José Bobadilla, poeta y narrador, autor de El Jardín de Onán, Abalorios y Salmos, hizo entrega recientemente de la segunda parte de una vasta recopilación en seis volúmenes de sus primeros trabajos titulada Los negocios del sueño (1970 1983).
Celebrando el hecho, lo entrevistamos dando por resultado los conceptos que ofrecemos a continuación:
LD. )Cómo definirías Los negocios del sueño dentro del proyecto editorial para la publicación de tus obras?
JB. Como un umbral hacia mi trabajo, la primera entrega de materiales que decidí publicar después de décadas de ignorarlos en mis gavetas, con o sin razón.
LD. Luego de haber leído la primera parte, nos parece justo que estos textos salgan al fin a la luz pública. Sin embargo tu respuesta nos dice muy poco.
JB. Bien, Los Negocios del Sueño, son hasta ahora los primeros seis volúmenes de diecinueve o veinte que reúnen mi obra hasta 2002. Yo estoy escribiendo desde 1970, y los referidos trabajos que inician mi labor datan de ese año hasta 1983, cuando aparece Abalorios. Debo hacer una aclaración al señalar que los dos últimos volúmenes de mis Negocios, son el primer manuscrito de El Habitante de la Guerra que llevará en estos libros su primer título. Tomé la decisión de integrarlo a estas exhumaciones por el hecho de que como tal constituye una novela distinta de lo que resultó ser al final el proyecto, a pesar de tener los mismos personajes y la misma trama esencial. Dentro del ánimo de un ensayo creativo, que es como tomo a estos seis libros, cabe y es pertinente.
Con relación a la segunda parte, que es la que puse a circular el martes 27 de mayo, consta de apenas dos sonetos y una novela inconclusa: La Edad del Silencio, texto que casi abarca la totalidad de este volumen.
LD. )Novela inconclusa?
JB. Sí, en el sentido de lo que aspiraba entonces y que en un principio llegué a planear. Yo siempre escribí en alguna parte, quiero decir en mis diarios, los esbozos de todos mis planes, trazos que mejoré en sus oportunidades como estructuras de ataque. Todos los planes se subvierten. Pero este, apenas no rebasó de los dos primeros capítulos, dos largas parrafadas que con el propósito de dotarlas de una conveniente unidad que las hiciese legibles seccioné en tres libros, a la manera antigua, a la manera de algunos clásicos, y cada libro fue fragmentado a su vez en respectivos capítulos, que en su totalidad suman treinta y tres.
LD. Hay un clima en la novela La Edad del Silencio que trasciende nuestra insularidad.
JB. Y no deja de contenerla. Es una observación a la que tengo que acostumbrarme porque siempre se me hace como la queja que señala una carencia. Yo no hablo de mi país en términos dominicanos sino universales, y esa universalidad tiene la impronta de un escenario que reclama sus tintes latinoamericanos. Mi punto de vista no es el del conuco ni la choza de yagua, aunque en mis textos hayan conucos y chozas de yagua. Comprendo que esto pueda tener un valor apodíctico que escapa sin embargo a mi interés, lo que entiendo que también es respetable. Me preocuparía si me dijeses que no ves en lo que plasmo su esencialidad criolla en términos de un escenario más grande, el que reclamo para mí, deliberadamente, y sin dejar de ser insular, de ser yo en la misma medida en que lo eres tú. Tampoco en el tiempo, antes de que me lo preguntes. Me voy atrás, bastante atrás, quizás por sentirme más cómodo en un mundo en el cual somos más nosotros, en cuanto a los orígenes, que ahora. Debe entenderse esto último en el sentido de que un siglo antes, ante el muro de comunicaciones tardías o inexistentes, pudimos desarrollar elementos culturales característicos, definitorios, mucho más visibles y por lo mismo fáciles de distinguir. Eso se identifica, por ejemplo, paso a paso en las dos únicas instituciones que tuvimos secularmente: la iglesia, desde siempre, y el ejército que primero fue la tropa que garantizaba el poder en la colonia, cuando éramos parte de España, hasta hacernos repúblicas y ahogarnos en un perpetuo vendaval de querellas sangrientas que se ha querido llamar revoluciones.
En este período de mi obra es clave lo que se advierte como apego a un tiempo que la distancia con respecto al hoy lo hace casi mítico, sin duda alguna romántico. Las huellas dispersas de aquel universo quedan todavía humeantes en nuestros campos, en nuestra pobreza, en nuestro abandono rural. Ahí observamos las coordenadas de creencias y tabúes que nos ciñen haciéndonos únicos, muy particulares, aportando un sabor a lo que hoy pretende uniformarse con los usos y los gustos de una época cada vez más globalizada. Esto también tiene un interés y es asunto de un desarrollo en lo que construyo que se constatará más adelante. Los Negocios del Sueño tiene en sus seis partes un sólido compromiso con lo que me enseñaron los autores del llamado boom. Si se quiere, de un primer boom, de fuerte arraigo agrario, de un subdesarrollo con todos los colorines de una historia llena de asomos de fallidos alientos europeizantes, los que se quedaban sólo en los suspiros y las evocaciones de algunos ciudadanos que lograban poner un pie fuera de nuestro mundo para ser testigos mendicantes de lo que se entendía como civilización; mundo que hacía el papel, ya en la distancia, dentro de las sombras y la soledad de la manigua, de un paraíso pletórico de magia.
LD. Tanto en este segundo tomo como en el primero, la historia, si a todas las historias las resumimos en un único balance, es desgarradora, de una irremediable propensión a lo trágico; según el decir de un autor sueco que a ti te encanta (Verner Von Heidenstam): Abrir las tapas de un libro era como entrar en una sala congestionada de un hospital.
JB. Nuestras vidas siguen siendo una gran paradoja de dolor y de soledad, mucho más aún en un tiempo que las miserias iban sobre las muletas de una razón heroica. Claro, la actualidad se torna complicada, su acidez o amargura, es igual, circula como el agua que rueda sobre cauces más hondos y disímiles. Hemos crecido en complejidad. Las facetas de lo moderno son como los filos de un espejo que primero estuvo intacto y que ahora se ha hecho añicos gracias a los pasos de una multitud que ha crecido sobre él en ambiciones y diversidad. Pienso, sí, que esa propensión que adviertes la da como elemento contrastante la vida misma que entonces era rotunda, sin abundancia o posibilidades de grises, una vida en blanco y negro. Además el dolor sigue y seguirá siendo, por lo visto, una condición que somete lo humano sin vacilar. )Lo entiendes tú, lo entendemos nosotros, fuera de los estragos que va forjando tanto en el presente como en la nostalgia? Digo en la nostalgia, porque el dolor también es semilla que se hace madera y consigue reproducirse en todas las direcciones hacia donde puede llegar la vista del hombre. Mi única tabla de salvación es la metáfora. Cuando esta lo hace bello, y que valga el descaro de tal afirmación, se convierte en sujeto de un placer que sólo encuentra cabida y plenitud en las necesidades de la conciencia, en esa catarsis que se produce cuando lo horrible nos conduce a lo sublime, como una puerta que se abre en la oscuridad como si le hiciésemos heridas a la distancia, y a través de sus umbrales nos encontráramos con el confín de un horizonte que nos reserva de alguna manera el contrasentido anhelado de la salvación por el contraste. Creo que este es el único sentido de la tragedia, empujarnos hacia la luz de lo que niega al horror, y con él, a la maldad y todas sus secuelas de abominación irónicamente mezcladas con lasitudes y aplazamientos en donde respira siempre la esperanza. )Tengo yo la culpa de que el animal humano se comporte de esta manera? Mi única responsabilidad, mi única creación es la metáfora, eso que tiene el poder de transformar, de trasmutar la sangre en cristal, el cieno en metal, el grito en aroma, y así, gracias a estas alas que se abren en las palabras, perdernos en las alturas que primero son ironía y luego la certidumbre de un destino apenas alcanzable.
Puede que siga sin decir mucho y la razón es que de lo que hablo sólo cabe en el sentimiento, en la chispa de un instinto que traga y regurgita sin cesar todo aquello que le va cayendo. Mis frases sólo pueden aproximarnos a la verdad lapidaria de la metáfora, la que viste lo que despierta en la subjetividad el golpe que es lo único verdadero, lo único trascendente, el tesoro indiscutible del arte.
LD. )Entonces tiene futuro en nosotros, por ejemplo y citándote: A… desde un comienzo, aquel amor, el único, la acorraló sin laureles en el horizonte de una tumba?@ )O si no: ASin embargo en el destino hay olas y vórtices insospechados que nacen en los segundos como limpias espinas que nos persiguen hundiéndose impasibles en nosotros, el acoso mineral que nos penetra y corrompe hasta convertirnos en la piedra profunda de los huesos en la tierra?@
JB. Claro que sí, y no por el dolor craso, sin relieves, sino por la belleza. El objeto es mutable, prosaico, pedestre. La belleza no, si consigue la categoría de elevarse al nivel de un arquetipo. La belleza es lo que vive más allá, lo que puede crecerle y sobrevivir a lo común; la belleza es, ciertamente, cuando la hacemos existir, el alma de las cosas.
LD. A alguna gente ha desconcertado esta avalancha de obras prometidas, este resurgir de una nada que se nos antoja el colmo de una neurosis, de una obsesión sin límites.
JB. )Y?… )Cambia eso algo? La gente sólo cree en lo que hace ruido, en lo que definitivamente es como ella. Yo obré y sigo andando en mi camino sin que me importe nadie un carajo. Que me creyeran o no, carece por completo de importancia. Jamás me ha molestado el silencio y con él la marginación. Todo el que estuvo cerca de mí ha sabido siempre que he trabajado, que estoy trabajando y que no voy a dejar de trabajar. Sigo sin esperar nada a cambio que la satisfacción de la entrega que me permite traer del mundo de los sueños más vida, entregar las voces que llevo dentro de mí. No puedo negar que toda obra de arte es un acto esencial de comunicación. Pero no hay que temerle en absoluto al tiempo que las cosas duren en llegar a ser y mucho menos lo que haya que esperar para que otros nos respondan. )Cuántos años tiene mi Onan de publicada? Fuera de los méritos que pudiese tener este texto, a nadie le importó ni le importa. Sin embargo lo hice y ahí está, aunque yo sea el primero en no regresar jamás a sus páginas.
LD. )Es lamentable?
JB. Por supuesto que no. Y no digo más de otras obras dominicanas mucho mejores, que no son muchas en relación a lo que ya se ha acumulado como acervo nacional, pero que existen y hablan muy bien del país. Aún así, hay que entender que nuestra literatura todavía es, sencillamente, insignificante, fuera del valor que posee como piso para saltar a un escaño mayor. Esto me duele porque quisiera como hombre, como ciudadano de esta nación, que fuese de otro modo. Y los jóvenes dominicanos tienen la palabra, el reto entre las manos de forjar las cimas que como pueblo nos distinguirán. Yo me río con un infinito pesar de las estatuas que se honran con apologías corales en nuestros altares públicos y privados. Apenas son simples estantiguas que consiguen taparse muy mal las pelotas de su mediocridad con los humos frenéticos de los incensarios. Hay que insistir en seguir adelante, y aunque pueda sentirse abatimiento o amargura en mis frases, yo creo en el destino que los dominicanos debemos inexorablemente alcanzar. Se trata de mirar más alto, de mirar más lejos, de no tenerle miedo alguno a la distancia que nos separa de la grandeza de lo universal. La ambición es el músculo más poderoso del hombre, pero cuando se trata de una ambición que se apoya sobre bases firmes, que pretende la gloria de lo eterno asimilando el brillo y el aliento de lo que ya es eterno y que ha crecido con enormidad fuera de nuestras fronteras. Lo dominicano en sí mismo no es más ni mejor que nada de lo que existe. Lo dominicano somos nosotros y lo que nos corresponde desbordar elevándolo hacia las alturas del genio, de lo que alcance a conmover sin reparos a quien nos mire, incluso a nosotros, por la magnitud de su excelencia, por la contundencia de su calidad.
LD. )Quieres decir que no hemos servido y que podemos servir?
JB. Te refieres a mis palabras casi con una expresión folclórica. He intentado expresar lo que sé que muchos sienten. No es con la fuerza de la mentira, es decir, con la propaganda ignorante o interesada, que se levantan los monumentos que nadie se atreve a discutir y que en consecuencia debemos reverenciar, sino enfrentándonos a lo insustancial, a lo cursi, al facilismo de mediocridades apabullantes, avasalladoras gracias a la complicidad de una crítica inepta, de gustos penosos y con muy poco o nada qué argumentar. Una cosa es la arqueología literaria, única profesión que aquí incluso muy malamente se conoce, la que saca de los estratos de la tierra estelas y vasijas para datarlas sin más; y otra, una ciencia sin parcialidades que vaya a las esencias de su objeto para distinguir, gracias a un juicio abonado con lo que triunfó para siempre, con el ojo certero de lo que distingue el aporte, el mérito de lo que va naciendo y debe quedar; una ciencia que oriente de mano de los más notables valores universales a quienes pretenden por obra de su talento y esfuerzo hacer su parte convirtiéndonos en un mejor país. Yo no quiero la grandeza que nos regala la vacuencia de los enanos, sino el respeto de quienes viven para la verdad.