Epidemiología de las muertes violentas

<p>Epidemiología de las muertes violentas</p>

SERGIO SARITA VALDEZ
José Alfredo Jiménez Sandoval fue un afamado cantautor mexicano nacido en Dolores Hidalgo, Guanajuato, el 19 de enero de 1926, falleciendo de manera natural en una clínica de la ciudad de México el 23 de noviembre de 1973.  En su relativamente corta existencia artística dejó un extenso legado de canciones que rápidamente se convirtieron en el deleite de millones de personas que seguían fielmente y celebraban cada una de sus interpretaciones. En una de sus más sonadas melodías se leen estos versos: “No vale nada la vida/ La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ Y así llorando se acaba/ Por eso es que en este mundo/ La vida no vale nada/ Bonito León Guanajuato/ La feria con su jugada/ Allá se apuesta la vida/ Y se respeta al que gana/ Allá en mi León Guanajuato/ La vida no vale nada”.

Pasadas más de tres décadas de la desaparición física de José Alfredo podemos desde acá, Santo Domingo, parodiar su triste ranchera diciendo que aquí es poco lo que vale la vida de quien ose deambular por una de esas calles de Dios ya sea en pleno mediodía o bajo la sombra de un brusco y prolongado apagón nocturno.

En la segunda mitad del siglo XX nuestro conocido merenguero Joseíto Mateo cantaba: “A la rigola yo no vuelvo más/ Matan a los hombres/ A palo y pedrá”. Entrado el siglo XXI ya los criollos no debaten sus diferencias con palos y piedras, tampoco utilizan el cuchillo como arma homicida tal cual lo hiciera Trujillo en la masacre haitiana del 1937, simplemente se baten a tiros. El arma de fuego, y más específicamente la pistola, se ha convertido en el instrumento favorito para perpetrar los asesinatos en la República Dominicana.

Para ilustrar lo expuesto diremos que durante el mes de noviembre de 2006 se realizaron 154 autopsias en el Instituto Nacional de Patología Forense, las cuales se distribuyeron del modo siguiente: 83 homicidios, 22 muertes accidentales, 3 suicidios, 6 casos violentas no clasificables y solamente tuvimos 40 decesos por enfermedad natural. De los ochenta y tres casos de homicidio 73 fallecimientos, es decir, el 88% de los casos se debió a disparos de arma de fuego cañón corto, siendo las restantes 10 muertes causadas por arma blanca.

Ya es muy sencillo y fácil para un vulgar delincuente armarse de una pistola para desde un vehículo de motor disparar y herir mortalmente a la victima escogida. El móvil del crimen puede ser el robo, la venganza o una simple discusión por un “quítame esta paja”. Hemos sabido de un creciente número de incidentes en  que tras una colisión vehicular o un malentendido verbal entre dos conductores se genera un balance trágico en el cual la pistola o el revólver ha sido el método elegido para dirimir la disputa.

Mes tras mes se repite el mismo cuadro epidemiológico con la diferencia de que el volumen de homicidios no desciende a niveles prudentes que se correspondan con los de una población que hace honor a su legado de nación pacífica y respetuosa de los derechos humanos. Ahora se nos agrega el una horrenda modalidad que consiste en rociar con gasolina el cadáver del infortunado para luego incendiarlo, albergando con ello la maléfica intención de dificultar la identificación del fenecido.

Con motivo de las festividades de Nochebuena y Año Nuevo gente desaprensiva realiza disparos al aire, ignorando en ese momento que la bala ha de retornar a la tierra y que en ese peregrinar balístico puede terminar en la cabeza o en el pecho de un inocente y despreocupado ser humano.

Hagamos votos por negar el contenido de la vieja canción ranchera de José Alfredo Jiménez y cantemos a coro cual himno a la paz y bienestar de nuestro pueblo: Para el dominicano la vida sí vale mucho.

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