La vida social humana contemplada tras el lente ético, moral o natural, por lo general no suele valorarse como totalmente buena, ni mala, sino que usualmente en lo observado suele predominar una sobre la otra. De ahí que no exista un ser material totalmente bueno, ni malo. Hago esta reflexión para referirme a un tema político de actualidad referente a la limitante edad en el ejercicio de las funciones públicas. Tendemos a idealizar fijando imágenes de personas en el tiempo y el espacio, tal como lo haría una cámara fotográfica. Nuestra mente no concibe los rostros en continuo desarrollo desde el feto hasta la senectud. La realidad nos muestra la conjugación del tiempo vivido en la figura y funcionamiento de nuestro cuerpo.
La gran potencia mundial representada por los Estados Unidos ha sido gobernada por jefes de Estado completando su octava década de vida. Los oponentes utilizan el argumento de las fallas cada vez más evidentes en el contrincante debidas al cambio fisiológico general que se opera en todos los individuos producto del inexorable efecto del tiempo vivido.
Se enmarca a las personas a semejanza de los vegetales que nacen, crecen, se multiplican y luego envejecen para finalmente morir. De ahí el sabio término: Nacer y morir, ley de vida.
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Siendo la geriatría la rama de la medicina especializada en el reconocimiento y manejo de las alteraciones producto del natural envejecimiento de las personas, importa saber que se trata de una área en evolución, en la que hay un déficit considerable de expertos para tratar todo lo concerniente a los individuos por encima de los sesenta años de edad.
En Europa, Asia, América y otros continentes, la media de vida sigue creciendo en la población general, sin que se note un aumento proporcional en la disponibilidad de geriatras. Ello mueve a preocupación ya que representa un serio escollo para enfrentar esa creciente realidad social. La Patología Forense puede ofrecer testimonios objetivos de las alteraciones anatómicas macroscópicas, microscópicas y moleculares vistas a través de las necropsias que se practican en los cadáveres de personas que fallecen por distintas causas ya sean naturales o violentas.
Los imagenólogos acostumbran reportar en sus informes radiológicos, tomográficos, de resonancia magnética y sonográficos ciertas alteraciones bajo el término de “Cambios degenerativos propios de la edad”. Con ello dan a entender que el proceso natural de envejecimiento es progresivo y que por lo tanto aumenta con la edad. El cerebro reduce su tamaño y flujo circulatorio, la masa muscular disminuye, el hígado pierde volumen, los huesos se descalcifican paulatinamente haciendo más frágiles y susceptibles a las fracturas. Las defensas orgánicas se van atenuando conjuntamente con los reflejos físicos.
La pandemia de la covid-19 puso en evidencia la desventaja senil cobrando un alto precio en vidas a los ancianos. La osteoartritis, diabetes de tipo adulto, aterosclerosis coronaria, daño renal, enfisema pulmonar, hiperplasia y carcinoma prostático son el pan nuestro de cada día en la mesa de autopsia del patólogo. En cadáveres femeninos se recogen las historias de cánceres de mama, útero y ovario. La piel es un espejo de los años por sus características señales comunes.
Más que descalificar o denostar a las personas envejecientes deberíamos invertir recursos para hacer más útil, más placentero y menos doloroso el período de cierre del ciclo vital del Homo sapiens.