Equipaje

Equipaje

La paradoja nos circunda. Ella, dueña de lo posible y lo imposible, nos recuerda que nuestro oficio no es más que un nido de héroes o víboras, según las circunstancias que nos rodeen o el color del espejo de quien nos mira.

Los periodistas somos tan grandiosos como hijos de nuestra mismísima madre (no usemos palabrotas, por Dios) y todo es tan relativo como la noticia que acabamos de escribir.

Nuestra ética siempre está en entredicho y nuestro nombre, pena de nuestros padres, es maldecido tantas veces que a veces olvidamos que todavía existe gente que nos quiere.

Somos, inevitablemente, el todo o la nada. A nosotros, sin embargo, eso no nos importa en lo absoluto: aprendemos, a base de tablazos, a vivir con el eterno cuchicheo sobre la espalda.

Estas frases vienen a cuento por lo mucho, lo bien y lo mal que se ha hablado de Jorge Ramos, el periodista de Univisión que tuvo la suerte o la desgracia -sólo él sabe- de entrevistar al Presidente de nuestra nación.

Aunque al principio no pensé escribir acerca de ello porque pensé que era completamente innecesario, me detuve a hacerlo por una razón muy simple: demasiada gente a hablado pestes de él y todos los que lo hacen coinciden en decir que no fue ético lo que hizo. Ramos, sin embargo, sólo hizo lo que tenía que hacer: fue un periodista de verdad.

Ningún periodista que se precie de serlo dejaría pasar por alto las declaraciones que ofreció Mejía poco después de terminar la parte oficial de la entrevista que dio. Usar esas declaraciones, a pesar de lo que dicen, eran totalmente lícito: el Presidente siempre supo que las cámaras seguían rodando y nunca dijo que lo que decía estuviera «fuera de record».

Ese fuera de record significa mucho para nosotros: es un pacto, sostenido entre las partes, que se traduce en un férreo silencio. Quienes acaban con Ramos deben recordar que sólo estamos obligados a callar aquello que se nos dice después de que el declarante afirma frases como las siguientes: «esto está fuera de record», «apaga la grabadora» (o cámara, según el caso), «esto queda entre nosotros», «es información confidencial»…. en fin, hace alguna alusión de que no desea que el mundo sepa lo que dijo.

Hasta ahí nos ata la ética. Más allá, nadie puede acusarnos. Por qué no decir, en lugar de ello, que Mejía es un hombre sin formación, que siempre se comporta de forma grosera y que nosotros, acostumbrados a ello, lo pasamos por alto cada vez que insulta, agrede o tiene una salida francamente inusual en un presidente.

Hipólito nunca ha respetado la figura presidencial. Tildándose de sencillo y campechano, ha llenado la Presidencia de floklore y mal gusto. Eso, ¿podría pasarle por alto a un periodista extranjero? ¿Cómo callar cuando usted ve que un presidente dice, se contradice y argumenta cosas tan insólitas como absurdas? Recordemos que Jorge Ramos no mintió, no le puso una pistola en la cabeza ni obligó a Mejía a comportarse tal cual es. El, solito, se ridiculizó. ¿Olvidó que estaba enfrente de un periodista foráneo? Quizás.

A pesar de que la prensa local siempre ha mostrado a Mejía como es y nunca nadie se ha escandalizado con sus frases, ahora quieren llevar a Ramos hasta el patíbulo. ¿La diferencia? Ramos comentó, opinó y dijo lo que pesó que tenía que decir. Nosotros, sin embargo, sólo ponemos las declaraciones y dejamos que cada piense lo que quiera. Pero, ¿creen ustedes que el pueblo no piensa ni se ha dado cuenta de lo que ve Ramos?

Si piensan que es así quiero que alguien me explique por qué razón el dólar se infla cada vez que el Presidente vuelve a declarar que hay que vencerlo en una convención. ¿Será algo fortuito? A mí que me registren.

También creo que deberían revisar al fiscal, quien acaba de prohibir las fiestas lésbicas, según se titula una noticia del Hoy de ayer.

En la historia, escrita por mi amigo Pesqueira, se expone que en las discotecas de la provincia de Santo Domingo se prohíbe que se celebre «fiestas dirigidas a fomentar el lesbianismo». También quedan prohibidos los «partys exclusivos» que, según declaraciones de Eddy Olivares, se prestan a todo tipo de interpretación porque sólo acceden a ellos personas preseleccionadas.

Al leer esto no supe cómo interpretar las palabras del fiscal, quien explicó que llegaron a un acuerdo con los dueños de discotecas para evitar que se presente espectáculos que atenten contra el pudor, la moral, las buenas costumbres y las leyes. Con esto quiso decir que los negocios no sólo se alejaron de su objetivo social (brindar sana diversión), sino que llegaron al extremo de presentar espectáculos con características de lesbianismo, lo que deteriora la imagen de los mismos.

Vistas las declaraciones de Olivares no salgo de mi asombro. Para empezar, la Fiscalía impide ahora que en el país se hagan fiestas exclusivas. Es decir que, según ellos, en un negocio usted tiene que dejar entrar a todo el que quiera llegar.

Vale. Di ellos lo dicen así será. Pero, ¿por qué el mayor atentado a las «costumbres» se asocia a lo lésbico? ¿No hay acaso grandes atentados «morales» en el amor heterosexual?

Siempre seguiremos con lo mismo. La doble moral nos circunda y nos negamos a entender que la sociedad cambia y que es injusto que una mientras una pareja homosexual se tiene que esconder para darse un abrazo o un beso, los heterosexuales podamos hacerlo tranquilamente. Eso, ¿no es discriminación? Tanto como negarles el derecho de reunirse en sus propios bares y discotecas sin que nadie se meta en lo que hacen.

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