Era un Andrej Wajda indagando en los dobleces
y engaños del mundo de la publicidad y el mercadeo

Era un Andrej Wajda indagando en los dobleces <BR>y engaños del mundo de la publicidad y el mercadeo

POR GRACIELA AZCARATE
Los ideales de antes de la guerra han sido desalojados por el pragmatismo de lo que está en venta al mejor postor. La dignidad, el honor, los ideales del pasado son cambiados y sobre todo olvidados por los eslóganes del mercado.

«Al que extraño es al viejo león del zoo,

Siempre tomábamos café en el Bois de Boulogne,/ Me contaba sus aventuras en Rhodesia del Sur/Pero mentía, era evidente que nunca se había movido del Sahara./ De todos modos me encantaba su elegancia,/ Su manera de encogerse de hombros ante las pequeñeces de la vida, miraba a los franceses por la ventana del café/Y decía «los idiotas hacen hijos»

/ Los dos o tres cazadores ingleses que se había comido le provocaban malos recuerdos y aún melancolía, / «Las cosas que uno hace para vivir’ reflexionaba/mirándose la melena en el espejo del café»

«Anclao en París» de Juan Gelman

Como el viejo león del Bois de Boulogne muchas veces pienso en «las cosas que uno hace para vivir». Sobre todo me acuerdo de un trabajo que por suerte duró poco porque me echaron al poco tiempo, sin contemplaciones por ser una inepta para el negocio.

Hace como diez años, en una de los tantos saltos de maroma para tener trabajo con dignidad y mantener a mis hijos me contrararon en una agencia de publicidad de mucho renombre para encargarme de la producción gráfica que debía ir a imprenta.

Quien me recomendó me dijo que me había sacado la lotería. Secretamente me dije que era un error y como el león del poema mire con pena a los que me iba a comer durante la estadía, pero sobre todo me fui apagando espiritualmente ante una fauna para mi incomprensible y unos códigos de relación francamente inadmisibles.

Durante aquellos ocho meses de calvario, reviví y me conté la película del polaco Andrej Wajda » Todo para vender».

La adapté al Caribe y a unas formas de hacer publicidad que me dejaban perpleja.

Rehice la película del polaco, con su entrañable personaje de «Cenizas y Diamantes».

Con el divino Cibulsky en plan de antihéroe de la resistencia polaca. Era un Andrej Wajda que había dejado atrás Kanal, Cenizas y diamantes. o la grandes películas épicas de la segunda guerra mundial en Polonia. Tampoco era el Wajda de Danton ni El hombre de hierro. Era un Wajda indagando en los dobleces y engaños del mundo de la publicidad y el mercado.

El personaje principal encarnado por Cibulsky era un antiguo guerrillero antinazi, que participó en el gueto de Varsovia, que perseguido por ser del maquis se esconde en un tonel, y deja ese pasado heroico para empezar a vivir en la Polonia de postguerra, detrás de la cortina de hierro.

Ha cambiado los ideales de los partisanos por el slogan de su nuevo trabajo en una publicitaria que vende anuncios para las empresas que nacen de la guerra y donde todo parece resumirse en el «todo para vender» de los publicistas.

Los ideales de antes de la guerra han sido desalojados por el pragmatismo de lo que está en venta al mejor postor.

La dignidad, el honor, los ideales del pasado son cambiados y sobre todo olvidados por los esloganes del mercado.

Si mayo pasado ha sido el mes de la conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial, del gueto de Varsovia, de la revisión, sesenta años después de lo que pasó en Europa con los países que quedaron bajo el mandato soviético, lo que pasó con el Muro de Berlín, lo que desató el Holocausto, las repercusiones que dieron origen al Estado de Israel, al problema irresuelto entre palestinos y judíos, a lo que se fue gestando entre los sobrevivientes del Holocausto y sus descendientes, como es el caso de la escritora israelí, Batya Gur, nacida en Israel en 1947, recientemente fallecida, o lo que se planteó entre las mujeres escritoras de la antigua RDA, como es el caso de Christa Wolf.

Por asociación uno hilvana el pasado, recordando antiguas películas, vuelve a contar en tono de broma la rocambolesca vida de un actor polaco, que sesenta años atrás planteaba las mismas disyuntivas que se le presentan al hombre o a la mujer de la actualidad.

Recordar la filmografía de Andrej Wajda y de su actor preferido Zbigniev Cybulsky es apelar a un ícono de esa época, que desde el pasado explica el presente y que mantiene la vigencia en la descripción de la condición humana y sus miserias.

La obra de Wajda es inseparable de la historia de Polonia, una nación borrada del mapa durante ciento veinticinco años: fascista apenas seis años después de su renacimiento, obligada a luchar en 1939 en el campo de las democracias y arrasada por la ocupación alemana y después la soviética.

Después de Kanal (1957), Cenizas y diamantes (1958) completa la trilogía de películas bélicas iniciada por el director con Una generación (1955), film que lo convirtió en la cabeza del nuevo cine polaco.

En «Cenizas y diamantes» Zbigniev Cybulski interpreta a un «desesperado» de la Resistencia, papel por lo que se lo identificó con Maciek, el héroe dividido, irónico y perdido del Armia Krajowa. «Resumía nuestra generación», dirá el cineasta del actor, «y se me parecía como un hermano».

Durante diez años, Cybulsky repitió este papel en todas sus películas. Con Wajda también actuó en Pokolenie y El amor a los viente años pero murió prematuramente en 1967 al querer saltar de un tren en marcha.

En esa película emblemática, Zbigniev Cybulsky y Wajda hablan de la desolación política, de tener que dar muerte a un hombre y del vacío que se apodera del asesino. Del militante nacionalista, el gran Cybulski, pasa de los símbolos rotos de la nación, a las muertes rápidas, al examen de la conciencia política, al escepticismo frente al inevitable sacrificio, para después pasar al oportunista que trata de adaptarse a una Europa de postguerra, nihilista, y cínica.

Marguerite Yourcenar escribió en su autobiografía que los publicistas son simplemente unos farsantes. Cuando a fines del año pasado, un medio periodístico se hizo eco de una campaña de publicistas jóvenes dominicanos que preparaban un proyecto para competir en un festival de arte de Puerto Rico, el eslogan era promocionar un Mall llamado «De la Mona Plaza» en la ruta de los desesperados que buscaban el futuro en Puerto Rico.

Montados en el «Todo para vender» los jóvenes de la publicidad alentaban un viaje en yola para morir en alta mar, convirtiéndose en una agencia de promoción de la mafia de los viajes en yola y de la inmolación de los más indefensos entre los tiburones del Canal de la Mona.

Como una pirueta grotesca del gran Cibulsky, los publicistas nacionales encarnaron lo inicuo de esta generación que globaliza desigualdad, egoísmo, a semejanza de ese neoliberalismo descarnado que ejercen sin ningun pudor las autoridades de turno hábiles para la simulación más despiadada.

El «colectivo de publicidad», se proponía un «ejercicio lúdico» para poner a prueba la capacidad, la credulidad o simplemente la desesperación de los dominicanos marginados por huir de una situación agobiante.

En un aberrante » Todo para vender» los publicistas jugaron con el drama humano de miles de desdichados que simplemente se ahogan, desaparecen, son comidos por los tiburones o abandonados por los mismos promotores de los viajes en cualquier cayo o playa vecina.

Jugar con la tragedia de un pueblo sin esperanza ni futuro, sumarse al juego cínico de los políticos en el poder, o al discurso que ahoran denominan «tímido», para ocultar prácticas de simulador contumaz me recordó la tragedia ética de aquel héroe de hace sesenta años, envilecido por la esperanza de entrar en el juego de la oferta y la demanda.

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