Equipaje  
Duarte, el Licey y un corazón azul

Equipaje  <BR><STRONG>Duarte, el Licey y un corazón azul</STRONG>

POR MARIEN ARISTY CAPITÁN
Quizás a esta hora no haya dormido nada. Puede que la emoción haya sobrecogido mi cuerpo y, dejándolo en estado de embriaguez total, me haya obligado a estar en vela toda la noche. Tal vez, nadie sabe, hoy puedo tener mil razones para celebrar hasta que se acabe el mes.

Soy liceísta. Siempre lo he dicho. Amo al Licey tanto como al Real Madrid y, a pesar de que ambos han bajado varios escalones en mis prioridades después que nació mi querida Pilar Marie, ese afecto crece aún más cuando se han tenido dos jornadas como las del martes y el miércoles.

Sin ánimo de dar cuerda o de fastidiar, debo decir que el espacio de Steak House nos ha quedado pequeño en estos días: nuestros egos de fanáticos empedernidos necesitarían, en algunos instantes, toda una ciudad.

Aunque a estas alturas no sé en qué situación quedaremos (uy, recuerden que escribo estas líneas en horas de la tarde, por lo que el juego aún no se ha dado), es emocionante saber que a estas horas estamos casi besando la corona. El que nos llamen el equipito, definitivamente, nos da bastante suerte.

Menos afortunado es Juan Pablo Duarte, un patricio que ha tenido que ver cómo su nombre se ensucia cada día en una de las calles más caóticas de la ciudad; y en uno de los liceos más deprimentes y desordenados que ha habido.

El pobre Duarte tenía una de las vías más importantes. Aquella que, con el tiempo, se arrabalizó a un punto tal que era un dolor de cabeza pasar por allí. Ahora está en reconstrucción y vamos a ver qué pasa al respecto.

Del liceo no se pueden decir muchas cosas buenas. Varios escándalos le han sacudido últimamente: falta de butacas, descuido de infraestructura, inseguridad, desorden, indisciplina… algo muy lejano a aquella Normal en la que estudiaron quienes hoy son grandes personalidades del país.

En esas condiciones se dice «honrar» al Padre de la Patria, alguien que ya ni siquiera podrá contar con la suerte de que las próximas generaciones estén seguras de cuál es su día. Es que, aunque nació un 26 de enero (tenía que ser acuario, caramba), desde hace varios años cualquiera se confunde: el festivo que conmemora su natalicio se rueda como las pelotas y, en consecuencia, hay gente que se confunde.

Amén de que a muchos la historia les pasa por las narices sin enterarse, hace un par de días escuché a dos personas discutiendo acerca del tema. Una de ellas decía que el día de Duarte era el 26 y la otra refutaba de esta forma: «Mire hermano, usté no ve que es el lune… el día de Duarte no se trabaja».

Convencer al individuo de que el festivo se rueda pero el día de Duarte se mantiene inalterable fue un asunto de vida o muerte. No hubo resultados. Desesperación, palabras, gasto de saliva y un gran esfuerzo que no sirvió de nada. Eso nos ganamos con traer y llevar su día.

No es que esté en contra de los fines de semana largos que tanta envidia me dan (periodista al fin, trabajo el próximo lunes): es que me duele ver hasta qué punto llega nuestro descalabrado nivel educativo.

Si es bien es cierto que el señor en cuestión no podía entender el asunto, más duro aún es que a pesar de haber pasado por una escuela, no recuerde que Juan Pablo Duarte y Diez nació el 26 de enero de 1813, fue pieza vital en La Trinitaria y, aunque no estuvo presente al momento del cañonazo de independencia aquel 27 de febrero de 1844, se le trata como al principal de los patriotas.

Viendo cosas como éstas, hay que insistir en que se invierta en Educación. También en que se examine a cada maestro del sistema y se retire del mismo a aquellos que no pueden enseñar porque a pesar de pasar por las aulas no aprendieron nada. Duarte nos agradecerá que hagamos eso puesto que así lo recordaremos como se debe.

Además conseguiremos algo que hoy es una verdadera quimera: tener un país que pueda ser famoso por algo más que por la calidad de sus peloteros o la belleza de sus playas: por el nivel educativo y cultural de toda su gente. Mientras eso sucede, seguiré pendiente del Licey y disfrutaré, como el que más, del orgullo de tener el corazón azul.

m.capitan@hoy.com.do 

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