R. A. FONT BERNARD
Conforme lo testimonian las estadísticas bibliográficas, la Biblia es el libro más editado, y el más leído, a nivel universal. Pero paradójicamente, la mayoría de sus lectores ignoran, o aparentan ignorar, la intensa sensualidad, que subyace en las páginas del Antiguo Testamento. La pudibundéz que ocultan los textos que figuran en ellas, justifica que en los resúmenes titulados La Historia Sagrada para los Niños, sean expulsados los episodios escabrosos y las liberalidades verbales.
No así en lo que contrae a los adultos, si nos atenemos a la sentencia de San Clemente de Alejandría, en la que se sostiene que No hay que avergonzarse de aquello, que Dios no se avergonzó.
Para nuestros remotos antepasados, el sexo era un tema del que se hablaba con la mayor naturalidad, porque entonces existía el pudor de los hechos, no el de las palabras, como es la actualidad. La moral de aquellos tiempos era diferente de la contemporánea, y la cultura de entonces hacia ver como naturales, lo que en los tiempos presentes, es motivo de escándalo para los timoratos y para las beatas.
En el Viejo Testamento, cuyo texto original es modificado para los niños, figura ilustrada la efigie de Abraham, como un grave varón de lenguas barbas. Este Abraham contaba sesenta y cinco años de edad, cuando tomó el camino de Egipto, en la compañía de su joven mujer, en obediencia a Jehová.
Y ya en la corte del Faraón, Abraham, temiendo por su vida, cometió perjurio. Le dijo a Sara su mujer, ahora dí, que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa tuya, y viva mi alma por causa de tí. (Génesis 12). Y fue llevada Sara a la casa del Faraón, y Abraham tuvo vacas, ovejas, asnos y camellos. Algo denigrante, repetido siglos después en nuestro país, cuando al Faraón se le llamaba El Jefe.
A Noé se le conoce bíblicamente, como un experto nauta. Fue el constructor y propietario del primer barco del mundo. Tenía seiscientos años, cuando comenzó a construirlo, y tuvo la pericia de mantenerlo indemne, no obstante los cuarenta días y cuarenta noches que duró el Diluvio. Pero luego, de sus hazañas marineras, Noé plantó una viña, y cometió la torpeza de trocar sus experiencias náuticas por la fabricación del vino. Bebió en demasía y se embriagó, y estaba desnudo en medio de su tienda (Génesis 18). Y al verle desnudo, sus hijos Sam y Jafet, se compadecieron de su difícil situación. Pero el otro hijo, Cam, sin dudas un cananero, se rió aún están de la desnudez de su padre. (Génesis 9). Y las consecuencias de esa burla, aún están presentes en la determinadas conductas familiares del presente.
En el Antiguo Testamento, figura la pena de muerte para las aberraciones sexuales. Si alguno se ayuntase con varón como con mujer, ambos deben ser muertos. (Levítico 20). Era según parece, un testigo severamente impuesto, con el propósito de estimular el cumplimiento del precepto, que ordena crecer y multiplicarse. Esto explica que no fuese aplicable a las lesbianas.
Semejante castigo le era impuesto, a quienes tuvieron comercio carnal con las bestias. Lo confirma, que muchas de la aberraciones de ogaño, eran prácticas que datan de antaño. Por ciento que el Deuteronomio (Capítulo 23,18), se refiere a la la paga de una ramera, y al salario del perro, aludiendo ésto último, a los gays de aquellos tiempos.
¿Se sabe con certeza, por qué el Señor hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra? La historia aún no está suficientemente esclarecida, porque en Sodoma sólo habían sodomitas, no gomorritas. Aquellos rodearon la casa de Lot, demandándole que les entregase a dos jóvenes huéspedes que tenía bajo su protección. No para lincharlos sino para conocerlos, lo que significaba un lisio hasta ahora muy extendido en el mundo moderno. Y en la aplicación de su concepto de las hospitalidad, Lot ofreció a quienes le acediaban, a dos de sus hijas que no habían conocido varón. Hagan con ellas lo que les parezca, puesto que viven a la sombra de mi tejado, solamente que a éstos jóvenes, no les hagan nada. El Señor hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma, y por añadidura sobre Gomorra.
Pero Lot tuvo problemas con sus hijas, por que luego de quedar resuelta la protección de los jóvenes perseguidos por los gays celestiales, a la mayor de ellas se le ocurrió solucionar su jamonería con el único varón disponible, su padre. Nuestro padre es ya viejo, y no hay aquí hombres que entren en nosotras, como en todas partes se acostumbra.
Vamos a embriagar a nuestro padre, y acostarnos con él, a ver si tenemos descendientes. Así lo acordaron (Génesis), y de esa impúdica unión, quedó una inusual descendencia de hijos-nietos.
Para el común de los lectores del Viejo Testamento, la serpiente fue una redomada alcahueta, dotada de singulares cursos, para inducir a la primera mujer para que comiese la fruta del pecado. Pero no atinamos a comprender, por qué la escogencia de una fruta navideña, en el lugar simbólicamente tropicales, el plátano o el guineo. Por cierto que para nuestro Juan Antonio Alix, la fruta del pecado fue la que señala en su salaz epigrama titulado A Teresa:
Estaba una vez Teresa,
subida en un algarrobo,
y le preguntó Juan el Bobo,
Muchacha, ¿que fruta es esa?
Y Teresa que no guiso,
pasar por boba ante Juan
le dijo al muy truchimán,
– ¿Tú has visto fruta con rizo?
– Hay, como no, la que Adan,
se comió en el Paraíso.
Tras los cambios originados en la celebración del Segundo Concilio Vaticano, la actitud de la Iglesia Católica, permite acercarse a las intimidades del Viejo Testamento. Por consiguiente, queda confirmado que nada hay nuevo bajo el sol. O sea, que en los orígenes de la Humanidad, las pasiones de los seres humanos eran semejantes a la de la actualidad. Se amaba, se odiaba, se cometían travesuras y aberraciones. Y que en fin, desde que el mundo es mundo, han habido buenas y malas acciones, muchas de ellas confirmativas del Abel Sánchez de don Miguel de Unamuno, en su precepto literal del Odia a tu prójimo como a ti mismo.