¿Es bueno aumentar las reservas internacionales?

¿Es bueno aumentar las reservas internacionales?

JOSÉ LUIS ALEMÁN, SJ
Hace unos años se discutió pública y acremente la conveniencia de incrementar las reservas internacionales del Banco Central como recomendaban, si mal no recuerdo, algunas agencias calificadoras de riesgo.

A posteriori, disfrutar de un buen colchón de reservas a mediados del 2003 hubiera ayudado sensiblemente a suavizar la fuerte contracción del consumo, el derrumbe de la tasa de cambio, el pago de la deuda externa y la crisis petrolera.

Ahora, es decir, desde enero, aleccionado por la experiencia y forzado  por el Fondo Monetario, reconstruye el Banco Central sus reservas. Si en enero las reservas brutas (es decir, deduciendo el importe de pagos pendientes a corto plazo) eran de 184 millones de dólares, 427 millones en Marzo y 480 en junio, al 6 de octubre llegaban a 579 millones, mientras que las netas de obligaciones inmediatas subían a 368 millones de dólares.

La teoría económica clásica, en el sentido de no tener en cuenta consideraciones de política económica, busca indicadores que ayuden al Banco Central a elegir un nivel «óptimo» de reservas. El tamaño y la población de un país, la inelasticidad de las recaudaciones fiscales al aumentar el ingreso nacional, la vulnerabilidad de su balanza de pagos con énfasis en la  propensión media de importación, la apertura externa y las razones de reservas/deuda y reservas/emisión  monetaria. El problema se reduce entonces a un análisis del costo/beneficio de las reservas o de eficiencia económica. Crecimiento y consumo ahora, frente a costo de oportunidad de riesgos futuros.

La existencia de países relativamente pequeños con enormes reservas -Corea tenía a fines del 2002 nada menos que 121,000 millones de dólares de reservas después de su caída a 6,000 millones en la crisis de 1997-, plantea de modo novedoso la problemática de las reservas para países en desarrollo, incluida China. El mismo papel juegan las crisis financieras de América Latina.

Nace así, en consonancia con nuevas tendencias teóricas, la necesidad de introducir en  el análisis variables de economía política.

1. Dos tipos de política económica

Al hablar de economía política tenemos que abrir los ojos a fenómenos sociales no categorizables bajo el epígrafe «económicos». Un recurso usado en el análisis es distinguir entre formas de administración pública.

La experiencia histórica indica, a primera vista, que se puede hablar de una administración rígida  que cumple con el presupuesto, las normas de licitación, la carrera administrativa, el equilibrio fiscal y la renuncia a financiamiento por el Banco Central, por una parte, y una administración blanda que se comporta como saqueadora (Aizenman y Marion, 2004) del Tesoro y del poder emisor del Banco Central para favorecer a poderosos grupos de interés, por otra parte.  Una vez hecha esta distinción,  tenemos que formular algunas hipótesis sobre su comportamiento en lo que se refiere a las reservas internacionales.

1.1 La hipótesis más interesante de la administración «rígida» que procede con el criterio de eficiencia, es la de su preferencia por un aumento de reservas sobre su liquidación a través de la demanda en el presente. Esta preferencia favorece el crecimiento y consumo futuro disminuyendo el riesgo de shocks externos, como el aumento del precio del crudo o la subida del interés de la Reserva norteamericana.

Este comportamiento no debe postularse para el caso de un  país en el que se espera la subida al poder de una administración «blanda», sea porque en el partido gobernante  van subiendo las acciones de una política más populista (mejor es decir más popular), sea por el probable ascenso de otro partido. Lo

mismo puede  suponerse en los casos de serios conflictos de estabilidad como expectativas generales de cambio del sistema constitucional de gobierno contra el actualmente vigente. De hecho, cuando se incluyen  la inseguridad política y la corrupción en el análisis, se aprecia un efecto negativo y significativo en el volumen de reservas aun eliminando tendencias históricas.

1.2 En cambio, si la administración es «blanda» es previsible, en teoría, su falta de interés por aumentar las reservas en orden a favorecer un consumo futuro. La reducción de las reservas tiende a compensarse por esfuerzos para lograr financiamientos externos que maximicen  el apetito de consumo corriente de  grupos particulares de interés.

Una razón  deuda/reservas muy alta o aceleradamente creciente es probable síntoma de inestabilidad política o de corrupción. Por eso la demanda de incremento de las reservas en estas circunstancias es contraproducente: su aumento sería incentivo adicional para el consumo y bien podría provocar o acelerar la venida de una crisis financiera. El afán de mantenerse en el poder, o de equilibrar una distribución adversa de representación legislativa o municipal, suele ser la sintáxis de la lógica política de países pobres.

En palabras sencillas la presión de grupos con  poder político es el determinante de toda administración «blanda» favorecedora del bienestar presente de su clientela, sea populista o empresarial.

2. Las reservas en una crísis financiera.

Parece verosímil afirmar que estamos pasando desde hace  años de una administración blanda en el sentido de poder financiar nuestra necesidad de divisas para el consumo y la inversión, mediante financiamiento externo (público y privado) y disminución de las reservas a una administración rígida en la que la amortización de las deudas externas y el gasto público sólo son financiables por aumento de impuestos, transferencia de recursos reales a acreedores internacionales, y devaluación.

Todos sabemos que el incremento de los impuestos, «caeteris paribus», deprime nuestra capacidad de absorción al disminuir nuestras importaciones y  préstamos recibidos. Así, mediante un ahorro forzado, aumentan nuestras reservas destinadas en última instancia al pago de pasados préstamos y a la garantía de un  comportamiento administrativo más «rígido». Este es el sabor amargo del «default» en el pago de nuestras deudas.

Lo probable por lo tanto es que después de un período de sustancial incremento de reservas, fruto de una administración rígida querida o no, pero impuesta externamente, se reabran las fuentes crediticias internacionales reiniciando una etapa de administración blanda que, a su vez, terminará en unos pocos años en «default» por estar sin reservas y arrastrar deudas vencidas.

Una hábil gerencia del Banco Central podrá lograr, permitiendo financiamientos externos a la banca comercial, como sucedió desde los 95, mantener precariamente el mantenimiento de los compromisos internacionales del Gobierno. Se trata, sin embargo, de un regalo envenenado. La voracidad del sector bancario privado es comparable a la del sector público. El monto de las obligaciones sepulta a su vencimiento las esperanzas colocadas en el componente privado de las reservas, estas se esfuman y con ellas las posibilidades de continuar una administración financiera blanda.

Desgraciadamente, confieso que no alcanzo a distinguir en el manejo de nuestra administración pública los dos tipos de administración, rígida y blanda, supuestos. En el fondo me parece que la administración blanda es la única que existe.  Clientelismo, contrataciones grado a grado, tolerancia ante corrupción de alto nivel, irrespeto a la carrera administrativa, incriminaciones selectivas, etc., son elementos constitutivos, aunque susceptibles en su magnitud a más o menos, de todas las administraciones, solamente restringidas por  crisis financieras capeadas oportunistamente mientras sea necesario, pero sin propósito alguno de renunciar a una administración más benévola con los suyos que con los otros.

Stiglitz cuenta una entrevista de un ministro de Finanzas latinoamericano y un alto dirigente de una institución multilateral. El ministro se explayó pintando con vivos colores el cuadro de su país, agobiado por deudas internacionales impagables. El funcionario se quedó pensando unos segundos y sugirió que no pagase las deudas porque hoy en día nadie invade países ni puede incautar fácilmente activos foráneos. El ministro sorprendido replicó: » Pero entonces, ¿quién nos prestará?»

Por eso el nivel de las reservas, excepto en crisis de insolvencia, es tema de secundaria importancia. Aparentemente.

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