“Si estás leyendo este libro, probablemente ya sabes que tus datos personales están siendo recogidos, almacenados y analizados”, comenzó Carissa Véliz Privacy is Power (La privacidad es poder), y la persona promedio que lo lee revolea los ojos porque, claro, quién no está al tanto. “¿Pero tienes conciencia de hasta dónde llega la invasión de la privacidad en tu vida?”, continuó el primer capítulo, titulado “Los buitres de los datos”, para hacer dudar hasta al más versado en escándalos como el de Cambridge Analytica.
“Comencemos al alba”, propuso un análisis detallado de esa invasión.
“¿Qué es lo primero que haces cuando te despiertas por la mañana? Probablemente miras el teléfono. Voilà! Ese es el primer punto de datos que pierdes en el día”, ironizó. “Al levantar el teléfono como primera actividad de la mañana, informas a un amplio grupo de entrometidos —al fabricante de tu smartphone, a todas esas apps que has instalado en tu teléfono y a tu compañía de servicios móviles, al igual que a las agencias de inteligencia si resulta que eres una persona ‘interesante’— a qué hora te levantas, dónde has dormido y con quién (si suponemos que la persona con la que compartes tu cama mantiene su teléfono cerca también)”.
Cada vez más personas usan un smart watch, y todas ellas habrán derramado otras gotas de su privacidad aun antes de abrir los ojos, ya que el dispositivo “registra cada uno de tus movimientos en la cama, incluida, desde luego, cualquier actividad sexual”. Y muchas más, cuando se levantan y se preparan para empezar el día, recurren a aplicaciones para hacer ejercicio, controlar la higiene bucal o fijar objetivos de alimentación durante el día: más información que se comparte con el diseñador y los brokers de datos a los que se la venden.
El televisor inteligente, que identifica lo que se mira en la casa y lo informa al fabricante y a terceros (“un grupo de investigadores hallaron que un smart TV de Samsung se había conectado a más de 700 diferentes direcciones en internet luego de 15 minutos de uso”); el medidor de electricidad inteligente, que puede ser hackeado con facilidad por ladrones de casas para saber cuándo no queda nadie en la vivienda (ya que no hay mayor consumo); el asistente hogareño que graba todo lo que escucha y puede enviarlo por error (“Echo probablemente se activó por una palabra en tu conversación que sonó como ‘Alexa’ y luego pensó que decías ‘enviar el mensaje’”); el correo electrónico, que contiene rastreadores en un 40% (70% si son mensajes comerciales).
Antes de siquiera llegar a la puerta de su casa y asomarse al mundo, una persona ha entregado una enorme cantidad de información que será usada en su contra más temprano que tarde.
“Nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de la vigilancia”, desarrolló Véliz, profesora de ética de la inteligencia artificial en la Universidad de Oxford. “Nuestras esperanzas, nuestros temores, lo que leemos, lo que escribimos, nuestras relaciones, nuestras enfermedades, nuestros errores, nuestras compras, nuestras debilidades, nuestros rostros, nuestras voces: todo sirve de alimento para los buitres de los datos que lo recogen todo, lo analizan todo y lo venden al mejor postor”.
¿Con qué propósito? ¿Para recomendar cuentas de Twitter o de Instagram que te puede interesar seguir? ¿Una película o una serie que se ajusta al perfil de lo que has visto en Netflix? ¿Una nueva receta?
Véliz observó un poco más allá: “Para traicionar nuestros secretos ante las compañías de seguros, los empleadores y los gobiernos; para vendernos cosas que no nos conviene comprar; para enfrentarnos unos con otros en un esfuerzo por destruir la sociedad desde dentro; para desinformarnos y secuestrar nuestras democracias. La sociedad de la vigilancia ha transformado a los ciudadanos en usuarios y objetos de datos”.
En octubre pasado, Amazon puso en oferta para su Prime Day el timbre inteligente Ring, una empresa que le pertenece, y pronto agotó su inventario. Privacy is Power describió esa tecnología: “Esos videos se almacenan sin cifrar, lo cual los hace extremadamente vulnerables al hackeo. Amazon ha solicitado una patente para usar su software de reconocimiento facial en los timbres. En algunas ciudades, como Washington DC, la policía quiere registrar, e incluso subsidiar, las cámaras de seguridad privada. Cualquiera puede imaginar dónde terminarán las grabaciones de los timbres inteligentes y para qué se usarán”.
La persona promedio pensará tal vez que a ella eso no la afectará, ya que cree que no tiene nada que ocultar.
Sin embargo —recordó Véliz a BBC— “tienes mucho que ocultar y que temer, a menos de que seas un exhibicionista con deseos masoquistas de sufrir robo de identidad, discriminación, desempleo, humillación pública y totalitarismo”, entre otros posibles riesgos. “Otra cosa es que no sepas qué es lo que tienes que ocultar”.
Su libro citó un ejemplo trágico durante la Segunda Guerra Mundial.
En los países que ocupaban, los nazis analizaban los registros públicos para encontrar a los judíos. En Holanda, que llevaba un detalle ejemplar de las personas, con identificación de sus domicilios y su religión, eliminaron al 75% de la población judía.
En Francia no existían archivos de ese tipo. La ocupación encargó a René Carmille, Contralor General del Ejército Francés, que cruzara los datos de identidad de las personas con los de religión. Carmille debía usar las máquinas Hollerith, que empleaban técnicas de computación modernas: las tarjetas perforadas de IBM. Pero el militar, que integraba la resistencia francesa, reprogramó las máquinas para que se saltaran la columna 11, donde se indicaba la religión. Así salvó cientos de miles de vidas.
Sin embargo, en 2010 Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook —que también posee Instagram y WhatsApp—, declaró que “la privacidad ya no es una norma social”. Durante la entrega de los premios Crunchie, en San Francisco, teorizó, aunque en el fondo sólo hablaba de su modelo de negocio: “Las personas se sienten realmente cómodas no sólo compartiendo más información y de diferente tipo, sino más abiertamente y con más gente. Aquella norma social ha evolucionado con el tiempo”.
Pocos individuos en el mundo encarnan tan visiblemente como Zuckerberg lo que sostiene el título del libro de Véliz, quien escribió: “La privacidad importa porque carecer de ella le da a otros poder sobre ti”. Facebook ha violado el derecho a la privacidad tantas veces, agregó “que un recuento exhaustivo ameritaría otro libro”.
Actualmente —analizó la académica formada en las Universidades de Salamanca, Toronto, Nueva York y Oxford— Facebook no vende datos, técnicamente: “Vende el poder de influirte”, precisó, en la segunda persona que muchas veces usa el libro publicado en el Reino Unido, que en abril saldrá también en Estados Unidos. “Venden el poder de mostrarte publicidad y el poder de predecir tu conducta”.