Ernest Hemingway, el mítico escritor norteamericano ganador del premio Nobel de Literatura en 1954, se caracterizó por llevar una vida llena de aventuras e intensidad desbordante. Muchas de sus experiencias personales fueron plasmadas en un conjunto de obras de corte clásico que tuvieron gran influencia en la narrativa del siglo XX. Entre sus grandes pasiones, la afición por el deporte de los coliflores y las narices chatas, tuvo un lugar tan especial, que en una entrevista de la época con la reportera Josephine Herbst, afirmó: “Mi escritura no es nada, mi boxeo lo es todo.”
Ante quienes con cierta lógica pudiesen quedar bajo el efecto de la incredulidad o pensar que cuando el célebre novelista y cuentista sostuvo algo así, era una de sus ingeniosas salidas en forma de broma, pero en realidad el escritor asumía el boxeo con seriedad extrema, como parte esencial de su existencia, casi al nivel de un obsesión, según testimonios de amigos que compartieron sus preferencias.
Su interés por la disciplina que los ingleses llegaron a denominar en sus inicios como el Noble Arte de la Defensa, fue tan entusiasta que le dedicó parte importante de su tiempo como boxeador amateur, fanático y escribidor de magníficos relatos de peleas. El también novelista y pugilista Morley Callaghan, que practicaba con Ernest, llegó a describirlo como un individuó que había prestado tiempo e imaginación a ese deporte.
Timo Muller, en su ensayo Los Usos de Autenticidad: Hemingway y el campo literario, afirma que el éxito de la ficción del autor estadounidense se debe al hecho de que sus personajes viven una “vida auténtica” , y los soldados, boxeadores, pescadores y leñadores se encuentran entre los arquetipos de autenticidad moderna. Su inclinación por la Historia está reflejada en varias de sus principales obras como son Adiós a las Armas y Por Quién Doblan las Campanas, la primera de sus experiencias en la Primera Guerra Mundial, y la segunda sobre la Guerra Civil española. Otras sonadas novelas de su amplia producción son Fiesta y El Viejo y El Mar.
Hemingway dijo en una ocasión que su labor como periodista-reportero lo ayudó como creador de obras a escribir frases cortas, directas y duras, obviando las cosas irrelevantes.
En cuentos, la crítica especializada lo define como un maestro del género, incluyendo creaciones como Los Asesinos, Un Lugar Limpio bien iluminado, Un Gato bajo la lluvia, Las nieves de Kilimanjaro. Entre sus mejores cuentos hay que incluir dos que se refieren a temas sobre peleas de boxeo: Cincuenta de a mil y El boxeador. El primero, el cual al leerlo me impresionó mucho, se refiere al combate entre el campeón Jack Brennan y Joe Walcott, por el peso welter; se narran los asuntos familiares de Brennan, sus problemas económicos y los personajes que activan en el negocio deportivo.
Brennan ya estaba agotado de una larga carrera que no le había reportado grandes beneficios y además sus condiciones físicas comenzaban a mermar con los años, aunque todavía tenía mucha sapiencia sobre el cuadrilátero para poder frenar a su impetuoso retador. Los ampones del mundo bajo le ofrecieron un buen dinero (Cincuenta de a mil) para que se vendiera, perdiendo el combate tras montar una farsa.
Después de muchas cavilaciones y dudas, se convenció que lo más conveniente era aceptar el soborno ante la atractiva suma ofertada. Pero decidió perder la pelea a su manera, en el fragor del choque optó por darle duros golpes en la zona baja a su rival-recurso contra las reglas- quien cayó al tapiz quejándose de un fuerte dolor. Walcott fue declarado ganador por descalificación de Brennan. Este relato de Hemingway es una joya de la creación literaria, destacándose la psicología de los personajes, el dominio del lenguaje y las tentaciones que acechan a los seres humanos durante su existencia.