Entrevista
“Ahora los latinos somos el banquete”

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El que está en su casa, “está en ella”. Dice  Adolfo Castañón quien afirma que no tiene que preparar un viaje al país, porque siempre está en Latinoamérica.

Del país, no ha salido, a pesar de sus ires y venires, porque  se ha quedado, en sus pocos, pero muy buenos amigos, porque la naturaleza humana es pegajosa “uno se pega a otros y otros se le pegan a uno”.

De hecho, uno de ellos, Basilio Belliard, tuvo la responsabilidad de presentarlo, el domingo pasado, cuando puso  en circulación en el auditorio del Museo de Arte Moderno, el libro “Viaje a México: ensayos, crónicas y retratos”, ganador del Premio Xavier Villaurrutia 2008.

Esa noche, Adolfo Castañón habló de coincidencias del  color naranja, presente en la portada, en las flores y en varios detalles del espacio, y de  la presencia de su padre (Jesús Castañón) en su pasión literaria,  que tuvo   una biblioteca de 30 mil ejemplares que donó,  a la Universidad Nacional de México.

Mientras coordinaba la firma de algunos de los libros vendidos, nos prometimos un encuentro el lunes en la tarde. Lo anotó, aunque, Castañón parece llevar su agenda en la memoria, y la cita sin dificultad antes de asumir cualquier compromiso, literario o  compartir social.

Nos fuimos a  Segafredo, en la Zona Colonial. Árboles centenarios y sillas relucientes y gente de todas partes, rodeaba nuestro encuentro, con jugo de tomate y agua gasificada –para él- y un mojito –con mucha menta-, para mí. “Es bonito. Me gusta. Lo agradezco”, observa.

Todavía había sol en ese momento, en que Johan Bueno, tomaba las fotos y él comentaba su preocupación por la ya anunciada fiebre porcina  y la cuarentena de 10 días que mantendría cerradas las escuelas y los eventos en su país.

Aún así, mantenía firme su intención de llegar el miércoles al Distrito Federal. Cargaba con él las llaves de su casa y nos comentaba que prefiere  tomar  taxis y no que lo recojan en el aeropuerto, para evitar los constantes inconvenientes de los cambios de horario y esperas excesivas.

Se maravillaba y lo compartía como un dato curioso, porque la cuarentena que impediría el trabajo y las salidas en su país, no detendrían el juego de fútbol.

“Los jugadores van a seguir enfrentándose, en los estadios vacíos, tan solo con las cámaras grabándolos y transmitiéndolos… Lo cual nos lleva a pensar que quizás sería mejor que no jugaran jugadores reales, sino virtuales”.

Le hago notar su gran poder de observación, ya que en nuestras conversaciones y cada vez que le oigo dirigirse al público o cuando escribe, siempre está analizando lo que va pasando en su entorno.

Entonces entra en Marcel Proust y habla de que el tiempo perdido es el tiempo no examinado, en tanto que el que transcurre ante un ojo, un oído, un testigo “es el tiempo recobrado”, para culminar confesando que le agrada más “el tiempo confesado”, que es el que se ve ante el espejo del otro.

En ese sentido, sostiene que las mujeres son más lúcidas y despiertas que el hombre, porque traemos inscrita en nuestras entrañas “la posibilidad del otro. Adentro o afuera”.

Biblioteca

La referencia de la biblioteca de su padre, nos obligó a ponerla en agenda de conversación. Lo primero que nos regaló fue su definición personal de la misma “una biblioteca es un ser vivo”.

Refiere que la misma refleja las buenas intenciones de la persona que la custodia. La compara a un ser humano y va detallando las partes para concluir que cada biblioteca tiene su peculiaridad y que unos cuartos llenos de libros son distintos en cada lugar. En su caso, su biblioteca “tiene un acento específico que tiene que ver con mi intención de vivir lo que no he vivido”.

Considera que una biblioteca no es nada más lo leído, sino también la pretensión de leer lo que se compra, y que “si uno tiene unos libros. Tiene que tener donde tenerlos, tanto adentro como afuera”.

Explica que así como en una biblioteca no todo lo que está es real, tampoco lo real todo lo que está en la Internet “esta es un arma de dos filos como todo. Debemos ponernos nuestra propia  dentadura mental para que mastiquemos el alimento que hay en la red”

Libros y autores

Castañón empezó a leer a Alfonso Reyes a los 21 años.   A los 57 todavía lo lee “y encuentra sorpresas” saca una edición de Árbol de pólvora, del 1953 que le acaba de regalar José de la Colina.

Se queja como Gabriel Zaid, del exceso de producción de libros en el mundo moderno “el hombre escribe demasiado y lee demasiado poco”.

Vino a hablarnos de la correspondencia entre el pensador y ensayista mexicano Alfonso Reyes y su homónimo dominicano, Pedro Henríquez Ureña y a ratificarnos la necesaria conciencia de que este último “No está solo, que pertenece a una genealogía de investigadores del continente”.

Y, destaca su  importancia,  a través de la dimensión que tiene Latinoamérica en el mundo “El mundo está gobernado por la salsa, el bolero, el taco… nuestra cultura se ha impuesto de una forma expansiva”.

“La historia de la América Grande aún está por ver muchos capítulos. Hispanoamérica es un negocio.  Una fábula que aún está en proceso”, asegura.

“Nosotros estamos  acostumbrados a llegar tarde al banquete y  tenemos que darnos cuenta que somos el banquete.

En síntesis

De Juan Bosch

Que es un escritor egregio. Que legó a través de sus cuentos, un registro valioso de la vida cotidiana e imaginaria en el Caribe. Que siempre tuvo conciencia de que al cuento  había que cuidarlo y que por eso escribió sobre el arte de la narrativa. Que no necesita un teórico que venga a teorizar sobre su obra, pero al que hay que “editarlo mejor”.

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