Épica victoria de un amplísimo arcoíris

Épica victoria de un amplísimo arcoíris

CÉSAR PÉREZ

En unas elecciones presidenciales percibidas como decisivas para el futuro inmediato de los Estados Unidos y del mundo, Joe Biden y Kamala Harris acaban ser elegidos presidente y vicepresidenta de ese país.

En esas elecciones estaba en juego la continuidad de un poder y una figura política, Trump, que impulsaba el auge de la internacional ultranacionalista xenófoba, racista/clasista, contra el respeto a valores esenciales del ser humano: acceso a la salud, a la protección de su integridad física de parte de la justicia, a la defensa de sus pertenencias, sociales, étnicas, de género o de origen, que para la mayoría de ciudadanos norteamericanos y del mundo representaban el binomio Biden/Harris.

A pesar de que, como dice Karl Deutch, los errores de Estados Unidos “han sido más devastadores, destructivos y dañinos que los de cualquier otro país“, de ser una potencia agresivamente imperialista, de haberse levantado como potencia mediante la explotación masiva e inhumana de la mano de obra esclava y del aporte de la inmigración, como capital social, de Europa y la persistencia del racismo estructural, en ese país nunca ha cesado el debate sobre los derechos ciudadanos.

Jamás ha desaparecido el reclamo de los inmigrantes de, por sus aportes ser incluidos en la sociedad. La resistencia de las minorías, más que ninguna otra, las de los autodefinidos afroamericanos, siempre ha existido, junto a la perenne discusión sobre los valores esenciales de la democracia.

Ese fermento ha servido de acicate a las luchas sociales que, desafiando el racismo ancestral en la sociedad norteamericana, posibilitó el ascenso de Obama, hijo de un africano, a la presidencia.

Ahora posibilita el ascenso de Kamala Harris, negra de padres inmigrantes, como primera mujer a la vicepresidencia, además, la nueva primera dama es ítalo-norteamericana, de abuelos sicilianos.

La justeza, agudeza y persistencia de esas luchas políticas y sociales ha unido gran parte de la sociedad norteamericana y del mundo, sin importar etnia, clase social o país.

También ha incorporado a la lucha contra el racismo y la violencia policial a sectores del mundo deportivo, cultural y social norteamericanos que nunca se involucraban en la política.

Para esa parte de la sociedad norteamericana y del mundo, Trump y el núcleo duro de ultraderechistas que aún le siguen en sus locuras, constituye la expresión más grotesca y descarnada de internacional ultranacionalista xenófoba, racista/clasista que, entre otros, en el resto del mundo encarnan los Putin, en Rusia, Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Bolsonaro en Brasil, Urban en Hungría, que agitan el odio racial, la persecución fuera de toda ley contra el inmigrante y las minorías nacionales o de origen extranjero.

La conciencia de ese peligro, del sistemático desmonte de diversas iniciativas legales de carácter inclusivo y de acuerdos internacionales de Obama, el desprecio a la ciencia en temas como el calentamiento global y Covid-19, potenciaron la oposición a Trump.

Igualmente, para la confluencia del votante afroamericano con el de origen latino no contaminado por la retórica ultrareaccionaria de Trump, con sectores de otras procedencia y etnias, para la ampliación de las luchas en el territorio, además del surgimiento de nuevos activistas político/sociales,y de diversos grupos étnicos y de género.

Fue el caso de Stacey Abrams, que logró la incorporación de 800,000 nuevos votantes en Georgia que a la postre determinaran el triunfo Biden/Harris en ese estado. En fin, un triunfo épico de un arcoíris que fortalece la esperanza.

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