Es necesario orar para que llueva

Es necesario orar para que llueva

FABIO F. HERRERA CABRAL
Las palabras que encabezan este artículo fueron dirigidas al general Miguel Rodríguez Reyes mientras ambos contemplábamos, frustrados por la impotencia, cómo enormes lenguas de fuego consumían en cuestión de segundos los ricos pinares que cubrían el macizo montañoso llamado Tetero de Mejía, situado en la parte noroeste de lo que es hoy la provincia de San José de Ocoa.

Un campesino que llorando contemplaba la destrucción de sus bienes exclamaba que la escena parecía un San Zenón de fuego, comparándolo con el ciclón que el 3 de septiembre de 1930 abatió la ciudad de Santo Domingo.

En mi calidad de corresponsal de El Caribe en esa época, titulé la crónica con las palabras «Un San Zenón de fuego», que el diario publicó en primera página al día siguiente.

Además, en esa época desempeñaba las funciones de presidente del Partido Dominicano en Baní, Peravia, a cuya provincia pertenecía el municipio de San José de Ocoa.

Ante las noticias del incremento del incendio forestal que amenazaba a una de las regiones agrícolas más ricas del país, Trujillo envió al general Rodríguez Reyes con escuetas y precisas instrucciones.

Nos trasladamos adonde ardían los pinares como un volcán para subir por un estrecho camino montañoso unas tres o cuatro horas. Allí nos aguardaban un oficial del Ejército al mando de cansados soldados y voluntarios campesinos que luchaban en vano para atajar las llamas.

No teníamos equipos especiales para combatir el fuego. Lo que podíamos era colocar vigilancia para evitar que las chispas ardientes cayeran en sitios habitados.

Del seno de las grandes catástrofes que ven la impotencia del ser humano es cuando surge el sentimiento de la grandeza de Dios. Eso fue lo que me ocurrió a mí que dije que hay que rezar.

Bajamos callados y antes de llegar a San José de Ocoa, las sombras de la noche eran alejadas por el resplandor desde las nubes que cubrían el lugar de la catástrofe.

A eso de la medianoche, ya estaba en Baní, recibí llamada del síndico de San José de Ocoa quien me informaba que al parecer en el Tetero de Mejía había comenzado a llover porque el resplandor de las nubes casi había desaparecido, le dije que me esperara a las 7:00 de la mañana para subir junto a la zona, no le pude informar personalmente al general Rodríguez Reyes de la novedad porque no estaba en San Cristóbal. Cuando íbamos a la zona del desastre ya había llovido con fuerza a juzgar por el torrencial aguacero que caía sobre nosotros. A nuestra llegada me di cuenta, sorprendido por el gesto que hizo el capitán del Ejército que estaba en la zona, quien me dijo: «Don Fabio, le llamé mucho por el walkie talkie». Entonces me di cuenta de la novatada que yo había cometido al olvidarme del teléfono que había en mi oficina, pero era tarde para remediarlo. La escena era tan deprimente, que me hizo recordar los famosos versos de Rodrigo Caro a las ruinas de Italia, que decían así: «Estas, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ruinas que esparció rústico arado,/ fueron un tiempo Itálica famosa»./ La verdad era lo que se ofrecía en nuestra vista: los troncos de los pinares antes centenarios eran rudos mechones de los cuales subían espesos vapores de agua. No hubo víctimas humanas, pero se convirtieron en cenizas muchas ilusiones y esperanzas.

A mi regreso de Ocoa le envié un mensaje al general Rodríguez Reyes que decía así: «Oración escuchada; llovió».

Cuando llegué a Baní, una hora más tarde, encontré en la oficina la respuesta del general Rodríguez Reyes que decía: «Amén».

 

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