Equipaje
En nombre de Quirino

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Por MARIEN A. CAPITAN
La escena se ha repetido en un par de ocasiones. Siempre en el sur, en esa zona que vive permanentemente olvidada hasta que llegan los tiempos electorales, he encontrado las más fabulosas explicaciones, excusas y hasta fervientes defensas hacia la «conducta», el «trabajo» o la forma de vivir del ex capitán Quirino Ernesto Paulino Castillo.

Por aquellos lares, donde el Diablo podría tirar todos los gritos que quisiera sin que nos enteráramos, la gente veía en Quirino a un salvador, un bienhechor y un protector que siempre estaba presto a ayudarles.

Si aquí la gente no se muere de hambre es por él, decían algunos, al tiempo de agregar que las lomas están muy peladas porque no hay qué sembrar y que él era el único que les financiaba sus cultivos.

Esos cultivos, de sorgo o de soja, comenzarían a plantarse en los días en que Quirino fue detenido. Con él tras las rejas, sin embargo, nada fue plantado. Por eso, argumentaban, a nadie en la zona le convenía que Quirino estuviera preso: sin él, lo tenían claro, no habría siembra, ni cosecha, ni dinero. Tampoco, en los casos más extremos, habría qué comer.

Si la economía del sur se movía o era productiva, a decir de aquellos que recibían sus cheques como un premio a la amistad, la lealtad o el silencio, se debía a Quirino. Pero, ¿jamás pensaron de qué material estaba hecho el molino que movía las aguas de aquella sociedad?

Cuando se lo pregunté a alguien de allí, que defendía a Quirino con uñas y dientes, me dijo lo siguiente: «El no metía esa basura (la droga) aquí. En este pueblo no se veía eso, por lo que los jóvenes están a salvo. Lo importante es la forma en que él ayudaba a la comunidad. Es un buen hombre que ha usado su dinero para ayudar a los demás».

Como la basura se quedaba fuera del sur, a algunos sureños poco les importaba la suerte que corrieran los consumidores de aquella droga que, según se dice, traficaba el ex capitán. Qué miserables me sonaron aquellas palabras. Que se jodan los demás, no importa, mientras en mi familia haya salud y bienestar (o, para no ser tan duros, cuánta pobreza hay que tener para ignorar que nuestra comida le causa la muerte a los demás).

Las sociedades son así. Son capaces de ignorar o perdonar cualquier pecado con tal de salvarse o sacar provecho y, para ello, justifican lo injustificable. Con Quirino pasa lo mismo que ha sucedido con otros célebres personajes del submundo de los narcóticos: ayudó a sus semejantes para, en nombre del dinero, comprar la impunidad social.

Su caso me recuerda mucho al de Pablo Escobar, quien a golpe de edificar escuelas, construir casas y canchas de fútbol para los pobres, ayudar a campesinos y comprar conciencias llegó a ser considerado como el Robin Hood colombiano. En Medellín, incluso, mucha gente lo defiende aún.

Su tumba, ubicada en el cementerio Jardines Montesacro de Medellín, aún es visitada a diario por turistas y antiguos colaboradores, quienes se detienen para tomarse una fotografía junto a la lápida que tiene la foto de Escobar y un epitafio que dice: «Mientras el Cielo exista, existirán tus monumentos y tu nombre sobrevivirá como el Firmamento»»»».

Con trazas de héroe y de ser funesto, en Escobar en torno a la vida de este hombre se han tejido muchas fábulas y leyendas. Lo mismo, supongo, sucederá dentro de algunos años cuando se hable sobre la grandeza y el poder que ostentaba Quirino.

Aunque ambos personajes han terminado de una forma distinta, sus finales tienen algo en común: ninguno de los dos, al parecer, será feliz. Así como Escobar murió 3 de diciembre de 1993 a manos una tropa del ejército colombiano; Quirino dijo adiós a la República Dominicana, su patria adorada, el pasado sábado 19 de febrero.

No sé sabe qué sucederá en el juicio que se le sigue en Nueva York. El se ha declarado inocente y, como tal, no se le puede acusar (se supone que todo hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario). Pese a ello, Quirino ve cómo se desmorona su imperio. Lo que fácil se consigue, podríamos resumir, fácil se pierde.

Amén de todo esto, no me puedo ir sin decir que el caso de Quirino me da mucha pena. Pena de una justicia y una sociedad que se reconocen tan inválidas que apuestan a la extradición para que él sea juzgado y, si es culpable, condenado. Aquí, lo sabemos todos, Quirino jamás habría conocido un juicio de fondo y nunca hubiera estado tras las rejas. ¡Qué paisazo nos gastamos!

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