Errores diagnósticos

Errores diagnósticos

El 26 de agosto de 1893, en Patria y desde Nueva York, José Martí escribía: “Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel… Hombre es quien estudia las raíces de las cosas… Se busca el origen del mal: y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre… A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo”.

Traigo esta cita a propósito de un artículo y comentario sobre la necesidad de mejorar la calidad diagnóstica, aparecidos en la revista norteamericana The New England Journal of Medicine correspondiente al volumen 373 del 24 de diciembre de 2015. En esos escritos se hace énfasis en la necesidad de identificar oportunamente y de manera correcta la naturaleza de la enfermedad que sufre el paciente a fin de que se pueda atender el mal en sus inicios y se eviten complicaciones y secuelas de un reconocimiento tardío y de un manejo inadecuado o perjudicial a la salud del enfermo. Hay más de ocho mil diferentes entidades nocivas registradas en la Biblioteca Nacional de Medicina.

Se calcula que doce millones de personas adultas que acuden a las consultas médicas estadounidenses son mal diagnosticadas anualmente.

Se considera muy caro y peligroso el etiquetar equivocadamente el mal que sufre un individuo. Las consecuencias pudieran resultar fatales, e incluso causar un daño orgánico permanente que limite la calidad de vida de la persona. Ponen el ejemplo de la detección tardía del cáncer de intestino grueso que hace incurable, amén de costosa e inefectiva la terapia del mal.

El manejo en equipo de los pacientes, conjuntamente con la sistematización del uso de las guías clínico hospitalarias de atenciones para las consultas e internamientos reducen la enraizada mala practica de un tratamiento sintomático sin hacer el esfuerzo por identificar la naturaleza del mal por el cual requiere asistencia el enfermo.

En caso de la República Dominicana la situación es todavía peor ya que mientras en la gran nación de Lincoln se registra un cinco por ciento de fallas diagnósticas importantes, nosotros rondamos conservadoramente el cuarenta por ciento de equívocos diagnósticos en los individuos que se curan. Muchos son los que fallecen sin que se sepa con certeza lo que padecían en vida. Tenemos otro relevante número de difuntos que resultaron falsamente diagnosticados en vida, por lo que fueron tratados con fármacos y procedimientos erróneos. Aquí y allá los inhumados guardan en sus tumbas el secreto de fatales pifias médicas.
Negar la existencia de deficiencias y errores en la identificación temprana e interpretación verdadera de los males que abaten a los dominicanos impediría que se adopten los correctivos de lugar.
Tal y como recalcaba Martí: “O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que a penas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación”.

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