Entrevista a Natacha Sánchez

Entrevista a Natacha Sánchez

POR LEÓN DAVID
4.- ¿Cómo enfocas la cuestión de la cultura de élite frente a la llamada cultura popular?
A mi modo de ver, yo creo que aunque estos conceptos se presentan como antagónicos, ellos son parte de un juego dialéctico que los lleva a complementarse el uno al otro.

Comencemos por decir que la definición de Cultura presenta muchas aristas. La palabra en sí tiene diferentes definiciones según de quien o de donde provenga cada definición ya que la diversidad de los conceptos humanos, la relatividad de todo lo que a los ojos del hombre es aparente o real, o aún nuestra propia subjetividad, nos llevan a manifestar concepciones, visiones, intereses y objetivos variados.

Pero, en sentido general, podemos llamar cultura a la acumulación de todos los conocimientos y de todas las artes que la humanidad (o un pueblo en particular) ha venido creando a través de su historia en su lucha por la supervivencia. Es decir, lo que va quedando, sedimentándose a través de todo un proceso de selección de generación espontánea.

Lo que hoy llamamos clásico, porque es modelo de modelos pero que hoy se quiere señalar como cultura de élite, en sus orígenes tuvo sus raíces más profundas en ese deseo de trascendencia que ha impulsado al hombre a la creación desde que, ya en el paleolítico, los cazadores primitivos nos dejaron impreso en las profundidades de las cuevas su arte mágico-utilitario como testimonio de esa intención.

Es en ese mundo de la prehistoria que se produce el cambio más profundo que ha visto la humanidad cuando las hordas nómadas se convierten en comunidades sedentarias para inaugurar un nuevo período que llamamos neolítico en el que con la economía agrícola y la ganadería se transforma el contorno material y la constitución interna del hombre prehistórico al cambiar el contenido y el ritmo de su vida. Porque ya, en vez de recolectar su alimento como lo había hecho hasta entonces, comienza a producirlo y para ello tiene que perfeccionar sus formas primitivas de trabajo y planificar su economía. Tiene que prever el futuro y acumular alimentos para las malas épocas y todo eso va a ir dotando a su cerebro de la capacidad de abstracción. Con la acumulación de alimentos comienza la diferenciación de la sociedad en estratos y clases y se establece la organización del trabajo, el reparto de funciones, la especialización de los oficios. La artesanía es un producto de este nuevo estado de cosas.

La capacidad de abstracción que va adquiriendo el hombre neolítico se puede apreciar en los dibujos rupestres de esa época en los que las figuras son completamente abstractas y con formas geométricas.

La palabra cultura viene dada por el hecho de que, al aprender a cultivar sus alimentos, el hombre se organiza en sociedad y comienza a ser dueño de su destino, a ser creativo y así comienza a practicar un arte utilitario.

El hombre organizado, con su alimentación resuelta, comienza a tener otras inquietudes y es ante el misterio de la creación que surge la idea de lo desconocido y lo misterioso, de los poderes sobrehumanos y los monstruos, de lo supramundano y lo numinoso. El mundo se divide en dos mitades y el hombre se ve a sí mismo escindido: ha llegado el estadio cultural del animismo, de la adoración de los espíritus, de la fe en las almas y del culto a los muertos. Con la fe y el culto surge la necesidad de hacer ídolos, amuletos, símbolos sagrados, ofrendas votivas, etc. Por lo que sobreviene la separación entre un arte sagrado y otro profano, entre el arte religioso y representativo y el arte mundano y decorativo. El mundo se divide en un mundo real visible y un mundo espiritual invisible, en un cuerpo mortal y un alma inmortal. El hombre comienza a crear símbolos e imágenes y a dar explicaciones a sus interrogantes a través del mito y de las religiones. Y he aquí que con esto comienza también el proceso de intelectualización y racionalización del arte. La obra de arte ya no es sólo una representación del objeto sino también una representación conceptual y en ella se va a comenzar a reflejar el espíritu de cada pueblo dando origen a las diferentes culturas.

Este dualismo está en el origen de todo tipo de arte y de toda cultura.

De manera que cuando hablamos de Cultura de Elite y de Cultura Popular estamos, en cierto modo, reproduciendo esa dualidad que existe desde la noche de los tiempos y rozando dos conceptos que, a mi modo de ver, se nutren mutuamente.

Ahora bien, la cultura, entendida como un producto social que forma parte de la superestructura política de un estado en donde el poder económico reposa generalmente en una clase social determinada, normalmente esa clase social hace uso de sus privilegios y se adueña de los medios que pueden proporcionar una vida más satisfactoria en el orden material y en el espiritual y pueden, por lo tanto, disfrutar de los productos culturales que no pueden estar al alcance de las clases sociales de bajos recursos económicos. Y vemos entonces el concepto de Cultura de élite vinculado a ese estado de desigualdades sociales, producto de las injusticias sociales.

El concepto de Cultura de Elite se identifica también con las Bellas Artes así como también con las obras artísticas que por su excelencia han sido catalogadas como obras maestras de la cultura universal en cada uno de los géneros artísticos que les sean propias.

Tenemos que insistir de nuevo en que esto también es una consecuencia de las desigualdades sociales producto de la desigualdad económica ya que las Bellas Artes, que viene siendo el producto más acabado de la creación artística humana, necesita de una preparación académica, tanto para practicarlas como para comprenderlas. Por lo tanto, este arte resultaría extraño a la sensibilidad y a la idiosincrasia de quien, sin tener preparación académica tampoco se identifica con culturas que les son ajenas.

La cuestión está en la educación aún sea esta meramente visual o auditiva.

Hay, sin embargo, una cultura que se va fraguando con el pasar de los años, que va a reflejar el modo de ver, sentir y actuar de un conglomerado determinado de gente que comparte la vida diaria y un espacio geográfico que determina sus usos y costumbres al interrelacionarse en sus diversas manifestaciones a través de una historia en común. Podemos llamar entonces cultura popular a todo lo que esa comunidad ha venido acumulando como propio en su práctica consuetudinaria y que se va a manifestar en su música, su poesía, su pintura, su forma de vestir, su forma de hablar, su comida, sus bailes, su artesanía, sus instrumentos de trabajo o de música, en todo lo que forma parte de su existencia.

El folclore es lo que representa las tradiciones que ya se han hecho clásicas dentro de la cultura popular.

La cultura popular, como se puede deducir, cabe perfectamente dentro de la definición de la palabra cultura y es inseparable de todo ese proceso de creación con el que el hombre se dirige, inexorablemente, hacia el camino de la perfección en busca de su trascendencia.

Sin embargo, en esta Era de las Comunicaciones, en la que tiempo y espacio desaparecen para cederle su puesto a lo que llamamos “la aldea global”, los diversos conceptos de cultura son trastocados y cada vez más se nos impone un estilo de vida universal manipulado por las grandes multinacionales que controlan los medios de comunicación. A través de éstos, nos imponen sus modos de producción y de consumo y, en consecuencia, los gustos y comportamientos que la tecnología y el consumo demandan para beneficio de sus economías “globalizadas”.

Por eso, debemos tener el cuidado de no confundir la cultura popular, que es fruto del desarrollo histórico de un pueblo en particular o de todos en general, con la malintencionadamente llamada “cultura popular” – que ni es cultura ni es popular – sino un producto de consumo universal con el que las grandes empresas trasnacionales y sus representantes nacionales, que manejan los medios masivos de comunicación, pretenden identificar a la gran masa consumidora para poder hacerla destino utilitario de sus intereses valiéndose muchas veces para ello, y con la intención de explotarlo comercialmente, de hacer resaltar los más bajos instintos que tiene el hombre para despertar en él las pasiones más abyectas y hacerlos destinatarios del más insólito de los comercios.

5.- ¿ Es el tema de la identidad dominicana un asunto de índole cultural? ¿En qué medida y cómo?

Identidad es, como su nombre lo indica, lo que nos identifica, lo que nos hace especiales, distintos frente a los demás pero idénticos a nosotros mismos.

La identidad de un pueblo se manifiesta como resultado de un conjunto de hechos y circunstancias que, compartidos dentro de un espacio geográfico común y en un largo contexto histórico, funcionan como unificadores de la diversidad existente en todo conglomerado humano construyendo en torno a él un proyecto de vida común en el que van a coincidir modos de ser, de ver, sentir y actuar que se van a traducir en usos y costumbres con los cuales se van a reconocer. La repetición en el tiempo de esos modos de vida y de sus diversas manifestaciones dentro de una misma sociedad es lo que llamamos Cultura porque ellos son el producto de la decisión del hombre de cultivarse a sí mismo y de modificar el mundo que lo rodea.

Pero esa unidad que se refleja en los usos y costumbres de la gente de un mismo pueblo es también lo que le pone ese sello de identidad que los muestra diferentes frente a los demás pero semejantes a si mismos. Y a eso llamamos Identidad. Identidad que, como hemos visto, se construye sobre la base de la cultura.

Porque Identidad y Cultura son parte de una misma realidad que se construye día a día y son aquellos elementos que permanecen en el tiempo los que van a determinar sus características propias.

De manera que el tema de la Identidad dominicana será siempre de índole cultural y en la medida en que seamos capaces de ir construyendo una cultura propia, en esa misma medida seremos dueños de una Identidad que aún estamos por definir.

6.- ¿De qué modo la política incide en lo cultural y lo cultural en la política?

La política, lo mismo que la cultura, son ejes transversales que permean los demás sectores de la sociedad y que, además, se relacionan entre sí.  Porque, si bien la cultura es un producto social de la sociedad, ella forma parte de la superestructura política del Estado, el que tiene por misión regir la sociedad. Y si bien la cultura es ese espacio de libertad en donde la imaginación se hermana con la creación para hacer trascendente al hombre; ese espacio donde se crean y refuerzan los principios de la identidad y se forjan los valores democráticos; la política, en cambio, debe ser garante del orden social, mantener el equilibrio de la sociedad, hacer respetar sus leyes, además de velar por el bien y la felicidad de los ciudadanos.

Esa función de la política en la sociedad, le da la autoridad para incidir en la cultura y el poder para hacer de ella un vehículo para ejercer su autoridad, sea ésta democrática o tiránica, creando con ello un vínculo entre la cultura definida en el plano de los valores y la cultura definida en el plano político.

Podemos decir que ese vínculo entre política y cultura que se ha manifestado a través de toda la historia, ha determinado la evolución de la cultura en lo que se refiere a su función en la sociedad. El juego dialéctico que hoy se utiliza de manera irónica: “El poder de la cultura o la cultura del poder” nos da una idea de hasta qué punto la cultura también incide en la política y de cómo se pueden ellas complementar.

Hoy más que nunca, cuando existe un organismo internacional de la categoría de la UNESCO, en donde están representados todos los estados reconocidos por la ONU, desde donde se están trazando las políticas culturales de los estados miembros, no podemos menos que reconocer la enorme incidencia de la política en la cultura y de la cultura en la política.

Hoy se habla de una nueva cultura de las empresas, de cultura de desarrollo, de inversiones en desarrollo humano y cultura, de cultura como eje fundamental del desarrollo, de cultura y globalización, de desarrollo económico y desarrollo cultural, de la dimensión cultural del desarrollo, en fin, la posición de la cultura está dejando de ser lateral para ocupar un lugar central, se está convirtiendo en el “recurso económico central” porque las raíces culturales y la diversidad cultural son necesarios para desarrollar la creatividad, que es lo que más impulsa la actividad económica.

En la sociedad de la Era de las Comunicaciones y de la Globalización , la Cultura tiene un papel importante que jugar y su significado es una interrogante que se plantea en el proceso de globalización. Hoy se plantean nuevos paradigmas políticos que permitan replantear el papel público de la cultura a la luz de los fenómenos contemporáneos y se habla de políticas que consideren la cultura como un elemento prioritario. Pero en lo que todos están de acuerdo es en la necesidad de que la cultura se convierta en un tema con legitimidad propia en el plano político.

Para concluir, pienso que con el proceso que se está dando a nivel mundial, los políticos tendrán, necesariamente, que proponer programas que tomen en consideración los derechos culturales como derechos humanos, por lo que la frase tan repetida : “¿hablan los políticos y los artistas el mismo lenguaje?”, dentro de poco, no tendrá ninguna razón de ser.

7.- ¿Quién es Natacha Sánchez?

Una ciudadana dominicana preocupada por el desarrollo de su país, convencida de que en la educación y la cultura está la base de ese desarrollo.

(Anexo una hoja de vida)
Santo Domingo, D. N.
17 de abril 2006.

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