Entremont, saldo del Festival Musical en el Teatro Nacional

Entremont, saldo del Festival Musical en el Teatro Nacional

POR DARÍO BENCOSME BÁEZ
Las siguientes son impresiones, sólo eso, vertidas desde el lado del público promedio aficionado que acudió la semana pasada al Teatro Nacional, a su cita bianual con el Festival Musical de Santo Domingo, liderado por su director artístico Philippe Entremont, y dedicado esta vez como homenaje a España y su mejor música.

Las seis noches fueron un éxito completo, tanto de ventas como de reacción del público, la cual ha sido, más que positiva, altamente entusiasta.

Aparte de la buena ejecución del excelente material por parte de directores, vocalistas, músicos y artistas del maravilloso flamenco, el secreto para el triunfo parece haber estado en el apropiado diseño de los conciertos, para los cuales ha sido exhibido balance y buen gusto. Fue un acierto mezclar en los programas, junto a la mayoritaria presencia de la música de España, a autores franceses con raíces e influencias españolas. Al lado de Albéniz, Falla, Granados, Rodrigo y Torroba, entre otros, ha concedido turnos Entremont a compositores franceses como Ravel, Lalo y Bizet, añadiendo así otro sabor cercano al compuesto ibérico ofertado. También habrá de ser tomada en cuenta, a este respecto, la continuada relación de más de doce años de Entremont con la altamente calificada a nivel europeo Orquesta de Cadaqués, con sede en España, importante elemento del montaje del festival.

BUENA ASISTENCIA

Haciendo énfasis en la estructura de los programas, la respuesta del público fue pasando cada noche, desde una relativa tibieza al principio, hacia un interés notable y, finalmente, hasta el contagioso entusiasmo general, que hace llamar a escena varias veces a los responsables de la ejecución. La razón para una respuesta no pareja, sino dada en forma de crescendo que decimos, estuvo en que –creemos haberlo captado en conversación con varios asistentes- todos los programas incluyeron, en su parte inicial  las más de las veces, una pieza que lleva ejecución de alta técnica, que aparenta cierto carácter de música experimental, dodecafónica o de avanzada, como La Alborada del Gracioso, de Ravel, o Sortilegis, de Xavier Montsalvatge. Los organizadores de conciertos no pueden dejar de incluirlas, primero porque también se trata de música de calidad, y luego, porque consideran deseable introducir algún elemento diferente, innovador, digamos educativo, procurando el ensanchamiento de las preferencias del público escuchante. En el caso de la producción de músicos españoles cimeros del último siglo transcurrido especialmente, se da que ninguno de ellos fueron simples tradicionalistas, cultores de lo cabal y exclusivamente español, sino también innovadores y experimentalistas, y que el resultado final ya decantado ha sido la deleitosa música que tan tranquilamente degustamos como su legado. Pero nadie puede excluir, todavía, algunos bostezos ante propuestas de imágenes sonoras que mucha gente entiende como dirigidas a especialistas, virtuosos o amantes de lo raro. Sin embargo de esto, cuánto más se enriquece nuestra sensibilidad de auditorio,  mediante una interesada atención sobre este tipo de composiciones un tanto difíciles, nos hacemos capaces de notar cómo contribuyeron esos músicos, hoy favoritos, a la evolución histórica del arte universal. Y quién sabe si la condición innovadora de Falla, Albéniz o Montsalvatge, experimentadores que en su momento quisieron extraer de sus instrumentos y del pentagrama sonidos nuevos, armonías no oídas antes, talvez la “hermosura y luz no usada” que creyó “oír”  Fray Luis de León de la cítara de Salinas, pueda haberse anticipado e influido. Quién sabe, decimos, en músicos de otras latitudes; talvez sin Falla o sin Granados no tendríamos hoy a los geniales Gershwin o Irvin Berlin, basados en el jazz de la USA africana. Quién sabe, porque esta música embrujante de España fue muy conocida y demandada en los Estados Unidos a principios del pasado siglo. Al punto que por ello perdieron sus vidas Granados y esposa cuando, por complacer al presidente Woodrow Wilson tocándole en la Casa Blanca por no haber podido éste acudir al concierto regular de la triunfal gira del primero, hubo de retrasarse la pareja y perder el barco español de su regreso, tomando en su sustitución otro inglés, cuya suerte fue la de ser torpedeado y hundido con sus pasajeros en el Canal de la Mancha.

 Adelante con los Festivales Entremont, y que permanezcan por mucho tiempo más.

 

 

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