Con el corazón apretao, pensando en el dolor y la vergüenza que sentirá la familia de los ocho chicos que colapsaron en un motel de Higüey mientras celebraban un cumpleaños a ritmo de cocaína y hookah, resulta duro imaginar lo que sucedió en ese lugar antes de que dos de ellos murieran y el resto se desmayara por el dióxido de carbono que desprendió el vehículo que dejaron encendido.
Lo más chocante de este caso es que la mayoría eran menores: los dos fallecidos, Oliberto Morel y Horaimy Ruiz, tenían 15 y 16 años, respectivamente, mientras que las cuatro chicas intoxicadas tenían 14, 15 y 17 años. Con ellos había dos adultos: José Miguel Cedano, de 20 años, y Starlin Marizán, el mayor, de 23.
¿Cómo y por qué llegaron esas cinco muchachitas a ese motel? ¿En qué estaban pensando cuando aceptaron ir a drogarse y a hacer quién sabe qué otras cosas con esos chicos?
La sola idea de que hayan ido felices a una orgía es demoledora. ¿Hemos fracasado tanto como sociedad que ya no hay límites que no se puedan cruzar? ¿Es que ven el sexo como algo tan natural que tienen que ir mucho más allá a pesar de su corta edad? La respuesta, si llega a ser positiva, aturde.
Es evidente que estamos tocando fondo y tenemos que hacer algo antes de que sea demasiado tarde y no haya nada qué salvar. Hay que educar a los niños y a los jóvenes en torno al sexo e intentar que retrasen su primera experiencia sexual. Además, debemos orientarlos para que no se dejen embaucar y sepan a qué se pueden exponer.
Da grima pensar en lo que puede estar pasando en los moteles del país cada noche. Tal vez haya muchas más niñas expuestas a cualquier perversidad.