Éramos de un modo de pensar y sentir… y estamos pasando

<STRONG>Éramos de un modo de pensar y sentir… y estamos pasando</STRONG>

Éramos de un modo de pensar y sentir… y estamos pasando. Es casi una tragedia que no haya, a la vista, relevo para este modo de pensar y sentir.

Los jóvenes, posibles sustitutos de esta generación que pasa provienen de dos provincias igualmente extranjeras ( Ernesto Sabato, en el año 1977, encontró curiosas semejanzas, igualmente deshumanizantes, entre el capitalismo norteamericano y el colectivismo materialista de la Unión Soviética).        

Unos son los que huyen de la Isla con la esperanza de vivir de un modo diferente al de su «paraíso» insular. Vivir una vida, donde la vida valga. Donde el día no sea, principalmente, una lucha para «resolver» (Pedro Mir lo dijo mejor: «Donde el día tenga su triunfo verdadero»).

Por supuesto que hay exepciones, pero la mayoría de éstos viene horra de los pensamientos y sentimientos que eran comunes a nuestra generación. Y el anterior es un juicio generoso porque a veces no traen vacios ni su pensamiento ni su sentimiento, sino muy nutridos de malas razones. Son muy diferentes a nosotros.     

Otros son nuestros hijos y nietos. Una cosa es el cariño, el respeto, la admiración. Y otra cosa es nuestra historia, nuestra cultura, nuestros recuerdos, nuestro modo de ser.. Hablan el español que le enseñamos.

Y por amor a sus padres y abuelos aman también a una Cuba no ciertamente mas allá de la gastronomía y la música, algunos versos de Martí y algunas historias de los Mambises. Son triunfadores en la vida americana.

En los negocios, las artes, las ciencias y la política. Y son nuestro muy legítimo orgullo de padres y abuelos. Pero, definitivamente, no son nuestro relevo.     

Queda entonces la esperanza. No podemos pensar que sólo en las bibliotecas y museos encontrarán las futuras generaciones las huellas de un modo de vivir y pensar que produjo a tantos eminentes científicos y artistas y hombres de bién.

Y mas que eso, aquella Isla española y vecina del Coloso del Norte, última en América en ganar su independencia, no fue nunca la última, como ahora lo es, en los empeños para hacer a sus habitantes menos trabajosa la búsqueda de la felicidad.  Queda entonces la esperanza.

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