POR LEÓN DAVID
L.D: Eres uno de nuestros artistas más completos, músico y escritor. ¿Cómo se ligan ambos quehaceres?
J.G: Pues se ligan con toda facilidad dentro del misterio del espíritu. Es impresionante el testimonio de absorción y proyección que se manifiesta en una interpretación musical o en las palabras que se escriben.
La recóndita autenticidad de las emociones se presenta aperplejantemente. Una frase musical o literaria, prosa o poesía, están signadas por la emoción que las hizo surgir. La misma palabra o idea cambia totalmente de fuerza convincente, de penetración en el oyente o lector, conforme a la emoción creadora que la produjo. Así la música.
L.D: ¿Qué tiene la música que la literatura no nos puede ofrecer y viceversa?
J.G: La música, la alta música, la que no busca entretener o divertir, sino expresar sensaciones más hondas, si bien es exigente de una apertura sensible mayor que la demandada por la literatura, es capaz de penetrar más profundamente en el humano, si este posee la necesaria capacidad perceptiva y puede envolverse en panoramas espirituales de una contundencia extraordinaria. La literatura, a cambio de demandar menos entrega y dotes perceptivas, difícilmente se acerca a un efecto tan cabal. La sublimidad tiene exigencias.
L.D: ¿Cuáles son tus compositores favoritos; cuáles tus escritores preferidos? ¿Por qué?
J.G: Depende del momento, del estado de ánimo. Sin embargo, podría decir que en Juan Sebastián Bach suelo encontrar, más que en otros geniales compositores, afinidad en un momento u otro, sea de regocijo o de tristeza. Bach eleva el espíritu hacia las trascendencias fundamentales. En cuanto a los escritores, tengo preferencia por los clásicos de la antigüedad porque ¡el humano ha cambiado tan poco en sus esencias!, pero leo con agrado y atención a autores modernos y contemporáneos, sean o no muy famosos. Yo no soy un lector voraz sino un lector cuidadoso. Leo para enriquecerme, no para estar al día.
L.D: ¿Qué puedes decirnos de la cultura y hábitos musicales de nuestro país?
J.G: Nuestra cultura y también los hábitos musicales sufren el descenso que se percibe como un síntoma de nuestro tiempo en el actual mundo globalizado. La electrónica ha entrado como un torbellino en el mundo musical, unas veces como facilitadora, pero a menudo como un elemento tramposo. Tenemos, sin embargo, figuras excepcionales que nos enorgullecen, tanto en el arte culto como en el popular. De hecho, yo recuerdo de momento, en el pasado, sólo Gabriel del Orbe como un concertista de primera magnitud y Eduardo Brito como cantante alcanzaron renombre internacional al nivel más alto. Actualmente tenemos artistas de diversos géneros, dueños de una gran nombradía, que disfrutan de merecido respeto y admiración.
L.D: ¿Cómo te iniciaste en la escritura? Coméntanos tu evolución literaria.
J.G: Mi escuela fue la imprenta de mi padre desde la infancia. Mis amigos fueron los de mi padre y las conversaciones que escuchaba eran adultas e inteligentes. Creo que esa atmósfera fue la que me empujó a escribir. Fui ayudante en su revista Cosmopolita, que fundó en 1919 y mantuvo con enormes esfuerzos hasta que, perdida la visión por unas cataratas que rehusó tenazmente a operarse, se extinguió la publicación por los años sesenta. Mis primeros trabajos literarios fueron publicados en Cosmopolita y curiosamente, porque no soy muy discutidor, se iniciaron con una polémica defendiendo la autenticidad de las obras de Shakespeare, cuya paternidad un distinguido y culto doctor atribuía, siguiendo una corriente de moda, a Christopher Marlow, argumentando, entre otras cosas, que Shakespeare no tenía acceso a las interioridades de la vida cortesana. Al final del tercer artículo, el doctor cerró diciendo que tiraba al suelo su tizona.
Tal vez el hecho de que pude defender con dignidad mis argumentos, me animó más de lo que imaginé, porque pude comprobar que el bien pensar no es exclusividad de los impactantes señores cuya sapiencia era reverenciada. Desde entonces estoy escribiendo con regularidad, exponiendo lo que pienso, que tal vez sea útil a otros para aclararse, al estar a favor o en contra de lo que pienso.
L.D: ¿Qué juicio te merece la literatura dominicana contemporánea?
J.G: Que es sorprendentemente rica y valiosa. Nuestros creadores abarcan todos los géneros: narrativa, poesía, teatro, temas sociológicos, filosóficos, investigación histórica y estudios sobre arte, y vemos surgir numerosas figuras nuevas, jóvenes que nos sorprenden gratamente con la seriedad de sus trabajos y la calidad de sus producciones.
El hecho de que desde hace algún tiempo se hayan multiplicado las publicaciones nacionales, y que exista una acogida creciente por los libros dominicanos, como testimonia la librería La Trinitaria, dedicada a nuestra literatura, y empresas distribuidoras de libros que ya disponen áreas importantes a la promoción de obras dominicanas, constituye una prueba irrefutable de la acogida que nuestro pueblo otorga a la producción nacional.
L.D: ¿Por qué, a pesar de su indudable mérito, no es tu obra literaria suficientemente conocida dentro y fuera del país?
J.G: En primer lugar, tal vez no sea tan valiosa como tu amistad, generosamente, te induce a considerar. Puede que su valor sea simplemente testimonial, descripción de una época, de unas costumbres que se esfuman en la globalización y la modernidad, que parece tener patente de corso, que se disfraza para que parezca nuevo y recién inventado lo que en verdad es distorsión de lo viejo, unas veces realizada con genialidad digna de más altas metas, otras con hábil astucia destinada a confundir o engañar al inculto. Lo que los franceses llaman épater le bourgeois.
Recuerdo que César Borgia tenía grabada en una de sus espadas: Haz lo que debas y que suceda lo que tiene que suceder. Está en francés antiguo: Fais ce que dois, advient que pourra. Yo hago lo que puedo, los resultados, si los hay, si en algo son útiles a alguien en algún momento, ya aparecerán aunque yo nunca me entere. No se puede dar más de lo que se tiene, ni se debe dar menos.
L.D: ¿Quién es Jacinto Gimbernard?
J.G: Pues no tengo la menor idea…