Ernesto Cardenal y la Doctrina Social de la Iglesia

Ernesto Cardenal y la Doctrina Social de la Iglesia

POR MODESTO CUESTA
…esta vez, no a Ernesto Cardenal, sino a doña María Asunción Castillo.
Desde la perspectiva que brindan los pocos conocimientos sobre la funcionalidad del Vaticano, he podido advertir que Juan Pablo II se preocupó enormemente por mantener los dogmas de fe que rigen a nuestra iglesia; pudo trazar una línea clara y definida contra los abusos sexuales a niños por parte de sacerdotes pero también, y como muestra de su apertura a muchas cosas, produjo un documento a favor de los divorciados para que éstos fueran acogidos en un plan pastoral.

Fue conservador en gran medida y por ello, muchas personas mantienen ideas contrapuestas con él, con su legado, con su trabajo.

La situación que se presentó con Ernesto Cardenal y la Teología de la Liberación no fue más que una consecuencia de esa actitud conservadora. Si bien es cierto que esta línea de pensamiento abraza, en primera instancia, algunos elementos de la doctrina marxista –visto desde la más crítica de las perspectivas y sin ningún nivel de profundización en su estudio–, el Concilio Vaticano II, presidido por el Papa Bueno, Juan XXIII, concluyó con la preferencia para los pobres del mundo. Esto implica solidaridad, esto implica ayuda desinteresada, esto implica dar de comer a quien no tiene, vestir al desnudo, suministrar la ayuda necesaria a quienes no tienen hogar, atender a los enfermos, entre otras muchas cosas más. En síntesis, ocuparse de los pobres. Este es el compromiso de la Doctrina Social de la Iglesia, compromiso adoptado y enseñado con insistencia durante el pontificado de Juan Pablo II, olvidado y rechazado por muchos aún dentro de la Iglesia.

Desde este punto de vista, me resulta altamente curioso que un movimiento que nace en busca de satisfacer esa necesidad de la Iglesia planteada en la Doctrina Social, que se basa en los principios enarbolados por el anterior pontífice y vividos hasta el extremo por los santos de todas las etapas de la historia mundial sea tildado como una libertinaje. Entonces, ¿a favor de quién está usted, Sra. Castillo? ¿A favor del grupo que ignora a los pobres que buscan diariamente con qué alimentarse o de quienes suplican a diario que esta clase desaparezca como todos aquellos que desaparecieron porque no eran angelitos, incluyendo a monseñor Romero? ¡Le ruego me saque de dudas a mí y a muchos más!

La iglesia de la que usted se declara devota, practicante y, por lo que se puede apreciar en su artículo, ortodoxamente fanática, tiene planes pastorales de ayuda y asistencia a los pobres, que abrazan los mismos fines que la Teología de la Liberación. La única diferencia entre ellos es que la última ha sido creada bajo ciertos principios del marxismo puesto que son los que de mejor manera abrazan la solidaridad con los desamparados y que no es compatible con nuestra iglesia puesto que incurre de lleno en la negación de la existencia de la misma.

Es cierto que la violencia permea muchos aspectos de esta línea de pensamiento; es cierto que hay quienes optan por tomar la Teología de la Liberación como una rama más del marxismo, haciendo al Capital su principal enemigo y desvirtuando así sus principios elementales de enseñar el camino a Cristo desde otra perspectiva, pero no puede usted negar la necesidad mundial de auxiliar a la gente pobre y más que nada, de dar respuesta activa a la Doctrina Social de la Iglesia.

Para concluir, debo recordarle que «la Teología de la Libración no niega las graves injusticias que sufren los pueblos y la responsabilidad del cristiano de trabajar para aliviarlas en la línea de la auténtica doctrina social de la iglesia, la cual se fundamenta en las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de los sacerdotes» (www.corazones.org).

Le dejo una pregunta: ¿Sabe usted cuántos sacerdotes abrazan, como el padre Cardenal, la Teología de la Liberación?

Nuestro país es eminentemente católico. ¿En qué medida somos o no somos practicantes como lo es usted? Lo desconozco. Voy más lejos. Espero que pocos lo seamos. A todo lo largo y ancho de la evolución de los pueblos, de las sociedades, se nos han enseñado las ideas de nuestro Señor Jesucristo, se nos ha inculcado el amor al prójimo, a hacer el bien sin mirar a quien, a compartir nuestro pan, a dar gracias a Dios por todo. Esto en todas las culturas del mundo, en todas las religiones y en todos los idiomas. También se nos enseña, ya cuando estamos más grandecitos, que el verdadero cristiano da la vida por un hermano, se solidariza con los necesitados, como aquel buen samaritano que debe usted conocer tan bien; se nos enseña el cristiano tiene también deberes y responsabilidades sociales y que hay que luchar porque el medio en que vivimos sea más justo, más respirable; que tenemos el derecho de exigir nuestros derechos porque son parte íntegra de nuestra vida y Dios no nos hizo a medias. Si por ello tenemos que perder la vida, ¡perdámosla! Cristo la perdió por nosotros y para nosotros. Cristo se opuso al régimen de los poderosos y proclamó la igualdad entre todos los hombres –de hecho, somos iguales ante sus ojos y no podemos serlo ante los nuestros–. Entonces no debemos temer a perder la nuestra sobre todo cuando Él mismo nos dice que «Aquel que pierda su vida por mi causa, no la perderá sino que vivirá eternamente». De ello estaba convencido monseñor Romero, aquel a quien usted tilda de pobrecito con toda la doble intención de la que puede ser capaz, al igual que otros tantos que han sufrido hasta el exterminio la crueldad de gobiernos totalitarios como el que usted parece abrigar.

Nuestra Iglesia es rica en todo: en bienes, en enseñanza, en historia, en escándalos. ¿Recuerda usted a Pío XII y su silencio ante el nazismo? ¿Qué me cuenta usted del apoyo y la bendición del «Pastor Angelicus» a las tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial? Fue Papa de nuestros antepasados y merece todo el respeto posible. ¿Qué me cuenta usted del pasado de nuestro actual pontífice cuando lideraba la juventud nazista? Se ha reivindicado hasta ser lo que es hoy. ¿Cuántas historias más hay escondidas en nuestra Santa Madre Iglesia? Muchas, y seguirán desconocidas por mucho tiempo más. Y me pregunto: ¿Cómo es posible que sigamos a pie juntillas a una institución que nos ha dado ejemplos de decadencia en algunos momentos, que mantenga en sus filas a personas protagonistas de todo tipo de escándalos y que hasta predica la moral en paños menores? Suena fuerte ¿verdad? He aquí la respuesta: arrepentimiento y perdón sincero. La mayoría de católicos practicantes no como usted, entiende y cree que el perdón es la llave que abre muchas puertas; entendemos que han sido hombres quienes han cometido estas acciones y sobre todo, entendemos que la Iglesia somos cada uno de nosotros, con una educación familiar cristiana, con herencia católica, pero abiertos al diálogo, a la conversación, abiertos a la tolerancia, al perdón, abiertos a la lucha y a la solidaridad con los pobres, abiertos a la denuncia de las injusticias y con la esperanza que de nuestras libertades no se coarten con regímenes totalitarios bajo los cuales sucumbieron todos los pobrecitos que luchan por que la vida de sus hermanos, de sus ovejas sea cada día más vivible.

Ojalá que la juventud católica pueda tener a manos su artículo y se anime a profundizar en nuestra historia, en la historia de nuestra iglesia y en la de todos los santos que han dado su vida siguiendo el ejemplo vivo de Cristo.

A usted le ruego revisar su escrito y advertir que los humanos sufrimos serios trastornos de amnesia selectiva y de querer medir con la vara de nuestros principios los principios de los demás.

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