Equidad

Equidad

Los esfuerzos por establecer un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la República Dominicana y Estados Unidos tienen que estar orientados hacia la búsqueda de puntos de equidad que atenúen los efectos naturales de una relación de intercambio entre una economía altamente desarrollada y otra afectada de profundas insuficiencias.

Debe haber, de principio, un desmonte de barreras que le permitan a la economía más débil insertarse en los mercados de demanda del país con economía fuerte, de modo que puedan ser medianamente equilibradas las diferencias de desarrollo tecnológico.

Para el negociador del lado dominicano, debe ser prioritario el lograr que un tratado de este tipo contenga cláusulas bien claras en materia de competencia comercial. Pongamos por ejemplo, en nuestro país abundan empresas estadounidenses de servicio que operan con absoluta libertad y está por verse si sus similares dominicanas contarían con las mismas condiciones en los Estados Unidos. Aquí operan numerosas empresas inmobiliarias estadounidenses y sus agentes venden con absoluta libertad. Ahora bien, una vez suscrito el TLC ¿permitirían las regulaciones estadounidenses sobre la materia que las inmobiliarias dominicanas operen allí en las mismas condiciones? ¿Podrían los productores de arroz dominicanos colocar su producción en Estados Unidos con posibilidades de competir con el arroz que esa nación adquiere de otros productores mucho más barato que el nuestro?

Lo que planteamos es que se maneje con cuidado y destreza la ilusión de que el TLC con los Estados Unidos será todo beneficios para el lado nuestro, pues la bonanza no sólo dependería de la eliminación de barreras, sino de nuestra habilidad para lograr que el mercado estadounidense acepte nuestra oferta.

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Por lo pronto, recordemos que del mismo modo que nosotros trataremos de insertarnos en el mercado estadounidense, el TLC incentivará a muchos empresarios de esa nacionalidad a tratar de conquistar el mercado dominicano, y no descartemos que para muchas empresas locales esto podría significar una competencia mortal.

Para México, por ejemplo, que está enclavado en la misma región hemisférica que Estados Unidos, el TLC no ha sido la panacea que muchos mexicanos esperaban. El TLC que rige entre la República Dominicana y Centroamérica ha significado algunos beneficios, inclusive en cuanto a ciertas industrias que habían caído en letargo, pero recordemos que hay similitudes entre las economías de Centroamérica y la República Dominicana, que no existen entre nosotros y Estados Unidos.

Por esas razones insistimos en que nuestros negociadores deberán tratar de lograr condiciones buenas, eliminación de barreras y proteccionismo de parte del gobierno de los Estados Unidos, pero aún así, nuestro éxito dependerá en mayor medida de nuestra capacidad para insertarnos en ese mercado con costos verdaderamente competitivos, algo que en estos tiempos, con la cotización del dólar, la devaluación del peso y la vocación fiscalista del gobierno, parece una hazaña muy difícil de lograr.

El éxito en un TLC no solo depende de que el mercado receptor elimine barreras jurídicas y arancelarias, sino también, y en nuestro caso particularmente, de que removamos nuestras propias barreras, entre las cuales está la alta penalización fiscal que encaran los medios de producción.

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