Nuestro idioma es rico en adagios de uso popular que se mantienen en la orfandad, sin que alguien en particular reclame la paternidad de los mismos. Uno de ellos es el de que la experiencia es la madre de la ciencia. El conocimiento empírico antecede al método de investigación cartesiano. La aplicación de las estadísticas en la búsqueda de una relación de causa y efecto representa un punto de apoyo vital en el estudio de las enfermedades. No sabemos el tiempo, ni la magnitud del número de víctimas mortales ocurridas en el mundo por la tuberculosis, previo a la aplicación de los criterios de Koch, para establecer la responsabilidad del Mycobacterium tuberculoso como el germen microbiano causante de dicha afección crónica. Conocida la bacteria se podían ensayar diferentes modalidades de tratamiento hasta dar con la terapia más efectiva. En tal sentido habremos de imaginar la infinidad de pruebas fallidas, antes de lograr dar en el blanco encontrando una forma de tratamiento exitoso que salvara de la muerte a millones de personas infectadas.
El desarrollo científico ha venido a representar un parto prolongado, complicado y doloroso. Se trata de una marcha incesante, con la mirada siempre puesta hacia el horizonte; idealmente apostando a la terapia simple, eficaz, oportuna, eficiente y disponible para quien la requiera. Acá el orden de los factores altera los resultados, si antes de tratar formulamos el diagnóstico equivocado. La aplicación del laboratorio clínico, la imagenología y la patología como auxiliares del médico familiar para esclarecer tempranamente la enfermedad en los niveles básicos durante el manejo de los pacientes, auguran mayores probabilidades de éxito en el combate durante el proceso morboso.
Quedo corto si digo que cerca de la mitad de la gente que muere en la República Dominicana llega a la tumba sin un diagnóstico correcto. En la Europa moderna se calcula en 35% las pifias diagnósticas detectadas a través de las pocas necropsias practicadas. El rápido desarrollo de los estudios de imágenes está ayudando a reducir ese margen de error. En nuestro país ocurre una paradójica situación en donde la sonografía mal interpretada contribuye a despistar al clínico, asignando un falso diagnóstico de cálculos renales o biliares.
De forma parecida hemos sido testigo de mujeres que religiosamente se someten al tamizaje ginecológico de la prueba del Papanicolaou para el diagnóstico temprano del cáncer del cuello uterino. Cinco a diez años más tarde se les detecta una avanzada malignidad.
Evidentemente que todo esto obedece a una baja calidad en la cadena del servicio, empezando con la toma inadecuada de la muestra, siguiendo con un procesamiento deficiente, una lectura falsa, o de un reporte equivocado. Recuerdo con tristeza hace varias décadas durante el entrenamiento, la ocasión en que se leyeron numerosas biopsias de mamas; incluidas una de ambos senos en una enferma. Para ese entonces no existían las computadoras, ni la internet, por lo que los informes se elaboraban en máquinas de escribir. El diagnóstico de cáncer se escribió en el seno equivocado de la persona. La cirugía se hizo en la mama sana por lo que hubo que reintervenir a la señora.
¡Cuántos secretos útiles para la ciencia médica guardan dentro de sus tumbas los cadáveres! ¡Ay si permitiéramos que los muertos hablaran mediante el procedimiento de la autopsia! Se beneficiarían muchos vivos gracias a las rectificaciones oportunas.