Entrevista con el príncipe Juan Carlos de Borbón

Entrevista con el príncipe Juan Carlos de Borbón

En 1973 realicé en calidad de Canciller de la República, un viaje oficial a España a invitación del canciller Gregorio López Bravo. En la ocasión, Balaguer me hizo entrega de una carta personal para el generalísimo Franco que contenía la solicitud de un préstamo y asesoría técnica para la construcción de la presa de Sabaneta en San Juan de la Maguana, con encargo de motivársela en nuestra entrevista.

El presidente me resaltó que España tenía vasta experiencia en política hidráulica y “debíamos aprovecharla en los planes que se ejecutaban de construir varias presas hidroeléctricas”, recomendándome acompañarme del Ing. Augusto Rodríguez Gallard técnico altamente calificado en la materia, y Eugenio Pérez Montás, director de la Oficina de Patrimonio Cultural para otras gestiones ante el Archivo General de Indias.

En la ocasión sostuve otra entrevista con el príncipe Juan Carlos de Borbón, futuro rey de España 1975-2014.

Para la época era un joven de 35 años de edad, conversador, agradable, culto, de fino trato y atrayente personalidad, quien tan pronto pasó la formalidad de la presentación, se convirtió en el más amable anfitrión.

Me recibió con evidentes muestras de simpatías, quizás por tratarse de un encuentro de dos jóvenes que comenzaban a descollar en la carrera pública. Una vez acomodados en la confortable biblioteca del Palacio de la Zarzuela y quebradas las formas rígidas del protocolo, iniciamos la conversación tocando los temas que a su juicio eran de interés común. Como no desempeñaba funciones burocráticas, los temas tratados no tuvieron para él el mismo interés que para Franco; sin embargo, lo impuse de los detalles en que se interesó y pasamos de inmediato a un tópico que si lo hubiéramos coordinado de antemano, no hubiera sido manejado con tanta curiosidad e interés para ambos.

Comenzó por mencionarme su viaje a Santo Domingo, a bordo del buque escuela Juan Sebastián Elcano en el año 1958, siendo guardiamarina. Los recuerdos de ese viaje le brotaban a borbotones. Comenzó por «confesarme» que por «algo que hizo» –y que supongo por delicadeza no me confió–, fue «sancionado» durante la travesía por el comandante del buque, impidiéndole bajar a tierra dominicana. El príncipe había embarcado en España junto con su promoción, para una gira por varios países de América Latina.

El objetivo del viaje, según me confió, era repetir la ruta que había llevado Cristóbal Colón en 1492, por lo que el primer puerto que de forma obligada tenía que tocar la embarcación era Santo Domingo.

Al hablar de su viaje, me sentí inclinado a hacerle los comentarios que circularon para la época en la capital dominicana. Comencé señalándole las expectativas que se crearon en la juventud y por vía de consecuencia, el entusiasmo y curiosidad que parecían incontenibles.

Y pasé a contarle que el día del desfile militar de los cadetes españoles con el príncipe a la cabeza, un grupo de estudiantes de la Universidad de Santo Domingo acudimos al Altar de la Patria a presenciar desde lejos y acompañados de un sentimiento mezcla admiración y curiosidad, un hecho único para nosotros.

Las jóvenes no disimularon sus emociones viendo de cerca al heredero del trono y futuro rey de España desfilar con sus compañeros de estudios. En Santo Domingo, para la época, ver al príncipe junto al pueblo que le aclamaba constituyó un acontecimiento, pues los miembros de la «corte gobernante» del país no concebían descender a esos niveles «tan bajos», de desfilar por las calles de la capital. Vivían un mundo de fantasía, desajustado y falso.

En el desfile el príncipe era el guardia bandera, obviamente para que desfilara solo y se le pudiera admirar y ver mejor.

En la entrevista Juan Carlos me comentó las gestiones que fue preciso hacer para que el comandante del buque levantara, aun fuera provisionalmente, las sanciones impuestas y pudiera tener ocasión de pisar suelo dominicano.

—Tenía unas ansias enormes de conocer su tierra –me confió. Luego supe que fue precisa la intervención de Trujillo frente a la Embajada de España para que se complaciera la inquietud reinante en los círculos oficiales y sociales por conocer al príncipe español.

En aquellos días circuló con profusa insistencia en los mentideros sociales de la capital dominicana, el rumor de que la esposa de Trujillo aspiraba que el príncipe conociera a su hija Angelita, en esos momentos la joven más bella y codiciada por todos los galanes dominicanos.

Quizás María Martínez anidaba una vaga esperanza, resultante de su descendencia española, de su gran ambición, o de su profunda vanidad, que en los aun tiernos corazones de estos jóvenes, pudiera guarecerse algún sentimiento de atracción recíproca que llegara a la culminación de un enlace entre una hermosa plebeya rodeada de los encantos de su hermosura, unido al oropel que le proporcionaba el poder absoluto que resumía el gobierno de su padre, y un noble español de fina estirpe.

El Príncipe disfrutaba los comentarios que le transmitía, con rostro de marcada satisfacción y amplia sonrisa.

Tuvo la cortesía de narrarme varios episodios para él inolvidables, de este primer viaje a tierras americanas. Tocó temas de interés mundial, especialmente de América Latina, porción del mundo que los españoles llevan muy dentro y tienen siempre presente, y en todas dio notaciones de dominio de los mismos.

El tema económico lo manejaba con maestría, las relaciones internacionales por igual, estaba al tanto de pequeños detalles. No me cabía la menor duda mientras conversé con el príncipe, que España tendría en su oportunidad un gran jefe de Estado, con experiencia acumulada por estudios y por la práctica. Así lo ha demostrado en los treinta y nueve años que lleva como soberano de España.

Se manejó en todo momento con agradable soltura, dando la impresión de que quienes conversaban eran dos viejos amigos. La entrevista se prolongó con interesantes e inolvidables reflexiones para dos jóvenes que en sus respectivos países tenían altas y graves responsabilidades. Uno con carácter de perpetuidad, el otro sujeto a la alternabilidad por los cambios constantes que reservan los sistemas democráticos.

Al finalizar la entrevista, el príncipe, en un gesto de fina sensibilidad, me despidió, acompañándome hasta el auto.

Esa simpatía y fino trato humano han caracterizado al rey Juan Carlos I de España a todo lo largo de su reinado. No hay dudas que ello ha contribuido al éxito que ha alcanzado en el difícil y espinoso camino, primero de la transición y luego de la estabilización de la democracia en su país.

Al despedirse del Trono, dejo este testimonio como homenaje a un gran Rey.

El doctor Víctor Gómez Bergés es juez del Tribunal Constitucional. Fue Canciller de la República y embajador en España.

 

 

 

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