¿Es esta la nación soñada por Dios?

¿Es esta la nación soñada por Dios?

MARLENE LLUBERES
Con profundo dolor hemos presenciado las inverosímiles y, en la mayoría de los casos, irreversibles calamidades acaecidas en este último tiempo.

Niños de diferentes edades han sido víctimas de “balas perdidas” cuyos impactos les han ocasionado graves heridas y a algunos de ellos hasta la muerte.

Entre los afectados, un número considerable, estará condenado a vivir en una silla de ruedas, imposibilitados de volver a caminar: Vielka, niña de diez años impactada por un disparo en la cabeza. Nairobi, de 18 años de edad, recibió un corte irreversible en la médula espinal, al igual que un joven de catorce años cuya columna vertebral quedó totalmente destruida.

Otros han perdido de forma permanente la visión: a Tania le fue destruido el nervio óptico. Joselito Hernández, de doce años, fue herido en su ojo izquierdo y, según los diagnósticos médicos, no podrá recuperar la vista. En la ciudad de La Vega, una bala perdida causó la muerte a un menor de quince años y el caso más reciente, Marcos, de cuatro años, quien cuando era dormido por su madre fue sorprendido por una bala que le quitó la vida.

¿Qué estamos haciendo ante tanta insensibilidad e irresponsabilidad?

Mientras ocurren cada uno de estos trágicos acontecimientos existe una sociedad que se asombra e inquieta pero que continua indiferente, sin detenerse a pensar qué hacer para detener estas  balas que no tienen nombre, ni clase social ni económica, sino que podrían alcanzar a cualquiera de nuestros niños y adolescentes, lo cual de suceder traería repentino sufrimiento a nuestros hogares.

Justificamos estos hechos alegando el descuido de los padres,  no somos movidos a compasión frente al dolor y la necesidad.

En el libro de Mateo, en el capítulo veinticuatro, la Palabra de Dios nos dice que, por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Es por esto que contemplamos la violencia en todas sus áreas: muertes, violaciones, secuestros, atracos, sobornos, sin que se produzca en nuestra población una reacción conjunta frente a esta cada vez mayor descomposición social, lo que provoca que hombres insensibles continúen realizando despiadadas acciones, sin importarles las consecuencias que puedan sobrevenir .

¿Es esta la sociedad que Dios quiere?, ¿Es este el país soñado por nuestros fundadores? Nuestros ojos se han cegado y nuestros oídos ya no escuchan el clamor de los que sufren y necesitan atención.

Solamente volviéndonos a Dios la dureza del corazón puede desaparecer, para convertirnos en una nación sensible, compuesta por personas que no permitan que se le haga a los demás lo que nunca desearían les fuera hecho a ellos, y entonces, juntos gobernantes y gobernados, como un sólo hombre, logren combatir estos desenfrenos, los primeros haciendo cumplir de forma radical las sanciones establecidas para quienes cometen estos delitos y los segundos siendo voz de alerta, empleando auténticos esfuerzos para que el mal sea detenido.

Acerquémonos a Jesús para que de El recibamos el amor que se conduele, que fluye, no movido por interés, sino como fruto de un corazón que realmente ama a su prójimo.

Aceptemos que estamos enfermos, que nos es necesario acudir al Sanador, convencidos de que es el único camino que nos permitirá salvar nuestras vidas, nuestros hijos y nuestra nación.

Levantemos las manos caídas y las rodillas paralizadas, hagamos sendas derechas para nuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.

m_lluberes@hotmail.com

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