Eran las tres de la tarde cuando mataron a Lola…

Eran las tres de la tarde cuando mataron a Lola…

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Se gasta mucho papel, tiempo y saliva en los comentarios de acontecimientos que no se analizan a fondo, que no se profundizan, sobre los cuales todo el mundo, léase bien, todo el mundo, ignorantes y facultos, opinan, sin saber cuál es el remedio para enfrentar los males, los problemas.
El asesinato entre parejas es más viejo que el inicio de la historia. Para cometerlos se ha usado todo tipo de armas, culebras venenosas, polvos mágicos, venenos, nigromantes, se han empleado para resolver el amor y el desamor.
Algunos usan un puñal o un afilado machete, un garrote, pero todos desquitan su ira, su envidia, su dolor, su sorpresa, hasta acabar con la vida de un ser que decidió como dijo el poeta: “se deja de querer/y no se sabe/ porqué se deja de querer/es como abrir la mano y no saber de pronto/que cosa se nos fue”
Si vemos la vendetta surgida del amor entre jóvenes que venciendo los convencionalismos huyen del yugo impuesto por las familias, adornamos los acontecimientos e intentamos ocultar el sol con un dedo y no admitimos que el amor es, real y efectivamente, ciego, que la pasión sobrepasa el entendimiento y que los instintos animales están presentes en todos los niveles sociales.
O mía, o de nadie, “el que quiera la del soto, tiene pena de la vida, por quererla quien la quiere, le dicen La Malquerida”, dijo Benavente.
Hay conyugicidios desde los elevados por los poetas, como el de Romeo y Julieta, hasta los asesinatos que se cometen, con una frecuencia cada vez más corta y desagradable, entre parejas.
No es con congresos, seminarios, conferencias ni reuniones internacionales como se debe combatir el problema. La medicina, el tratamiento, deber ser mejor encaminado: es un problema de educación.
A usted le dicen tantas veces, tan repetidas veces, que tome una marca de gaseosa que cuando llega al colmado pide el refresco, aunque no sea su intención.
Con esa insistencia es que hay que hacer campañas en las iglesias, sindicatos, clubes deportivos y culturales, clubes de madres, asociaciones de estudiantes, en todo grupo de personas, que se entienda que cuando una mujer deja de amar ejerce un derecho, que el hombre no tiene todos los derechos, incluso el de ser infiel sin castigo.
Somos la sociedad que cantó y se aplaudió aquello de: “El preso número 9” que mata la mujer porque la encuentra en la acción de la infidelidad. Pero esta sociedad soporta y aplaude la infidelidad masculina hasta en los presidentes.
Somos la sociedad de Lola, la que mataron a las 3 de la tarde y agonizante decía: quiero ver ese hombre que me ha quitado la vida para abrazarlo y besarlo y después morir tranquila.

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