Desde que le vi la cara a mi amigo, adiviné que atravesaba por alguna situación problemática. Nos habíamos citado en el desaparecido restaurante Roxi, de la calle El Conde, en el convulso ambiente político que siguió al ajusticiamiento de Trujillo.
No bien posados nuestros glúteos en sendas sillas, el cariacontecido personaje me habló directamente del problema que enfrentaba.
-La vaina es que la doméstica de mi casa me está robando desde hace tiempo, y mi mujer se opone a que la cancele.
-Qué raro, porque nadie quiere convivir con un ladrón, por los peligros que eso encierra- dije, y mi amigo asintió, con fuertes movimientos de cabeza.
-Lo que nunca adivinarías- continuó- son las razones que expone para justificar su negativa; dice que la muchacha, que por cierto tiene un cuerpazo, la trata con mucho cariño, la peina, y de cuando en cuando le saca caspa. Afirma que eso justifica que quiera mantenerla a su lado, a pesar de lo que llama sus robitos.
-Pero, ¿son grandes los palos monetarios que les ha dado?- pregunté, cada vez más sorprendido.
-Se han producido algunos de quinientos pesos, dos o tres de mil, y como cinco de dos mil- respondió, sin que variara la expresión tristona de su rostro.
Para sacarlo de ese estado, cambié el tema de la conversación, y varios petacazos de ron criollo después, se convirtió en un ex amargado, incluso haciendo cuentos colorados.
Transcurrieron varias semanas, y una noche en que me disponía a acostarme para sumergirme en el sueño reparador de energías juveniles, levanté el teléfono que había timbrado.
-Mario- se escuchó claramente en el auricular- descubrí el misterio que se ocultaba detrás del apoyo de mi mujer a la empleada doméstica y sus robos. Resultó que la muchachona tiene un hermano con figura de galán de cine, y cuando la visitaba era para forcejear amorosamente con mi esposa en mi cama.
-¿Y cómo te enteraste?-pregunté, intrigado, y picada mi curiosidad.
-Por un vecino, que al decirme que los vio en pleno acto puteril, me dí cuenta de que brechaba a la cuernera, pero eso ahora no tiene la menor importancia-dijo, con entonación firme.
-Lo siento mucho- dije, sinceramente apenado.
-No te preocupes, que por lo menos me alegro de haberme equivocado al pensar que mi compañera era pájara, pues me pegó los cuernos con un hombre como yo.
Aunque aparentaba estar resignado, al día siguiente abandonó la casa, y tardó poco tiempo en salir publicado su divorcio en un periódico.