenidas.

Al comprobar que el dinero no alcanzaba cayó  en desesperante impotencia, la salud empeoró y las fiebres le provocaron convulsiones.  Delirante, una y  otra vez repetía:  En Guayacanes, en Guayacanes en diciembre.

En su lecho vio transcurrir Navidad y Año Nuevo, su 31 aniversario.  Diciembre no fue “el mes memorable”, quizás por fragilidad estratégica o limitados recursos se frustró el plan concertado con Sánchez y Vicente Celestino.

Ejemplo aleccionador.  Su decisión de buscar los “recursos supremos” que la liberación requería   seguía firme, y en un gesto de sacrificio y  desinteresada entrega,  pidió a su madre y hermanos el patrimonio familiar para la causa.

No dudaba que lo aportarían, y el 4 de febrero les escribió una carta que es un testimonio  de nobleza, de  generosidad. 

Sin vacilar, entregaron sus bienes, legándonos a la par un don aún mayor: el ejemplo aleccionador de patriotismo  para todas las generaciones.

Los valores

1.  Nobleza. Virtud que entraña la  más alta expresión de amor y  sacrificio. La nobleza, un signo de evolución de los seres humanos,  emana de un corazón puro, florece en hombres y mujeres que  como Juan Pablo, doña Manuela, Rosa y otros miembros de su familia,   practican el amor  incondicional a través de actos sencillos o heroicos, actúan  sin   importar  los sacrificios, la  adversidad. Nobleza es dignidad,  humildad,  callar antes que ofender, reconocer los aciertos ajenos y los  errores propios.

2.  Desprendimiento. Volcarse a los demás sin límites ni medidas, entregando la vida y posesiones sin esperar nada a cambio, como nos enseñó JPD,   es desapego,  valor que permite a  la sociedad  contar con ciudadanos más altruistas, dispuestos a ayudar desinteresadamente. Supone   superar el egoísmo, ser solidario en cualquier circunstancia,  no solo con  objetos, también conocimientos, habilidades y otros bienes intangibles, puestos   a  disposición de quienes los necesiten.

3.  Gratitud. La permanente gratitud que debemos a JPD y a  la familia Duarte Díez obliga a  mantener vivo en la memoria colectiva y en el corazón de cada dominicano su amor y sacrificio por  la  patria. No basta honrarles con estatuas y monumentos, debemos corresponder a este invaluable don como agradaría a JPD: seguir sus ideales, imitar su conducta, empeñarnos en construir una  sociedad con los  valores por él sustentados.

Lección perdurable. Con sus hijos e íntimos  en torno suyo, doña Manuela  Díez viuda Duarte leyó emocionada la memorable carta de Juan Pablo, anunciándoles su deseo de acceder a la petición del hijo desterrado. En silencio la oían, sorprendidos ante este sacrificio inmensurable:

El único medio que encuentro para reunirme con Uds. es independizar la Patria; para conseguirlo se necesitan recursos, recursos supremos, y cuyos recursos son, que Uds. de mancomún conmigo y nuestro hermano Vicente ofrendemos en aras de la Patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro padre hemos heredado.

Independizada la Patria puedo hacerme cargo del almacén, y a más, heredero del ilimitado crédito de nuestro padre, y de sus conocimientos en el ramo de marina, nuestros negocios mejorarán y no tendremos por que arrepentirnos de habernos mostrado dignos  hijos de la Patria.

Sin reparos, todos aprobaron, salvo Francisca, quien  preguntó que de qué vivirían. Vicente  Celestino deliberó con Sánchez, Mella y José Díez. Este  contestó:  —Quienes de este grupo sobrevivan trabajarán para que no les falte el pan.

La cartera del proscrito
Cuán triste, largo y cansado,
cuán angustioso camino,
señala el Ente divino
al infeliz desterrado.
Ir por el mundo perdido 
a merecer su piedad,
en profunda oscuridad
el horizonte sumido…
El suelo dejar querido
de nuestra infancia testigo,
sin columbrar a un amigo
de quien decir me despido…
Llegar a tierra extranjera
sin idea alguna ilusoria,
sin porvenir y sin gloria,
sin penates ni bandera. 
Juan Pablo Duarte

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